En las profundidades del océano, donde la luz solar se desvanece hasta desaparecer, se esconde un banquete crucial para algunos de los depredadores más emblemáticos del mar. Los atunes de ojo grande (Thunnus obesus), los atunes de aleta amarilla (Thunnus albacares) y los peces espada (Xiphias gladius) obtienen entre el 50% y el 60% de su dieta de la zona mesopelágica, una capa oceánica ubicada entre 200 y 1.000 metros bajo la superficie.
Estos hallazgos, fruto de un estudio liderado por investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y la Institución Oceanográfica Woods Hole (WHOI) y publicado en la ‘ICES Journal of Marine Science’, subrayan la vulnerabilidad de estas especies ante la creciente presión pesquera en aguas profundas.
La zona mesopelágica, también conocida como ‘zona crepuscular’, es un ecosistema frío y oscuro que alberga una biodiversidad única. Según estimaciones recogidas en el estudio, esta región contiene cerca de 10.000 millones de toneladas de biomasa, incluyendo peces linterna, calamares y especies serpentinas como las barracudinas.
Atún aleta amarilla cargado en un camión para su transporte. / Wibowo Djatmiko
A diferencia de las aguas superficiales, donde los nutrientes son escasos, la zona crepuscular concentra sus recursos en capas específicas. «Es como un ‘buffet’ de profundidad«, explica Ciara Willis, autora principal del estudio.
«Para los depredadores del océano abierto, encontrar estas capas de alimento concentrado es vital. Eso los lleva a interesarse en la zona crepuscular», añade la científica.
Aminoácidos esenciales
Con el objetivo de determinar la dependencia de estos peces de la zona crepuscular, el equipo analizó muestras de tejido de 123 ejemplares capturados por pescadores comerciales en Nueva Jersey y Florida. Mediante técnicas de análisis de isótopos estables de aminoácidos esenciales, los científicos rastrearon el origen del carbono en los depredadores.
Estos aminoácidos, producidos únicamente por organismos en la base de la cadena alimentaria (como fitoplancton o microbios), conservan su firma isotópica a medida que ascienden por la red trófica.
«La hipótesis era que podríamos distinguir entre el carbono derivado de aguas superficiales, dominado por fitoplancton, y el de aguas profundas, más vinculado a microbios«, detalla Willis.
Los resultados confirmaron que los tejidos de los depredadores contenían una mezcla de ambas fuentes, con un predominio de carbono procedente de la zona crepuscular.

Subasta de pez espada en la lonja de pescado de Vigo. / José Antonio Gil Martínez
El estudio identificó diferencias clave en los hábitos alimenticios de las tres especies. El atún de ojo grande mostró la mayor consistencia, con un 62% de su dieta proveniente de la zona crepuscular; el atún de aleta amarilla presentó mayor variabilidad individual, aunque en promedio el 46% de su carbono era de origen mesopelágico; y en el caso del pez espada, solo el 28% de su dieta se vinculó a la zona crepuscular, posiblemente debido a su preferencia por calamares que habitan capas intermedias.
«El atún de ojo grande sería el más vulnerable si se altera la zona crepuscular, ya que depende mucho de ella y muestra poca flexibilidad», advierte Willis.
Los riesgos de la sobreexplotación
Los patrones de buceo de estas especies también influyen en su acceso al alimento. Mientras el pez espada sigue el movimiento diario de la comunidad mesopelágica (ascendiendo de noche y descendiendo al amanecer), el atún de ojo grande realiza inmersiones cortas y frecuentes durante el día. El atún de aleta amarilla, por su parte, aprovecha el crepúsculo para cazar presas en transición entre capas.
«Estos comportamientos evolucionaron para maximizar el acceso a presas concentradas en un océano que, de otro modo, es un ‘caldo delgado‘ de recursos», señala Willis.
El interés comercial en la zona crepuscular ha crecido en los últimos años, principalmente para extraer harina de pescado y aceites. Sin embargo, el estudio alerta sobre los riesgos de explotar este ecosistema sin regulación.
«Si se pesca intensivamente allí, podría haber consecuencias imprevistas para especies como los atunes, que ya están bajo presión«, alerta Willis.

Zona crepuscular. / azti.es
La investigadora destaca que muchos stocks de peces epipelágicos (superficiales) están sobreexplotados, lo que limita la capacidad de los depredadores para sustituir el alimento mesopelágico. «Necesitamos ser muy cautelosos: cualquier cambio en la zona crepuscular podría afectar la rentabilidad de las pesquerías existentes», insiste.
El estudio subraya la necesidad de integrar estos hallazgos en modelos de gestión pesquera. «Comprender cómo fluye el carbono a través de las redes tróficas es clave para proteger tanto a los depredadores como a sus presas», concluye uno de los coautores, Simon Thorrold.