Con esa solemnidad que la Iglesia católica solo escenifica en sus momentos más importantes, entre coros de la capilla Sixtina y el sonido de las campanas, el Vaticano ha abierto este miércoles sus puertas para que cientos de miles de personas desfilen y rindan su último homenaje al difunto Papa, fallecido el lunes lunes por un derrame cerebral y una posterior insuficiencia cardíaca. Después de trasladar el cadáver de la casa de Santa Marta -donde Francisco vivía y murió- a la basílica de San Pedro, y tras oficiarse una misa, se inició una procesión con unos 80 cardenales que concluyó con la entrada de Francisco por la puerta central de la basílica.
La imagen no defraudó. En un ataúd de simple madera y adornado con una tela roja, el difunto Papa fue llevado sobre los hombros por catorce sediarios con moño y guantes blancos, escoltados por ocho alabarderos de la Guardia Suiza papal y catorce penitenciaros con unas estolas roja y antorchas. Pasaron a despedirse después, de dos en dos, cardenales, obispos, sacerdotes, diáconos y demás eclesiásticos y gentilhombres, que iban inclinándose ante el ataúd del Papa.
A partir de ese momento, en un día soleado en Roma, decenas de miles de personas, fieles comunes, comenzaron su peregrinación. Unos 20.000 ya estaban en la plaza, y los primeros fieles comenzaron a entrar en la basílica en torno a las 10.30 horas, después de que los responsables de seguridad de Roma y las autoridades vaticanas dieran inicio a la operación.
Venidos de todo el mundo
Para entonces, en medio del gran despliegue policial, ya habían empezado a verse las escenas más curiosas en la plaza de San Pedro. Jóvenes venidos desde todas partes de Italia para rendir tributo al Papa. Familias enteras que llegaban desde México, Australia, Filipinas, o España. Monjas de países de Asia y África. Muchos de ellos dispuestos a esperar horas y horas al aire libre con tal de poder entrar en la basílica de San Pedro y postrarse ante Francisco.
Como Geraldina, una italiana de 32 años. «Sí quiero hacer la cola. Es un momento histórico. Este Papa hizo la diferencia al hablar a jóvenes homosexuales, no discriminaba a las personas», explicaba la joven, del norte de Italia. «Esperaré horas si tengo que hacerlo», coincidía Joseph, su novio australiano, de Sídney.
Más allá, Aranceli, una ingeniera mexicana de 28 años, iba con un grupo con guía. «Estoy aquí con mi mamá y sus amigas. Somos seis y todas queríamos estar aquí hoy», explicaba. «Es una gran pérdida para la Iglesia. Este ha sido el Papa que más se enfocó en los pobres, y que supo hablar su lenguaje», opinaba la hermana Mary, de Kenia, que buscaba, algo perdida, la cola para acceder a la basílica junto a otras cuatro monjas franciscas de Timor Oriental.
No faltaron, de hecho, también los turistas sorprendidos por el revuelo. Como un grupo de mujeres de Corea del Sur que preguntaba cómo visitar las obras de los Museos Vaticanos, y otro grupo de jóvenes de Guatemala. Muy sorprendidos, ellos, por unos gigantescos fusiles anti-drones que portaban algunos soldados del Ejército italiano presentes en la plaza.
En esta conmoción algo caótica, la jornada la tarde del miércoles con la segunda congregación general de cardenales, el órgano supremo durante esta etapa de transición que decide sobre las exequias, la sucesión y los asuntos ordinarios de la Santa Sede.