El pasado 20 de febrero se conmemoró el nacimiento de la Academia General Militar (AGM). Esa fecha recuerda a dos, en 1882 y 1927, cuando se inauguró en España la primera academia para todas las Armas en Toledo y, muchos años después, cuando el rey Alfonso XIII firmaba, a propuesta del dictador Miguel Primo de Rivera, la reapertura, que sería en Zaragoza.
Durante muchos años los oficiales españoles se formaron en acuartelamientos o en centros docentes diferenciados por Armas. En caso de combate era allí, sobre la marcha, donde debían poner en común sus acciones. Algunas academias llegaron a gozar de una merecida fama, ya que en ellas se transmitían conocimientos muy avanzados en lo militar y, a veces, civiles. Baste como ejemplo la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona, que fue creada el 15 de octubre de 1720 y en la que se formaron los oficiales del Cuerpo de Ingenieros nacido unos años antes, en 1711. Allí estudió, entre otros, Félix de Azara.
El 29 de diciembre de 1874 el general Arsenio Martínez Campos decidió que Alfonso, el hijo de Isabel II, que había sido derrocada en septiembre de 1868, debería ser el nuevo rey. Dicho y hecho: pronunciamiento. El joven Borbón se encontraba en Inglaterra, en la academia militar de Sandhurst y sentía una especial atracción por lo militar, por lo que quiso imitar el modelo inglés y con la inestimable ayuda de Martínez Campos, ahora ministro de la Guerra, consiguió que el gobierno, presidido por Práxedes Mateo Sagasta, creara la Academia General Militar, con sede en Toledo, en las instalaciones que hasta esa fecha habían albergado al centro de formación de los oficiales del Arma de Infantería.
Siendo Sagasta presidente del gobierno en 1893 se cerró la AGM toledana. El instigador de este cierre fue el entonces ministro de la Guerra, general José López Domínguez, del Arma de Artillería. Explicar los motivos por los que este militar propuso el cierre de la AGM sería largo de detallar, excediendo en mucho la extensión de este artículo, pero baste con decir que los oficiales artilleros han tenido tradicionalmente cierta propensión a no querer mezclar su formación, muy técnica y larga, con la de otros, sobre todo de Infantería y Caballería, menos especializada. Debo recordar que, a estas alturas, 1893, el Arma de Artillería había sido disuelta ya dos veces (lo sería en el futuro otras dos) por sus graves diferencias con otros oficiales, a su juicio con menor formación y privilegiados en los ascensos por méritos de guerra.
De los alumnos que se formaron en esta AGM el primero en ascender a general fue Miguel Primo de Rivera, detalle muy importante. Cuando se hizo con el poder, por la fuerza, en 1923, tenía en su cabeza ya la idea de reabrir un centro único, siguiendo el modelo toledano en el que él estudió. Dado que gobernó dictatorialmente no tenía que rendir cuentas ante nadie, por lo que planteó a Alfonso XIII su intención. Este rey, que no conoció a su padre, fue educado con un exceso de mimos por parte de su madre viuda y con un programa que dejaba mucho que desear. Expuso claramente desde el primer momento en el que comenzó a reinar su inclinación por lo militar. Si a su padre se le conoció como el rey soldado, lo quiso imitar. Si Alfonso XII fundó la AGM toledana, Alfonso XIII la volvería a abrir. Sobre la ubicación dejó que Primo de Rivera decidiera.
La Gran Guerra (1914-1918) cambió las reglas en los usos castrenses. Lo que sirvió en 1882 podía no ser útil en 1927. La decisión de ubicar la nueva AGM en una u otra ciudad se apoyó en dos factores. El primero, un informe del general Riquelme, antiguo ministro de la Guerra, en el que detallaba las características exigibles a un centro de formación para oficiales del Ejército de Tierra que sirviese para las nuevas formas de combatir. El segundo, una persona, el general zaragozano (de Torres de Berrellén) Antonio Mayandía, que formó parte del Directorio Militar de Primo de Rivera y que al oír al dictador su intención de crear una nueva academia dio órdenes de ampliar el tamaño del campo de maniobras existente en las afueras de Zaragoza, próximo a la carretera de Huesca, factor determinante según el informe que conocía bien. Y acertó ya que Toledo no cumplía con los requisitos precisos.
Sobre la persona que debía dirigir el centro no hubo duda alguna, el general Franco. La opinión de este, contraria a la ubicación zaragozana, no fue tenida en cuenta. Tres cursos, 1928-1929, 1929-1930, y 1930-1931, permaneció abierta, hasta que Azaña decidió cerrarla. Tras la guerra civil, Franco decidió reabrirla, pero no mantuvo la tradición de que el 20 de febrero fuese la fecha de la firma con esa decisión ni la de su inauguración oficial.
Don Juan Carlos, Felipe VI y la princesa Leonor se han formado en sus aulas. Hoy es un centro puntero entre sus similares en el mundo y alberga al Centro Universitario de la Defensa ya que un teniente cursa estudios de ingeniería de la Universidad de Zaragoza, además de los específicos militares.
Suscríbete para seguir leyendo