¡Aleluya!
Cristo ha resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección! Queridos
amigos y amigas, concluimos hoy nuestras reflexiones que nos han
acompañado a lo largo de toda esta semana. Y lo hacemos en el día
grande, el día de la Pascua, que es el punto de referencia de
nuestra fe. No olvidéis que cada domingo, la Pascua Semanal, se
orienta a la única Pascua y a ella hace referencia como si de un eco
se tratara. Cristo ha resucitado.
Y
con Él todos un día resucitaremos. Él ha sido el primero, el
primogénito de entre los muertos. Él es la cabeza de este cuerpo,
que es la Iglesia, llamada también a resucitar junto con su Esposo,
que ha entregado su vida por ella. La Resurrección de Jesús, que es
la seguridad de nuestra futura Resurrección, se convierte así en
nuestra esperanza. Podemos decir que la fiesta de la Pascua es la
fiesta de donde brota la esperanza, que nos permite vivir y afrontar
el futuro. Porque los cristianos somos el pueblo de la esperanza.
Así
lo reza el himno de la liturgia. Somos el pueblo de la Pascua.
¡Aleluya! Es nuestra canción. No porque pensemos que las cosas van
a salir bien, no porque queramos ser optimistas por naturaleza, sino
porque sabemos que nuestra vida no concluye en el vacío, sino que
tiene una meta, una meta tan grande que justifica el esfuerzo del
camino. Como nos recuerda el Papa Francisco en la bula con motivo del
Año Jubilar, la esperanza cristiana consiste precisamente en esto.
Ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de
que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el
Bautismo, la vida no termina, sino que se transforma para siempre. No
nos dejemos, por tanto, robar esta esperanza.
Muchas
veces y de formas diferentes, las distintas generaciones se han
preguntado, ¿cómo será eso? ¿Cómo se producirá esta
Resurrección al final de los tiempos? San Pablo responde a esa
pregunta observando la naturaleza. En ella se da ese proceso de
continuidad y discontinuidad que está presente también en el
acontecimiento de la Resurrección. Toda la naturaleza está llena de
momentos de muerte y resurrección, especialmente cuando observamos
el grano de trigo que, pudriéndose, da luz un cuerpo nuevo y
diferente. No sabemos cómo, pero no es irracional. Dios lo hace en
la naturaleza y lo puede hacer con nosotros. No podemos responder a
la forma, pero estamos seguros de que un día también nosotros
resucitaremos con Cristo y la muerte será vencida definitivamente.
Pero nuestra esperanza en la Resurrección no solo es un
acontecimiento del futuro. Sería poca cosa y daría la sensación de
que nuestra fe en el resucitado tendría que aguardar al mañana.
No
es la certeza del final de una película feliz, sino que es la fuerza
y la gracia que nos permite y nos ayuda a vivir en el hoy y aquí de
nuestra historia. Cristo vive y te quiere vivo. Cristo vive y quiere
darte su vida, vivificarte, llenarte de su misma gracia. Como nos
recuerda ‘Evangelii Gaudium’, la Resurrección de Cristo provoca por
todas partes gérmenes de este mundo nuevo y, aunque se los corte,
vuelven a surgir porque la Resurrección de Jesús ha penetrado la
trama oculta de esta historia porque Jesús no ha resucitado en vano.
Sí, Cristo vive. Esta es la experiencia que hicieron los apóstoles
y las mujeres en la mañana del primer domingo. Esta noticia no es un
acontecimiento del pasado, sino experiencia real en la vida de todo
creyente a lo largo de la historia, porque el descubrimiento de Jesús
como el viviente cambia la vida y es el inicio de un camino de fe que
se convierte en respuesta de amistad a un acontecimiento de amor
previo. Si él vive y te quiere vivo, el amigo de la vida quiere
llevarte a la vida. Déjale entrar en tu vida. Experimenta la amistad
con aquel que ha vencido a la muerte. Entra en comunión con aquel
que siempre abre la puerta de su corazón.
Descubre
la aventura de vivir con Él, por Él y para Él. Esa es la gran
experiencia de amor que necesitas, saborear en tu vida. Esa es la
experiencia que te cambiará y recordarás para siempre. Esa es la
experiencia que te permitirá vivir hasta que mueras y vivir luego
eternamente. Hace pocos días leía la carta que escribía Clara a su
hija Francisco con motivo de su primer aniversario. Esta mujer
italiana, que está en proceso de beatificación, continuó con su
embarazo rechazando ser tratada contra un tumor que provocaría la
muerte del pequeño. En sus palabras, le comparte lo que ella vive y
lo que significa disfrutar de esta vida nueva que Jesús resucitado
le ha regalado. En esa hermosa carta le dice, tu nombre es Francisco
porque San Francisco de Asís cambió nuestras vidas y esperamos que
pueda ser un ejemplo para ti.
Es
hermoso tener ejemplos de vidas que nos recuerden que puedes esperar
grandes alegrías aún aquí en la tierra con Dios como nuestra guía.
Sabemos que eres especial y que tienes una gran misión por cumplir.
El Señor te ha querido desde la eternidad y Él te mostrará el
camino a seguir si abres su corazón. Con estas palabras sencillas,
dichas por una creyente a su hijo, se nos dice que encontrarse con
Cristo te llena, plenifica tu corazón, lo alegra y le llena en sus
deseos más íntimos. Podemos utilizar otra imagen muy presente
durante este Año Jubilar.
Me
refiero a la imagen de la puerta. Cristo es la puerta, siempre
abierta, que nos permite entrar y disfrutar de una vida nueva, de la
maravilla de estar en su hogar, con Él. Ojalá durante este año
jubilar hagamos esta experiencia de entrar por esta puerta para que
tengamos más vida, para que dejemos atrás experiencias de muerte
que todos llevamos dentro. Que no se nos olvide lo que Él nos dijo.
He
venido para que tengan vida y vida abundante. Los sacramentos son
esos regalos que el Señor nos hace para ofrecernos esta vida que
nace de la Pascua. Por eso, sabéis que en el marco del Jueves Santo
hemos celebrado la Misa Crismal, una Eucaristía presidida por el
Obispo con todo su presbiterio y el pueblo de Dios, donde se bendicen
y consagran el Crisma y los aceites que se utilizan en los
sacramentos, y que se convertirán en las mediaciones a través de
las cuales el Señor nos ofrece su vida.
De
esta manera simbolizamos que la vida que el Señor nos regala por
diferentes sacramentos nace de la Pascua. Y si hay un sacramento en
el que esa vida nueva vivifica nuestra carne mortal, es precisamente
en la Eucaristía. Recordemos sus palabras, quien come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último
día. Yo soy el pan de vida. Y junto con los sacramentos, la vida
nueva en Cristo se experimenta en la comunidad cristiana que vive
gracias al Espíritu.
El
Espíritu es el que nos hace vivir y tener vida. Por eso, durante la
Pascua leeremos el libro de los Hechos de los Apóstoles, para hacer
nuestra la misma experiencia de aquella primera comunidad de
vivientes creyentes que, por la acción del Espíritu, querían
generar mucha vida a su alrededor. Toda una provocación también
para nosotros hoy.
Queridos
amigos, la Pascua se abre ante nosotros con un gran horizonte de
novedad. Vivimos en medio de una cultura de muerte en la que los
seguidores del Resucitado estamos llamados a ser luz, levadura y
esperanza. Acerquémonos a Cristo y toquémosle en sus heridas, en
las heridas de la carne de nuestros hermanos que sufren, para
reconocerle entre nosotros. Llevemos la esperanza que provoca en
nosotros la vida que hemos encontrado. Resucita, vive y vivifica
nuestro mundo. Recibe un abrazo pascual de hermano y amigo.
¡Felices
Pascuas!