Ilustración de Elisa Martínez / Elisa Martínez
La nación que parió al Papa Francisco luego votó a Javier Milei. ¿De cuál de los dos ilustres argentinos nos sentimos más contemporáneos? El presidente que llegó a llamar «imbécil» y «representante del maligno en la casa de Dios» al sucesor de Pedro le ha despedido con el debido respeto; un gobernante de tan histriónico perfil nunca desdeñaría sumarse al gran espectáculo que la Iglesia va a organizar las próximas semanas, aunque eso suponga reprimir un par de chistes mientras dure el luto oficial. Con la muerte de Jorge Bergoglio nos quedamos sin el mejor abanderado de la cultura woke, tan denostada y combatida últimamente. Hasta en el último de sus discursos, presentes la inmigración, los pobres, los débiles, la ecología, Gaza. No se le caían de la boca los desheredados de la tierra, por mucho que luego a la hora de ajustar cuentas sobre su legado, la Iglesia no se haya movido casi nada de sus posiciones. Permanece anclada en las más rancias esencias, en el sexismo, en el mirar al otro lado a su conveniencia, en la ocultación de la plaga de pederastia que cobija y en el mantenimiento de sus privilegios. El Pontífice inteligible, y no por ello menos intelectual que sus antecesores, divulgaba un mensaje de belleza, justicia y bondad, tan parecido al catecismo que aprendimos de pequeños y a la prédica del santo de Asís cuyo nombre eligió: amaos los unos a los otros, somos hermanos, cuidad la naturaleza, bienaventurados los pobres. Abrió rendijas para que por ellas se colaran homosexuales, divorciados, mujeres. Hoy sus enseñanzas son risibles, ridiculizadas, ¿cómo que detener la matanza de niños palestinos?, vamos a aumentar el gasto en armas; ¿cómo que respetar la orientación sexual?; ¿clamar por los refugiados? No se lleva el bien común, estamos en el gobierno de la testosterona, la fuerza, la ostentación de la riqueza, el desprecio al diferente y la guerra. Si Donald Trump tuviera el más mínimo indicio de que las ideas buenistas fluyen e influyen, y chocan con sus políticas de odio al extranjero y al necesitado, seguro que pondría aranceles al Vaticano. Pero no es el caso, la exportación de la Palabra no supone el más mínimo peligro para la ideología supremacista e individualista que sustenta su cerril misión.
Estos días, en todas las ciudades miles de personas, han participado en la procesiones de la Semana Santa, que vive un resurgimiento claro. Las iglesias, sin embargo, no se llenan los domingos. La parafernalia (amén de bodas, bautizos y comuniones) tiene más predicamento que el mensaje, es fotogénica y queda hasta bien en las redes sociales. Ni en las calles, ni en los presupuestos públicos, se refleja el estado laico que decimos ser. Hay Iglesia católica para rato, la cuestión es cómo evolucionará. Por mucho que Francisco sometió a una buena poda todo el proceso funerario y de elección de su sucesor, vienen días de boato y ceremonial con más de la mitad del clero, el femenino, excluido de las deliberaciones. En el Vaticano, solo votan ellos. Afirman que la reforma que el Papa fallecido practicó en el colegio cardenalicio, donde sus partidarios suman mayoría, vaticina un relevo cercano a su pensamiento. Si una mayoría conservadora le eligió a él, no veo por qué no va a ocurrir eso mismo pero a la inversa, y salir un Pontífice reaccionario, acorde a los tiempos «sin filtros» que corren, que eche otra palada de tierra a la cultura woke. Un alineado con Francisco, otra voz discordante, será un milagro.