Pena y tarima

No puedo creer que haga solo un año que Pedro Sánchez me hizo la confidencia de que estaba profundamente enamorado de su mujer. Quizá lo haya oído. La cosa vino porque se metió un juez de por medio. Desde entonces todo son forcejeos, uno para evitar la pena de paseíllo al juzgado, otro para darse alegrías de juez a puerta gayola.

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