La muerte del Papa Francisco ha dejado un profundo vacío en millones de personas en todo el mundo. Para mí, ha sido la pérdida de «mi secretario general», de un amigo cercano, un padre y un hombre que supo transformar con sencillez y valentía la Iglesia.
Tuve el privilegio de conocerlo, de abrazarlo, de escuchar de sus labios palabras que marcaron la misión de Mensajeros de la Paz. Fue él quien, con una frase que aún resuena en mi corazón -«la Iglesia debe ser un hospital de campaña»-, inspiró uno de los proyectos más queridos de nuestra organización: la Iglesia de San Antón, que hoy cumple diez años abierta las 24 horas para todos, especialmente para quienes más lo necesitan.
Francisco no solo bendijo estas iniciativas; las hizo suyas, con gestos y palabras que nos empujaron a seguir sin miedo esa misión. El Papa Francisco supo hablarle al mundo con el lenguaje del amor, de la justicia, de la compasión. No necesitaba levantar la voz: bastaba su ejemplo. Fue un líder espiritual que nunca olvidó a los excluidos, a los pobres, a los migrantes, a los mayores. Un Papa cercano, valiente, profundamente humano.
En los últimos años, nos dejó muy claro que hay dos heridas abiertas en la humanidad que no pueden esperar más: la migración forzada y la soledad no deseada. Ambos desafíos interpelan directamente nuestra misión. Por eso, seguiremos trabajando —como él nos enseñó— para que ningún ser humano se sienta desamparado ni invisible, sin importar su procedencia ni su edad.
Su muerte es una pérdida para toda la Iglesia, pero también para quienes creemos que el Evangelio se vive en la calle, con hechos, no solo con palabras. Quienes creemos en la Iglesia de Jesús de Nazaret. Sin embargo, tengo la certeza de que su legado no se perderá. Confío en que el Espíritu Santo ilumine al Colegio Cardenalicio para que el próximo Papa continúe la senda que él trazó: la de una Iglesia abierta, inclusiva, al servicio de los demás. Una Iglesia, en definitiva y como decía él «para todos, todos, todos».
Todos los papas han sido buenos a su manera. En mi vida, recuerdo con especial cariño a Pablo VI, que marcó una etapa inolvidable. Después vinieron otros grandes hombres de fe. Pero para mí, Francisco ha sido un regalo.
Gracias, Santo Padre. Gracias por caminar con nosotros. Descansa en Paz.
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