Murió un Papa considerado revolucionario y deja el camino abierto a otros supuestamente del mismo linaje. La Iglesia ha visto la oportunidad de acercarse al rebaño en los pontífices progres; a este hay que agradecerle que hablara con respeto de los homosexuales y se mostrase compasivo con los inmigrantes, aunque no hay forma de evitar que muchos crean que todo ello forma parte del populismo tan acorde con el postureo de los tiempos, que Bergoglio conoció por argentino y por peronista. Era de San Lorenzo, cuervo, y por eso le recordarán con cariño especial los futboleros y sus paisanos; a Argentina, sin embargo, no regresó como Papa, probablemente porque no halló el momento de hacerlo. Siendo hispanohablante también será recordado por no haberse dignado a visitar España con la excusa, según parece, de que aquí no vivimos en paz y seguimos siendo un país colonialista.
Pese a todas las consideraciones, empezando por la revolucionaria, queda patente que el Papa Francisco fue incapaz de reformar la propia Iglesia y librarla de algunos de sus pecados seculares. Esta seguirá siendo una tarea pendiente para otros pontífices presuntamente innovadores. Entre unos y otros pronto serán 267. De este, al menos, quedará grabado haberse puesto del lado de los colectivos más desfavorecidos; el debate interno seguirán planteándoselo sus sucesores, tanto aquel que obra sobre lo humano como el que prevalece en lo divino, cuestiones intocables partiendo de las propias creencias. Por lo que humildemente me toca y como muchos otros seguiré viviendo ajeno a ese mundo; todo lo más me conformaré con leer el libro de Javier Cercas, a quien el Vaticano abrió las puertas de par en par, y a ver qué cuenta. n
Suscríbete para seguir leyendo