“Hay que ir a la periferia si se quiere ver el mundo tal cual es”, dijo en cierta ocasión el papa Francisco. Los 47 viajes al extranjero que llevaron al Pontífice a 66 países en algo más de 11 años son la traducción de tal idea y propósito, desde la primera salida a Río de Janeiro para participar en la Jornada Mundial de la Juventud hasta la última a Ajaccio, isla de Córcega, el 15 de diciembre de 2024, cuando su salud era ya muy precaria. En total, 470.000 kilómetros. Lo mismo le movió acudir a lugares con una nutrida población católica que a otros muchos con comunidades católicas minoritarias o que históricamente han rivalizado con otras confesiones, en especial el judaísmo y el islam.
El escritor Javier Cercas pasó por la experiencia de acompañar a Francisco a un viaje de cuatro días a Mongolia, en el corazón de Asia y con no más de 1.500 católicos. El Papa que llegó del fin del mundo, según sus propias palabras, se fue a otro confín del mundo en aplicación quizá de una de sus máximas: «Sacar a Cristo de la sacristía y ponerle en medio de la calle». Cercas sostiene que «la historia de la Iglesia ha sido durante siglos y siglos lo contrario de eso», y ha publicado ‘El loco de Dios en el fin del mundo’ para, entre otras cosas, presentar a Francisco como «un potencial pensador por cuenta propia» con las maletas siempre a punto.
Hay un par de frases de Francisco, entre otras muchas, que permiten enmarcar el sentido de sus viajes. Una es esa, pronunciada en Manila (Filipinas) en enero de 2015: «Al mundo hoy le falta llorar. Lloran los marginados, lloran los que son dejados de lado, lloran los desaparecidos, pero aquellos que llevamos una vida más o menos sin necesidades no sabemos llorar». Esta otra la pronunció en septiembre de 2017 en Colombia, tensado el país por el reciente acuerdo con las FARC: «Quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje tiene que ser un alimento para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz».
Alguien que acompañó al Papa en varios de sus viajes cree que siempre obedecieron a un propósito genérico, de alcance universal, o un objetivo preciso. De ahí, añade, que no evitara los encuentros con personajes polémicos o en las antípodas de su pensamiento, ni rehuyera presentarse en escenarios complejos. «Cuando viajó a Cuba y Estados Unidos en septiembre de 2015 quiso apoyar la mejora de las relaciones entre los dos países, pero se aplicó a sí mismo la orientación que quiso dar siempre a las misiones: guardar el proselitismo en un armario y arrimar el hombro en las situaciones difíciles», explica este observador de los asuntos vaticanos.
Basta para comprobarlo repasar la larga lista de países visitados y personajes con los que habló. A diferencia de las rigideces formales y las digresiones no siempre transparentes de Benedicto XVI, adoptó Francisco la llaneza de conceptos universales que lo mismo le valieron para estrechar la mano a Recep Tayyip Erdogan, presiente de Turquía, que para sobrevolar las diferencias políticas que lo alejaban del patriarca Kiril de Moscú; lo mismo fueron útiles para hablar con Binyamin Netanyahu, primer ministro de Israel, que para acudir en apoyo de los palestinos mediante su visita a Mahmud Abás. «Cuando estuvo en Irak –marzo de 2021–, un colaborador del líder chií Alí al Sistani dijo que estaba de acuerdo en todo lo que decía el Papa, algo que no deja de sorprender», recuerda otro habitual en los viajes.
El último viaje, el más largo
Resulta asimismo sorprendente que, con la salud muy mermada, Francisco afrontara del 2 y el 13 de septiembre de 2024 un largo tour en un universo lejano: Indonesia, Papúa-Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur. Fue el más largo del pontificado. ¿Por qué fue hasta allí? Cabe adelantar una hipótesis: porque en pleno auge de los sectarismos religiosos quiso subrayar que en Indonesia, el país con la mayor comunidad musulmana, conviven sin problemas graves las mezquitas y las iglesias.
En medio de esta exuberancia viajera, ¿qué privó a Francisco de regresar a Argentina o de visitar España? Hay respuestas para todos los gustos. La más verosímil para el caso argentino es que el Papa no quiso acudir a Buenos Aires para evitar que el viaje fuera objeto de utilización política; para el caso español, la más repetida es que la postergación sin fecha del viaje se debió a su mala sintonía con algunos integrantes de la Conferencia Episcopal. Tampoco vivió lo suficiente para acudir a las Canarias y conocer de primera mano la crisis humanitaria de los flujos migratorios en las islas.
Se atribuye a Juan Pablo II haber sido un viajero incansable con un vínculo especial con las multitudes por su experiencia en la Polonia comunista en la que creció, por su conocimiento de los instrumentos de movilización aplicados en su país a imitación de los de la Unión Soviética. Careció Jorge Mario Bergoglio de un aprendizaje similar, pero echó mano a su proximidad a las grandes crisis sociales para acercarse a una idea de Javier Cercas: «La Iglesia solo puede ser un contrapoder».