Manolete, si no sabes torear…

A juzgar por los llantos que leo, Mario Vargas Llosa gozaba de billones o trillones de relectores. Algunos –vista su edad– debieron de comenzar a leerlo ya en la panza materna, y a releerlo cuando el destete. En España, en cuanto palmas, te llueven a chaparrón adoradores, conocedores, presuntos expertos y efusivos tertulianos palmeros. Entre ellos, me alegra el día ver cómo vacilan antiguos progres rojazos que, cuando en 1974 escribía mi tesina sobre MVLl, casi me crujen por estudiar al que el Partido había anatemizado como conspicuo agente de la CIA. También me lo alegra la censurilla fina que destilan los moralistas de braguetas ajenas, atentos a preysleres y otras tías julias. Compruebo a carcajadas que hay analfabetos críticos que lo tienen por escritor de ambición «foneriana» (no «faulkneriana», que sería lo correcto y lo mucho pedir). Parecen mis alumnos de los 80 cuando se partían de risa trafulcando el primer apellido del autor por «Bragas», ya ven.

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