El TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) es una alteración del neurodesarrollo de alto componente genético que, en España, afecta al 6,8% de los niños y adolescentes. Una investigación universitaria revela que las hospitalizaciones de menores de 11 a 18 años con TDAH se han disparado entre los años 2000 y 2021. Han pasado de ser casi inexistentes a 1.769, según el registro nacional de altas hospitalarias.
La explicación es que el TDAH, por sí mismo y salvo los casos más graves, no suele ser motivo de ingreso hospitalario. Pero si no está tratado correctamente puede conllevar problemas de salud mental (más de la mitad de los adolescentes ingresados presentaban trastornos asociados, como depresión y ansiedad severa) y alteraciones graves de comportamiento. “El TDAH casi nunca viene solo”, destaca el doctor Hilario Blasco Fontecilla, psiquiatra infantojuvenil, investigador de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y autor principal del estudio, publicado en la revista ‘Journal of Attention Disorders’.
Conductas de riesgo
No hay marcadores biológicos que detecten la presencia del TDAH en el cerebro, lo que explica la complejidad de la evaluación médica. Es, además, un trastorno con muchas zonas grises y diferentes grados. Cuando está correctamente diagnosticado, el TDAH puede ir con H (de hiperactividad) o sin ella. El TDA es más frecuente en las mujeres y el comportamiento que predomina es la inatención y la procrastinación. Cuando se añade la hiperactividad y la impulsividad, el prototipo sería el de un chaval o chavala que no para quieto en clase, se muerde las uñas o molesta a todos sus compañeros. Cuando predomina la impulsividad, el TDAH puede derivar en la adolescencia en conductas tan arriesgadas como el consumo de sustancias tóxicas, embarazos no deseados, accidentes, autolesiones o intentos de suicidio.
No hay marcadores biológicos que detecten la presencia del TDAH en el cerebro, lo que explica la complejidad de la evaluación médica
La investigación del doctor Blasco Fontecilla subraya que en el año 2000 se registraron en toda España 107.413 ingresos hospitalarios de menores con edades comprendidas entre 11 y 18 años. El 3,9% de esos casos (4.233) correspondió a causas psiquiátricas. Solo tres menores fueron ingresados por TDAH. Dos décadas más tarde, en 2021, el número de ingresos de menores de 11 a 18 años disminuyó a 83.829, pero aumentó el porcentaje de los provocados por causas psiquiátricas (7.964, que representan un 9,5%). De ellos, 1.769 (2%) eran pacientes con TDAH. ¿Por qué este aumento tan desorbitado?
Mayor conocimiento
Las características del estudio, que es epidemiológico, no permite saber las causas. Pero sus autores aseguran que una de ellas es, seguramente, el mayor conocimiento y concienciación del TDAH entre los progenitores, los profesores y otros profesionales. Ahora sí se detectan comportamientos que llaman la atención y que antes pasaban desapercibidos o, simplemente, se achacaban a un retraso madurativo. “El aumento de información siempre viene acompañado de una disminución de prejuicios”, resalta Blasco Fontecilla, director general del centro especializado Emooti y autor del libro ‘Jaque mate al TDAH’.
«Cuando no está tratado, el TDAH multiplica entre dos y ocho veces el riesgo de mortalidad, que viene provocada no por el trastorno en sí sino por los desórdenes asociados y la posibilidad de tener algún tipo de accidente»
«Los adolescentes con TDHA tienen entre dos y cinco veces más posibilidades que una persona neurotípica de sufrir un trastorno por consumo de sustancias tóxicas»
Además del acompañamiento psicológico, el psiquiatra recuerda que la medicación específica es necesaria en el caso de que el trastorno sea grave o moderado para aplacar el pensamiento y el comportamiento irreflexivo que caracteriza a la población con TDAH de mayor gravedad. Cuando no está tratado, el TDAH multiplica entre dos y ocho veces el riesgo de mortalidad. Una mortalidad que viene provocada no por el trastorno en sí sino por los desórdenes asociados y la posibilidad de tener algún tipo de accidente.
Alteraciones asociadas
La adolescencia es una etapa vital compleja debido a los desajustes hormonales. En la población con TDAH –cuando no recibe acompañamiento terapéutico y/o farmacológico– puede ser más difícil si se le suma el ímpetu. En esos casos, se puede producir una irritabilidad desbocada o, peor todavía, el paciente puede sustituir la medicación por sustancias como el cannabis con el objetivo de calmar el cerebro. El alcohol también es un problema serio. “Están más desinhibidos y eso aumenta la impulsividad y la probabilidad de tener una pelea o un altercado”, explica la psiquiatra Imma Insa, directora de Acompanya’m, unidad pionera en salud mental infantil y juvenil del Hospital San Joan de Déu.
El TDA es más frecuente en las mujeres y el comportamiento que predomina es la inatención y la procrastinación
La especialista destaca que entre un 30% y un 60% de los casos de TDAH presentan comorbilidad con otras alteraciones. Por ejemplo, trastorno negativista desafiante, espectro autista (TEA), trastorno del sueño y ansiedad. El TDAH no solo afecta al rendimiento escolar sino a toda la vida familiar y social del paciente. “Los adolescentes con TDHA tienen entre dos y cinco veces más posibilidades que una persona neurotípica de sufrir un trastorno por consumo de sustancias”, explica la doctora, que insiste en que el TDAH no lleva a ningún paciente al hospital sino alguna de las alternaciones asociadas.
Más allá de las pantallas
La responsable de la unidad terapéutica del San Joan de Déu tiene claro que el abuso de pantallas y la dopamina que generan en el cerebro de los adolescentes no contribuye a mejorar el diagnóstico de un paciente con TDAH, personas con poca tolerancia a la espera. El investigador de UNIR asegura que existe correlación (la causalidad todavía no está científicamente comprobada) entre el abuso de dispositivos y la prevalencia de problemas de salud mental. Pero hay otros muchos factores que entran en escena, ya sean los problemas familiares, la ausencia de unos hábitos saludables y también la clase social a la que perteneces y el barrio en el que vives.
De momento, no hay ningún marcador biológico que detecte la presencia del déficit de atención. Más allá de las pruebas y escalas de protocolos, y para frenar la posibilidad de un falso positivo, el doctor Blasco Fontecilla destaca que la mejor manera de diagnosticar a un paciente es con “una buena historia clínica”. Es decir, la valiosa y crucial información que solo tres tipos de profesionales (un psicólogo clínico, un neuropediatra o un psiquiatra) son capaces de conseguir en sesiones con el menor. “Nosotros preguntamos todo y exploramos el alma”, concluye el especialista.
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