Una semblanza de Francisco reclama el conocimiento de su vida previa como Jorge Bergoglio en Argentina. Su amor por el fútbol, en especial el San Lorenzo de Almagro, la amistad con Jorge Luis Borges y su pasión por la lectura –del ‘Adán Buenosayres‘, de Leopoldo Marechal, a ‘La Divina Comedia,’ de Dante– figurarían como datos inevitables para entender la parábola temporal de quien fuera un simple sacerdote jesuita y luego arzobispo capitalino, antes de llegar al Vaticano en 2013. A los biógrafos se le ha vuelto a su vez inevitable abordar también un aspecto complejo, a veces tiznado de opacidades: su desempeño durante la última dictadura militar (1976-83).
Los señalamientos a Bergoglio tienen un origen en el libro ‘Iglesia y dictadura’, editado en 1986. Su autor, Emilio Mignone, padre de una desaparecida, lo consideró como un caso de «siniestra complicidad» de la institución bajo el terrorismo de Estado. Sin embargo fue Horacio Verbitsky, autor de una monumental historia de la Iglesia católica argentina, expresidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y uno de los periodistas políticos que más dividen aguas en este país, quien revisó con mayor obsesión esos años dramáticos.
Verbitsky relacionó Bergoglio, por entonces una autoridad jesuita de Buenos Aires, con el secuestro de dos curas, Orlando Yorio y Francisco Jalics, quienes en 1976, tras el golpe de Estado, realizaban tareas pastorales y sociales en un barrio marginal. Ambos fueron llevados a la Escuela de Suboficiales de Mecánica de la Armada (ESMA), donde funcionó un centro clandestino de detención, torturas y asesinatos en masa.
El caso de dos ‘curas rojos’
De acuerdo con Verbitsky, el hombre que sería ungido papa se destacaba desde sus inicios por su «gran carisma para relacionarse». Frente a los amigos se definía como peronista, un partido de raigambre popular y asociado en sus orígenes a la doctrina social de la Iglesia. En sus años de formación, Bergoglio fue testigo de una suerte de cisma no declarado. Un sector minoritario de los obispos y prelados abrazó la «opción por los pobres» surgida del Concilio Vaticano II y la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), realizada en Medellín, en 1968. Yorio y Jalics se sintieron interpelados profundamente por esa corriente. Y esa adhesión los convirtió en blanco de la represión. «Los dos curas jesuitas me dijeron que él los traicionó. Que él los entregó a los militares«, aseguró en su momento Verbitsky.
En 2013, cuando la historia de Bergoglio se parte en dos, el periodista fue una y otra vez invocado para repetir los mismos argumentos. Yorio había fallecido 13 años antes. Jalics se encuentraba en un monasterio en Alemania. «Esos acontecimientos para mí son asunto terminado», dijo, lacónicamente, cuando intentaron abordarlo.
Declaración judicial
En 2010 se realizó uno de los juicios por las violaciones a los derechos humanos perpetradas en la ESMA. Bergoglio, a esas alturas un cardenal de fuerte protagonismo político, conocido por sus roces con Néstor y Cristina Kirchner y su rechazo a la unión civil entre personas de un mismo sexo, prestó su testimonio ante los jueces. Dijo haberse reunido en dos oportunidades con el jefe de la Armada, el siniestro almirante Emilio Massera, para pedir por la suerte de los curas secuestrados. «Me escuchó y me dijo que iba a averiguar. Le dije que esos padres no tenían que ver en nada raro». El dictamen del tribunal desestimó cualquier responsabilidad de Bergoglio en lo ocurrido con los jesuitas Yorio y Jalics.
Aldo Duzdevich escribió el libro ‘Salvados por Francisco’. En sus páginas incluye 25 testimonios de personas a quienes Bergoglio «protegió, escondió o ayudó a salir clandestinamente del país«. Y añadió: «Ayudar a un perseguido era un riesgo que muy pocos estaban dispuestos a tomar». Verbitsky retomó no obstante sus investigaciones en ‘Los fantasmas del papa Francisco’. Recuerda ahí cómo llegó a revelar que un grupo de cautivos de la ESMA fueron llevados a una isla en el delta rioplatense cuando vino una inspección de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en 1979. Los prisioneros fueron llevados a un predio de la Iglesia, conocido como El Silencio. Fue el propio Bergoglio el que le brindó esa información, de puño y letra, como consta en un libro que finalmente solo tuvo una edición ‘on line’ e incompleta por decisión del propio autor.
«No terminé esa biografía porque, en términos generales, aprecio las posiciones políticas que Francisco comenzó a sostener desde el Vaticano y no me atrae alinearme con sus detractores de la derecha confesional». Mantiene igual sus posiciones sobre el pasado. A su criterio, «el aparato poderoso del Vaticano» se «pasó de raya» al presentar al Papa como «un héroe de la resistencia a la dictadura».
Lo cierto es que Berboglio y Francisco no parecen por momentos ser las caras de una misma moneda. Hebe de Bonafini, una de las líderes de las Madres de Plaza de Mayo, llegó a calificar al prelado de «basura». Francisco la recibió en el Vaticano tiempo después. La aversión se transformó en un vínculo cariñoso. «Hay que pedir perdón cuando uno se equivoca». Estela de Carlotto, presidenta de las Abuelas de Plaza de Mayo, la organización que busca a los niños apropiados durante la dictadura, también estableció una relación entrañable con el Papa, a quien llegó a considerar «un hermano menor» y una «persona realmente única» que se destaca por la labor que realiza «por la paz en el mundo». Francisco tuvo el gesto de recibirla cuando ella recuperó a su nieto desaparecido.