Virginia Casielles, historiadora del arte y especialista en el fenómeno migratorio de los indianos, firma esta serie de artículos sobre la huella en piedra que dejaron en Asturias los emigrantes que triunfaron en América. Esta especialista contará periódicamente para «Asturias Exterior» de LA NUEVA ESPAÑA, la historia constructiva y familiar que tienen algunas de las más señeras casas de indianos que hay en la región. Virginia Casielles es autora del libro “Una saga de maestros de obra”, sobre la familia Posada Noriega, que edificó numerosas casa de este tipo en el Oriente, y también de “El pequeño indiano”, la exitosa versión infantil del libro anterior.
Francisco Pérez Sánchez, más conocido como Pancho Pérez (Colombres, 1859-1930), era hijo de Francisco Pérez y Antonia Sánchez Borbolla, fue otro de los prohombres que, para empezar una nueva vida, junto a sus hermanos Dionisio y Manuel, puso rumbo a Cuba. Se fue con 16 años y volvió a su Colombres natal con 44. En Cuba, parte de su vida la dedicó a la joyería, donde tuvo su propio negocio, pero también fue un activo soldado combatiendo en la isla.
Francisco Pérez Sánchez como combatiente en Cuba. / Archivo familiar Rodríguez Pérez
Uno de los principales negocios emprendidos por Francisco Pérez fue su participación en la entidad benéfica Monte de Piedad, de la que los menos pudientes obtenían dinero en metálico sin interés alguno, a cambio de sus pertenencias como aval. Fue un político activo durante toda su vida: en América, fue un comprometido combatiente en la contienda cubana y, después de estar ya retornado en Asturias, fue elegido por 10 votos a favor y 1 en blanco como alcalde de Ribadedeva, jurando su cargo el 1 de enero de 1912. Así quedó recogido en los Libros de Actas de Sesiones, custodiados en el Archivo Municipal de Ribadedeva. Como evocación a su buen trabajo, la familia aún atesora un documento en recuerdo de su magnífica labor en las consistoriales.
Durante su mandato, uno de sus objetivos fue inculcar el respeto al medio ambiente con un fin cívico, pero también patriótico, por lo que, durante su legislatura, se celebraba rigurosamente la Fiesta del Árbol. Su origen, como señala El Correo del 28 de julio de 1894, se remonta a Nebraska, Estados Unidos, en 1872, cuando Stalung Morton creó una sociedad conocida como Arbor-day o Fiesta de los Árboles, en la que participaban los niños y niñas de las escuelas locales, además de quien quisiera ser socio, pagando una cuota de 1 dólar, tradición que sería importada a nuestro país.

Recuerdo de su labor como alcalde. / Archivo familiar Pérez Gutiérrez.
En España, una fiesta de carácter muy similar a esta fue celebrada por primera vez en 1805, en Villanueva de la Sierra (Cáceres), pero hubo que esperar a que quedara reconocida por Real Decreto hasta el 11 de marzo de 1904. Finalmente, en 1915 quedó impuesta con carácter obligatorio y nacional, aunque en buena parte de España se venía celebrando ya desde finales del siglo XIX. Por ello, Colombres no fue una excepción, y la Fiesta del Árbol de 1915 se celebró por todo lo alto, quedando instaurado como día oficial de esta festividad el 1 de marzo.

Fiesta del Árbol, 1916. / Archivo Municipal de Ribadedeva.
En ella, cada estudiante debía plantar un árbol. En los documentos de la época se hace referencia a plantar muchos eucaliptos por sus propiedades medicinales. La celebración, muy solemne e institucional, de estas fiestas siempre tenía la misma estructura: por la mañana, en la plazoleta de las Escuelas Públicas, el alcalde entregaba la bandera de España al maestro o maestra, quien posteriormente dirigía unas palabras explicando el significado patriótico de la misma y de la festividad que se llevaba a cabo.
Con un descanso para comer, la fiesta continuaba por la tarde. A las dos en punto, en formación con su respectiva bandera, cada grupo de estudiantes (niñas por un lado y niños por otro) partía en dirección a la Plaza de Manuel Ybáñez, donde las autoridades locales y muchos vecinos los esperaban. Una vez allí, después de saludar a la bandera enarbolada en el balcón de la Casa Consistorial, el alumnado cantaba el Himno al Árbol. Al terminar, ambas filas —una de niños y otra de niñas, con un árbol cada uno—, precedidos por maestros y maestras, se encaminaban hacia el lugar de la plantación, por la carretera que lleva a Bustio.

La Linde en construcción. / Archivo familia Rodríguez Pérez.
Tras el acto, amenizado por una banda de gaitas y voladores, se llevaba a cabo una merienda sufragada por la alcaldía y por los benefactores locales. A cada niño se le dispensaba una bolsa con la inscripción: Colombres, Fiesta del Árbol, marzo de 1915. En ella había un panecillo, una tortilla, frutas y algunas galletas, además de sidra dulce. Por razones de higiene, se regaló a todo el alumnado un vaso de cristal y una servilleta japonesa, con la misma inscripción que la bolsa.
La merienda y la fiesta posterior, amenizada por un pianillo de manubrio, tuvo lugar en la Plaza de Manuel Ybáñez, como queda reflejado en El Eco de los Valles del 10 de marzo de 1915. Las fiestas del árbol pasaron a ser consideradas uno de los eventos laicos más importantes de España, pues, al mismo tiempo que educaban y concienciaban, se reforestaban terrenos baldíos.
Ya en 1916, como se recoge en «Asturias: Revista Gráfica Semanal» publicada en La Habana con fecha de 7 de mayo de ese año, en la Fiesta del Árbol celebrada en Colombres participaron 400 niños y niñas escolarizados en todas las escuelas del concejo. La celebración fue amenizada por la banda de música de Llanes, que llegó en tren a la estación de Colombres y fue recibida allí por los estudiantes de Pimiango y Colombres, junto a sus maestros, mientras que el resto de los participantes de las otras escuelas se fueron reuniendo en la Plaza de Manuel Ybáñez. De ahí la importancia que cobró esta celebración en el concejo de Ribadedeva.

Francisco Pérez y Concepcion Noriega junto a sus hijos. / Archivo familiar Rodríguez Pérez.
Francisco Pérez, además, durante su mandato propició la compra de nuevos árboles, como se refleja en el Libro de Actas de Sesiones con fecha de 12 de abril de 1915, custodiado en el Archivo Municipal de Ribadedeva, donde se recoge una cuenta por un importe de treinta y siete pesetas con ochenta céntimos para la adquisición de 19 árboles destinados a la plaza del mercado, actual plaza de la iglesia. Esta iniciativa, impulsada desde su alcaldía, formó parte de un esfuerzo más amplio por concienciar a los vecinos sobre la importancia del medio ambiente y del civismo.
Mientras su vida profesional marcó profundamente al municipio, en el ámbito familiar también dejó huella. Francisco Pérez se casó con una de las hijas del farero de Pimiango Concepción Noriega Ruiz (Tierra de Lobos, Fuerteventura 1867- Colombres 1941) y tuvieron cinco hijos: Concepción —casada con Luis Rodríguez, de cuyo matrimonio nacieron tres hijos: Luis, María Isabel y Francisco—; Covadonga, casada con Manuel Lizama y sin descendencia, afincada en Zaragoza hasta que enviudó; Esther, que permaneció soltera; Francisco —casado con Carmen Lamero Bustillo, natural de Pendueles—, y tuvieron a Carmen, Concepción, Francisco, Manuel, Covadonga, Miguel Ángel y Juan Carlos; y, por último, Manuel, casado con Rosario Torres y sin descendencia alguna.

La Linde con palmeras. / Archivo familiar Rodríguez Pérez
Francisco Pérez y su esposa, Concepción, dejaron su propio legado en piedra de manera doble: por un lado, porque fueron ellos quienes le encargaron a Manuel Posada su chalet denominado La Solana, que, por no cumplir las expectativas familiares por su imbricada planta, decidieron vendérselo a Ulpiano Cuervo y levantarse una casa ex novo en el barrio de la Linde, en el lugar denominado Tras la Fragua. Los trámites comienzan en 1911, pero no estará totalmente terminada hasta 1917, durante el periodo de construcción la familia se asienta en el barrio de Lamadrid, en una vivienda propiedad de Manuel Posada Noriega. La nueva residencia pasó a la historia con el nombre de La Linde, erigiéndose como un ejemplo de arquitectura rotunda, pese a la sobriedad y sencillez de sus formas. La Linde se organiza como un volumen prismático de planta casi cúbica, caracterizada por fachadas articuladas mediante vanos rectangulares dispuestos de forma regular en todas sus caras y rematados con dinteles rectilíneos. En el eje central de su fachada principal destaca el cuerpo saliente formado a base de dos galerías superpuestas, que fueron restituidas en su última reforma porque se habían perdido. El tejado a dos aguas se ve interrumpido por un cuerpo a modo de castillete, en el que se circunscribe un vano con dintel de idéntica morfología. El acceso principal es a través de una puerta de madera noble y rejería, rematada por piedra de las canteras locales. Los grandes muros pétreos que conforman sus paramentos —aunque revocados en todos sus lados— y la morfología arquitectónica de toda la residencia son testigos de la firma del maestro de obras Manuel Posada Noriega, así como de su cuadrilla de canteros trasmeranos.

Fachada este, galería hoy desaparecida. / Archivo familiar Rodríguez Pérez.
La familia Pérez Noriega eligió esta nueva construcción por sus inmejorables vistas y su extensa finca, a pesar de que hoy, la de su acceso principal, se haya visto mermada por una expropiación para realizar la carretera que da acceso al pueblo. Dos enormes palmeras fueron plantadas en el momento de su construcción, pero su gran desarrollo y la sombra que generaban a la residencia hizo que fueran taladas, y no queda vestigio alguno de ellas.
En la casa familiar crecieron todos los hijos de Pancho y Concepción, y con el tiempo pasó a ser propiedad de uno de ellos, Francisco Pérez Noriega (Colombres, 1908-1978), protagonista de un tipo de emigración diferente. Podría decirse que emigró por amor, pues se embarca a México con 18 años tras los pasos de Carmen Lamero, quien debía partir reclamada por su padre, que llevaba años afincado allí. Así fue como Francisco comienza una nueva vida en México, y donde, tras conseguir casarse con Carmen, tienen a todos sus hijos. Trabajó en un principio en la Hacienda de Cantabria en Michoacan, posteriormente se mudó a México D.F para acabar fijando su residencia en Guadalajara. Allí estuvo muy vinculado a la industria del ferrocarril y fundó una fábrica de galletas y pastas. A pesar de haber conseguido casarse con el amor de su vida, y tener una buena posición laboral y una economía desahogada, nunca llegó a encontrarse bien en el país azteca; siempre estuvo apesadumbrado, echando de menos su tierra natal, y con los años decidió volver.

Francisco Pérez Noriega y Carmen Lamero con todos sus hijos en México. / Archivo familia López Pérez.
Cuando regresa, se instala en La Linde junto a su esposa y sus hermanas, Covadonga y Esther, y en ella vivirá hasta que el 12 de agosto de 1978, con setenta años, fallece tras una larga enfermedad, sin embargo su esposa lo sobrevivirá casi 20 años más. Tan solo dos de sus hijos retornaron y se asentaron en España, concretamente en Alicante (Miguel Ángel y Carmen), mientras que el resto iba y venía desde allá ( Concepción, Francisco, Manuel, Covadonga, y Juan Carlos). Y como aseveran, aún hoy, sus nietos: al abuelo Francisco su tierra “lo jaló de vuelta”, pero para entonces ya les había transmitido a sus hijos la necesidad de volver, la idealización de un pueblo desde el otro lado del mar y de una casa que, para todos ellos, suponía una especie de tierra prometida, a la que volver cuando la ocasión se les presentaba, recordada siempre con mucha vida y llena de familia y amigos. Pero a veces el amor no basta para mantener una casa en su forma material y, en 2015 La Linde fue adquirida por una pareja también de origen mexicano, Diego Herrera y Mónica García, que la han restaurado por completo y ahora es sede de una empresa de diseño de realidad aumentada sumergida en el metaverso, que une la realidad física con la virtual, y que desde Colombres lleva sus diseños a todo el mundo. Así, La Linde ha evolucionado, sabiendo adaptarse para asentarse en un futuro digital que sus primeros dueños jamás hubieran podido imaginar, pero que, gracias a ello, sigue estando muy viva hoy en día.

La Linde en la actualidad. / V.C.