Estampa de Álvaro Pombo

Esa fragilidad de Álvaro Pombo en el Premio Cervantes es una estampa lírica, una línea invisible que dibuja y escribe al caballero de triste figura al encuentro de la dignidad. Aunque está escribiendo una novela, y seguirá escribiendo hasta la última bocanada de aire, un hombre recibe el premio cimero de las letras en español y convierte el acto de recogerlo en una última lucha. Tanto que ni siquiera puede leerlo él. Escucho su discurso leído por Mario Crespo en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, pero estoy sólo dos bancos más atrás y no dejo de mirar a Álvaro Pombo, encogido en su silla de ruedas, examinándose las manos con una lenta extrañeza, como si estuviera siguiendo el ritmo de sus propias palabras tocándose los dedos, afinando las teclas de su piano. Las muñecas finísimas que parecen bailarle dentro de los puños anchos de la camisa, cerrados con gemelos brillantes. Está elegante Álvaro Pombo en su fragilidad, con el chaqué y el gorro de lana para protegerlo del frío que también nos estremece a los demás cuando se abre la puerta. Está apergaminado y quijotizado, y se lo dice el Rey en su discurso, como si el propio cuerpo de Álvaro Pombo se hubiera convertido en su escritura. No puedo dejar de contemplarlo mientras escucho a Mario Crespo reproducir su discurso, como si en cada gesto mínimo de Pombo se pudiera atisbar un guiño interior de su propia escritura, que no me parece de cristal, sino muy recia, divertida y honda, completamente Álvaro Pombo.

Fuente