Un columnista también debe saber enfrentarse a asuntos aburridos. Por ejemplo, Román Rodríguez. El expresidente ha condensado en reciente discursos todas las tontadas por él repetidas en los últimos meses. Nueva Canarias nunca ha estado en crisis. Lo que ocurre es una conspiración entre Fernando Clavijo Teodoro Sosa para destruir el nacionalismo de izquierda en Gran Canaria. El proyecto más oneroso y al mismo tiempo icónico del supuesto nacionalismo de izquierda es la central de Chira, cuya multimillonaria explotación se ha cedido a una empresa peninsular y que afectará destructivamente –ya lo está haciendo – a parajes y lugares protegidos legalmente en el espacio con mayor biodiversidad de la isla: el barranco de Arguineguín. Francamente es difícil decidir si este estúpido proyecto – técnicamente anacrónico desde hace ya lustros – es más nacionalista o más de izquierdas. A mí se me antoja que es más Morales, más Rodríguez y más Carmelo. Y nada más.
Tramas, conspiraciones, ambiciones criminales, malvados pululantes, traidores miserables, cómplices hipócritas. Cuando un líder sustituye el análisis político con el guión de una telenovela está perdido. Rodríguez montó Nueva Canarias –cerrando acuerdos con alcaldes, garantizándose financiación electoral, preparando estatutos y programas – cuando todavía ocupaba un escaño por CC en el Congreso de los Diputados. Lo hizo sin mayores disimulos, sin especiales reservas ni precauciones. Su objetivo era – es que se lo escuchó más de una vez y más de tres– eliminar a Coalición de Gran Canaria. Reducirla a una anécdota. Acabar con ellos.
Y empezar así a erosionar su poder autonómico. Como presidente del Gobierno no le importó pactar con el PP. Después, para conseguir que sus sueños húmedos no se secaran, se alió con fuerzas tan poco nacionalistas y tan poquísimo de izquierdas con el CCN y el PIL ya zombificado para intentar aumentar sus votos y/o o implantarse fuera de Gran Canaria. Sin reparos, sin miramientos, sin coherencia. Hasta que llegó a la síntesis final: NC debería ser una respetadísima chacha caanrista del PSOE. Rodríguez se transformó en una Gracita Morales siempre atenta a los deseos del señoritoooo, aunque a veces arrugases los morros o mantuviera un desacuerdo casi maternal con Madrid o con Arucas.
De manera que sí, Román, estimado pibe sexagenario, quieren quitarte los votos. Convencer a una parte sustancial de tu electorado, en definitiva, que voten por ellos, por los disidentes, por los alcaldes que todo iluminabas con tu luz, la energía de tu bigote pedroinfante, tu cháchara siempre inspirada. Gestionas un concepto curioso de democracia parlamentaria desde ese convencimiento previo de que los votos son tuyos y si se te pierden es que te los han mamado, oh, malditos carteristas. Lo que peor entiendo es la actitud de aquellos que te rodeaban mientras soltabas tu penúltimo rollo, tu definitiva carta de suicida feliz. NC podría sacar, sin alcaldes y todo, un par de escaños en la Cámara regional.
Y uno de ellos sería para Rodríguez. Cabeza de lista por la circunscripción insular, por supuesto. Faltaría más. El otro escaño que se lo disputen en ejemplar arrebatiña Luis, Carmen o Esther. Se acabó cualquier generosidad. Empezará la lucha por la supervivencia: cualquier cosa antes de volver al aula, a la mesa funcionarial, a llevar la contabilidad de fincas agrarias. ¿Quieren terminar así? ¿Hostiándose y retorciéndose bajo una piñata ruin? Porque lo más necio del guión de la telenovela de Rodríguez es esa fantasía de unos coalicioneros que sueñan con desanimarlos e impedir que se presenten. Sospecho que si uno estuviera en el lugar de Clavijo –dios me libre – animaría a NC a que se presente para que su voto no huya en parte al PSOE. Pero Román, como todas las abuelas, prefiere su telenovela.
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