Al relato del Gobierno se le han agotado las pilas

Lo único que no ha dejado de funcionar en España durante el apagón eléctrico es la maquinaria de producción de relatos de la Moncloa.

Desde antes incluso de que Pedro Sánchez compareciese el martes a mediodía, los tertulianos matutinos de guardia y los replicantes digitales ya habían restablecido el suministro de la narrativa auxiliar de este gobierno de tahúres.

La consigna se resume en el contrafáctico ensayado en ocasiones anteriores: no es momento de pedirle cuentas al gobierno, que ha tenido que lidiar con una circunstancia inédita que un Ejecutivo del PP habría gestionado mucho peor.

En la rueda de prensa, el presidente ha oficializado esta narrativa exculpatoria, endosándole la responsabilidad a los actores privados. Y eso, si se puede hablar de responsabilidad. Porque estamos ante unas «dificultades sobrevenidas» que escapan al control de cualquier gobierno.

Es decir, una burlona expiación análoga a la que proclamó cuando imputó de forma infame la tragedia de Valencia al cambio climático. En el caso de este lunes, como si la caída del sistema eléctrico público fuera una desgracia que se cierne sobre un país con la inexorabilidad de una catástrofe natural.

No en vano, Sánchez ha incluido el apagón dentro de la retahíla habitual de crisis que menta para enjuagar su clamorosa ineptitud política: el volcán de La Palma, el temporal de Filomena, la pandemia de la Covid-19, la guerra de Ucrania, la Dana.

El problema es que este relato de los contratiempos históricos ha dejado de dar los réditos atenuantes que se buscan con ella.

Al contrario, ya resulta contraproducente para la Moncloa.

Porque, como dice el presidente, este gobierno «ha tenido que gestionar muchas crisis» y, en efecto, «los resultados están ahí».

Aquí está precisamente la clave: salvo para los desmemoriados más patológicos y el oficialismo más contumaz, cualquiera de los resultados del manejo gubernamental de aquellas crisis está a kilómetros de resultar satisfactorio.

¿De verdad cree el gobierno que resulta tranquilizador invocar emergencias que evocan la parálisis de las ayudas para los afectados de La Palma, el exceso de mortalidad y las restricciones inenarrables de la pandemia, o la inacción durante los días que siguieron a las riadas?

Cuanto más fatigue el relato de la resiliencia, la épica de un gobierno que, como las liebres, corre más cuesta arriba que cuesta abajo, tanto más se asentará la convicción de que es justo al contrario. Porque hasta el más desnortado llegará a atar cabos y a plantearse que si España está permanentemente en estado de emergencia, a lo mejor el principal encargado de la seguridad nacional tiene también algo que ver en ello.

El discurso de un gobierno que se crece en las dificultades podría resultar convincente si no fuera porque ha dilapidado todo su crédito en la gestión de episodios catastróficos anteriores, algunos muy recientes. Es difícil que el gobierno se aparezca como un protector solvente cuando, de forma matemática, ha acabado sucediendo todo lo que perjuraba que no iba a suceder.

Es directamente enloquecedor que, después de haber quedado desautorizados todos sus vaticinios, el presidente persevere en el soniquete de la alerta contra la «desinformación», en una comparecencia en la que, además, nos ha vuelto a hacer luz de gas sobre lo que para cualquiera resulta evidente.

Si a esto se le suma que, a base de mentiras, Sánchez se ha labrado una reputación que invita, como actitud prudencial, a asumir que hará por sistema lo contrario de lo que dice, resulta que la última persona en el Reino a la que los ciudadanos buscarían para transmitir confianza es el presidente del Gobierno. Y esto es una calamidad mayúscula.

Ahora Sánchez está cosechando los frutos de su estrategia de supervivencia, cuya contrapartida ha sido la de asolar todo el ecosistema institucional español, generando una irreparable crisis de credibilidad.

Y no está desconectada de esta desarticulación institucional la metástasis que ha llevado a España a una disfuncionalidad crónica, que ha quedado plasmada de forma indeleble este lunes.

Con sus pseudoexplicaciones sobre el apagón, Sánchez ha vuelto a manifestar que este es un Gobierno afanado en la comunicación que, a la hora de la verdad, no tiene nada sobre lo que informar. Pero a la factoría de ficción del gobierno se le han agotado las pilas.

Porque, tras la enésima crisis, será difícil que no cunda la impresión de que, una vez más, los supermercados han funcionado mejor que la Administración. Que en un momento en el que el esfuerzo fiscal está en cotas olímpicas, lo único que los españoles vean sea un Gobierno cada vez más fuerte y un Estado cada vez más débil.

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