No puedo creer que haga solo un año que Pedro Sánchez me hizo la confidencia de que estaba profundamente enamorado de su mujer. Quizá lo haya oído. La cosa vino porque se metió un juez de por medio. Desde entonces todo son forcejeos, uno para evitar la pena de paseíllo al juzgado, otro para darse alegrías de juez a puerta gayola.
Se llama pena de paseíllo o de juzgado –si avanza, de banquillo– a la que siente el personaje público al ir a declarar. Antes de ver al juez ya se nota condenado por la opinión pública y por un coro que se hará oír con palabras sucias. Ser visto en vías de comparecencia es incómodo como una foto ante un water porque sugiere que habrá una deposición. Frente al pelotón de fusilamiento de los cámaras, el compareciente imagina la página de prensa como patíbulo, el canutazo de radio como garrote y el corte de televisión cual guillotina.
Para evitar eso –y porque puede–, el Gobierno ha vuelto al juez ambulante y va a la Moncloa como un barbero que atusara a domicilio. El juez no está cómodo y cuando no le sobra un policía en el coche oficial le falta una tarima en la sala pública, aunque esté tomando declaración al ministro más bajito. Se juzga en contrapicado y la toga y las puñetas no hacen al juez tanto como la tarima. Los actores andan por el patio de butacas y los profesores bajan al pupitre, pero no hay misa sin altar ni juicio sin entablado que eleve . Un juez sin tarima es como una drag-queen sin plataformas. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», enunció Arquímedes; «dadme una tarima y haré justicia», clama su señoría.
Parecería que para hacer justicia y alejarse de lo que se juzga y de los prejuicios propios está bien poner distancia vertical, pero la altura no es para ver desde arriba, sino para ser visto desde abajo. La mejor silla de juez es la del juez de silla, alrededor de 1,93 metros para tener una visión clara de la pista de tenis y de los jugadores durante el partido, no para acojonar a los millonarios de la raqueta, pero el tenis empezó como un deporte entre caballeros y la justicia se practica entre sospechosos, en el mejor de los casos.
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