Mientras los cardenales y obispos daban el último adiós a Francisco uno por uno, una pequeña religiosa se saltó el protocolo y se colocó en uno de los lados para detenerse en oración durante varios minutos sin que nadie pudiera decirle nada: era sor Geneviève Jeanningros, amiga del papa y quien le llevo ante los últimos de Roma, los feriantes y las transexuales.
La monja, de 81 años, de la orden de las Hermanitas de Jesús y con una mochila sobre sus hombros, se acercó discretamente a la zona donde se había colocado el féretro del papa Francisco, fallecido este lunes a los 88 años, para rezar y llorar en silencio.
A pesar de que no formaba parte del rígido protocolo que obligaba a los cardenales, obispos y personal del Vaticano a ser los primeros en dar el adiós al pontífice, nadie se atrevió a decirle a la religiosa que ese no era su lugar y allí permaneció durante varios minutos.
La ‘enfant terrible’ llamaba el papa Francisco a esta religiosa que se dedica desde hace 56 años a asistir a las mujeres transexuales y a los feriantes de Ostia, la costa de la región del Lacio.
Sor Geneviève empezó cada miércoles a llevar a las audiencias generales a grupos de homosexuales y transexuales, muchas de ellas que ejercen la prostitución en esta zona degradada a las afueras de Roma.
En medio de la pandemia del coronavirus, junto con el párroco de la Santísima Virgen Inmaculada de la localidad de Torvaianica, don Andrea Conocchia, llamó a la puerta del cardenal limosnero Konrad Krajewski para que llevase ayuda a las personas que trabajan en las ferias y a la comunidad trans: unas 40 o 50 personas, muchas sudamericanas, que ya no podían trabajar.
Un miércoles acompañó a Claudia, a Marcella y a muchas otras transexuales para que conociesen al papa. «Incluso una fue asesinada poco después. Se habían tomado una foto con el papa, se la llevé y él rezó por ella», contaba a los medios vaticanos.