El Papa Francisco nombró a 108 de los 135 cardenales, pero no todos comparten su visión

Cuando el Vaticano confirmó la muerte del papa Francisco el pasado 21 de abril, el murmullo que recorrió la curia no fue solo de duelo, sino de maniobra. Los pasillos que Jorge Mario Bergoglio había recorrido con sandalias gastadas y frases desafiantes se llenaron de ecos de lo que viene: un cónclave preparado en la sombra, movimientos que ya estaban en marcha y un libro que trata de contar todo lo que lo rodea.

Cónclave, el nuevo trabajo de Eric Frattini, sale a la venta el próximo 1 de mayo. Y en esta conversación urgente, casi improvisada, con EL ESPAÑOL, su autor abre la puerta a las intrigas que se mueven tras las sotanas. «Ya estaban todos convocados antes de que el cuerpo frío tocara el suelo», dice Frattini. No es una exageración, sino parte del juego.

«En el Vaticano nada es improvisado. El ‘pre-cónclave’ comenzó cuando Francisco empezó a mostrar signos de debilidad». Los extrovertidos y los introvertidos, como llama a las dos grandes facciones cardenalicias, se pusieron en marcha. Los primeros, fieles al papa argentino y supuestos continuistas con su forma de hacer. Los segundos, alineados con el «triunvirato» de conservadores duros: Robert Sarah, Raymond Burke y Gerhard Müller.

Francisco, sabiendo que el tiempo se agotaba, dejó sembrado su legado en la aritmética del futuro: 108 de los 135 cardenales con derecho a voto fueron nombrados por él. Pero ni siquiera eso garantiza una sucesión pacífica. «Muchos de esos cardenales vienen de lugares donde la visión de Francisco no se traduce igual», explica Frattini. «Hay obispos africanos, como el de Kinshasa [República Democrática del Congo], que defienden posturas muy conservadoras en temas LGTBI. El hecho de que Francisco los elevara no significa que comulguen con su apertura».


Eric Frattini (i) junto a Alfredo Macchi (d) de TG5 de Italia, en la Piazza San Pietro (8 marzo 2013).

Cedida.

Guerra de ideas

Lo que se avecina no es solo una votación. Es una guerra de ideas. En su libro, Frattini describe cómo las decisiones de Francisco despertaron resistencia: el intento de reforma de la Curia, el control financiero del IOR (Banco Vaticano), la lucha contra los abusos sexuales. Y, sobre todo, la famosa nota a pie de página de Amoris Laetitia, que dio pie a que lo acusaran de herejía por permitir la reintegración de divorciados. «Fue el primer papa en la historia moderna acusado formalmente de hereje por teólogos católicos», recuerda el autor.

El libro, al que ha podido acceder este medio, dedica un capítulo completo a ese momento clave: la llamada «Carta de los 62», firmada por teólogos y académicos que cuestionaban abiertamente la ortodoxia del Papa. En ella, se amparaban en el Derecho Canónico para acusarlo de contradecir la doctrina. No era solo una queja ideológica, sino un intento de marcarle límites legales dentro de la propia estructura eclesial.

Esa tensión interna también tiene rostros. Francisco fue, según Frattini, un «cortacabezas». Su purga silenciosa dentro de la Curia eliminó a quienes consideraba obstáculos. Algunos con mano firme, otros con movimientos calculados que hoy se interpretan como posibles maniobras preelectorales. En el capítulo titulado «Los enemigos del Papa», el autor desglosa los ceses, marginaciones y sustituciones con nombres y apellidos. Una limpieza quirúrgica, dice, que buscaba allanar el camino a una sucesión afín.

Portada de 'Cónclave', el nuevo libro de Eric Frattini publicado por Espasa.


Portada de ‘Cónclave’, el nuevo libro de Eric Frattini publicado por Espasa.

Pero ni siquiera ese control le permitió avanzar del todo. «Francisco llegó desde el fin del mundo y no conoció bien la Curia romana. Y la Curia no perdona la debilidad», sostiene Frattini. El intento de transparencia económica también naufragó: en 2013, el Papa ordenó una auditoría completa de las finanzas vaticanas. Se recopiló información clasificada. Y justo antes de entregarla, alguien entró en el edificio donde estaba guardada la documentación y robó todo. Con soplete. Literalmente.

El nuevo Papa

Hay un factor clave que se escapa de la mirada europea: el crecimiento de la Iglesia en África y Asia. «Allí es donde están los nuevos católicos», apunta Frattini. «Europa y América Latina son territorios saturados o en declive. Pero en Asia y África, la Iglesia crece, y por tanto, esos cardenales tienen cada vez más peso. Al final no es solo una cuestión de espiritualidad, es geopolítica pura». La elección del próximo papa no será indiferente a esta realidad.

«El perfil del nuevo pontífice podría perfectamente responder a esa lógica: un rostro no europeo, que hable al sur global, donde se juega el futuro de la Iglesia». Pero, entonces, ¿ahora, qué? Frattini no da nombres, pero admite que hay favoritos. Menciona, sin decirlo del todo, a figuras como Pietro Parolin, el africano Dieudonné Nzapalainga o el filipino Luis Antonio Tagle.

La Iglesia es maestra en el arte del gesto, pero muy lenta al cambio estructural

Eric Frattini

«Lo que está en juego es si la Iglesia va a consolidar la visión de Francisco o si vendrá una contraofensiva conservadora. No hay centro. Esto es una encrucijada». Sobre si está la Iglesia Católica realmente en vías de convertirse en un bastión del progresismo mundial, Frattini es escéptico. «Francisco abrió ventanas, pero no tiró muros», afirma. La mayoría de las reformas quedaron en el papel o naufragaron ante la resistencia de la Curia.

«El riesgo ahora es que el sucesor utilice la estética de la apertura para consolidar una estructura igual de rígida. La Iglesia sabe vestirse de modernidad sin ceder una pulgada de poder real». El autor insiste en que el próximo papa no solo tendrá que lidiar con los fantasmas del pontificado anterior, sino con una presión internacional que busca en la Iglesia un aliado en causas sociales, climáticas y éticas. «Pero no es lo mismo hablar que transformar. La Iglesia es maestra en el arte del gesto, pero muy lenta —cuando no reacia— al cambio estructural».

En una ilustración, progresistas y conservadores velan armas por la sucesión.


En una ilustración, «progresistas» y conservadores velan armas por la sucesión.

Guillermo Serrano Amat.

«La Curia no le dejó»

Frattini no se anda con rodeos al trazar un balance final: «Francisco fue el papa que quiso ser reformista, pero no lo dejaron». Su pontificado, explica, se quedó en grandes titulares y frases icónicas —como el famoso «¿quién soy yo para juzgar?»—, pero sin aterrizar en reformas estructurales. El problema, dice el autor, no fue de intención, sino de maquinaria: «Se le subió el Vaticano a la chepa». Por más cabezas que cortó y por más esfuerzos que hizo, no logró dominar del todo la Curia, una institución que «no perdona la debilidad».

Intentó cambiar la doctrina sobre divorcio, homosexualidad o transparencia financiera, pero casi siempre acabó bloqueado por prefectos y cardenales aferrados al dogma. «Murió con la espinita de no haber conseguido lo que quería», apunta Frattini. Y esa espina marca ahora el tono del cónclave que viene: una Iglesia en disputa, en el umbral entre continuidad y contraofensiva.

Francisco, en el balcón de la basílica de San Pedro tras ser elegido Papa el 13 de marzo de 2013.


Francisco, en el balcón de la basílica de San Pedro tras ser elegido Papa el 13 de marzo de 2013.

Dylan Martinez.

Reuters

Cónclave, que pronto comenzará a imprimirse y un poco después podrá encontrarse en librerías, no solo radiografía esa batalla. Es también un recorrido por los fantasmas de papados pasados, los mecanismos ocultos del poder vaticano y las claves para entender por qué el trono de Pedro sigue siendo, quizá, el lugar más político del mundo.

Frattini repasa, por ejemplo, cómo se maniobró en la elección de Francisco en 2013 desde el llamado «grupo de San Galo», una mafia eclesiástica que actuó en la sombra para frenar a los más conservadores. Porque los cardenales también conspiran, también trazan alianzas. «El que entra papa al cónclave, sale cardenal», dice el viejo adagio vaticano. Pero esta vez, con un pontífice que murió dejando la partida en tablas, quizá la historia tenga ganas de hacer jaque mate.

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