Con el del Papa que elija el próximo cónclave habrán sido siete los papados que me ha tocado vivir. El dato me estremece, porque es el mismo número de papas que conoció la muy longeva reina de Inglaterra Isabel II. La vida de la monarca –para hacernos una idea de lo largos que fueron sus setenta años de reinado- se medía en papados y en presidentes de los Estados Unidos (14).
Debo reconocer que cuando Juan XXIII muere, tenía cinco años. Entonces no había llegado la televisión a El Entrego y lo que más recuerdo de él es una fotografía colgada en la pared de la Escuela Unitaria de Perlada, que el maestro don Crescencio se resistía a quitar, no sé muy bien por qué. Sería por eso de que le llamaban el «il Papa buono». También recuerdo los calendarios de pared en muchas casas con la imagen del Pontífice, que se mantuvieron durante meses, más que nada porque murió en junio y el calendario no había que cambiarlo hasta diciembre.
De Pablo VI, ya un poco más crecido, tengo una imagen grabada. En realidad no de él, sino de la materialización del Concilio Vaticano II. Por primera vez, vi a un cura vestido de paisano. Subía a toda mecha en una Vespa la cuesta de La Oscura. También me impactaron algunos comentarios susurrados de mis padres sobre la cantidad de curas que tenían novia, colgaron los hábitos y se casaron, sobre aquellos que, llamados obreros, trabajaban en la mina, y no digamos ya de esos otros más revolucionarios, como el padre Laviana, que murió en Nicaragua metralleta en mano.
Cómo olvidar que Pablo VI, en medio de la conmoción por la condena a muerte de dos miembros de ETA y tres del FRAP, pidió clemencia a Franco. El dictador hizo caso omiso a la petición del sucesor de San Pedro y llevó a cabo las ejecuciones el 27 de septiembre de 1975. Muchos españoles acabaron de entender que lo de la reserva espiritual de Occidente de la dictadura no era tan católico como se decía.
La muerte del Papa Montini me pilló en la redacción de «Diario de Barcelona» con apenas 20 años. A otro becario y a mí nos encargaron una serie de cinco capítulos titulada «Los papas del siglo XX». Supongo que nos eligieron porque veníamos de la Universidad de Navarra y se nos suponían los conocimientos religiosos en una redacción bastante anticlerical. Arrancaba la primera entrega con una frase de Pío X, otro Papa campechano, como Francisco: «Dicen que hago milagros, es que en esta vida hay que hacer de todo».
La sorprendente muerte del último Papa italiano, Juan Pablo I, el Papa que no quería ser Papa, nos convirtió a todos en vaticanistas. Sus gestos –pese a un pontificado de solo 33 días– hicieron que fuera un Papa muy popular: el primero en no utilizar el nos mayestático y en renunciar a la silla gestatoria. Su lema papal lo dice todo: «Humilitas». Por si fuera poco popular, Coppola no sólo lo convirtió en personaje de «El Padrino III» (1990), encarnado por Raf Vallone, sino que le hace morir por envenenamiento.
El miedo a otro pontificado breve hizo que el cónclave eligiera como sucesor a un polaco joven –solo 58 años–, enérgico y atlético, capaz de realizar 144 viajes por Italia y 104 por el resto del mundo. A Juan Pablo II se le atribuye un papel decisivo en el fin del bloque del Este. Sobrevivió a dos atentados. Conservador, erradicó la Teología de la liberación. En su etapa, salieron a la luz los grandes escándalos financieros del Vaticano; El Banco Ambrosiano; el banquero de Dios, Roberto Calvi que apareció ahorcado en un puente de Londres; el arzobispo Marcinkus, al que se relacionó con la muerte de Juan Pablo I.
De Benedicto XVI nos queda la imagen del Papa intelectual. Un sabio, dicen muchos. Durante su pontificado estallaron los casos de pederastia y nuevos escándalos financieros, como el vatileaks, arrastrados del pasado. Hay quien dice que fue demasiado para un hombre que lo que más le gustaba en la vida era el retiro y el estudio. Al final se recordará, sobre todo, por ser el primer Papa en dimitir en seis siglos y provocar la coexistencia inédita de dos papas vivos.
El otro Papa, claro, era Francisco. Un Papa muy diferente a sus predecesores. Argentino, futbolero, dicharachero, campechano, social. Aunque no reformó nada de lo esencial de la doctrina de la Iglesia, sí abrió puertas secularmente cerradas. Las airadas reacciones tras su muerte demuestran que ha sido el Papa de la discordia, de la polarización, del mundo al revés, aclamado por la izquierda y denostado por la extrema derecha.
El Papa que elija el Cónclave, que comienza sus reuniones la semana que viene, será el número 267 de la historia y el séptimo de mi vida. Se puede ser católico, budista, musulmán, ateo, agnóstico o lo que se quiera, pero la elección de un nuevo Papa no puede dejar indiferente a nadie, porque será decisivo en su vida, incluso a su pesar.
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