La carta dominical del obispo de Segorbe-Castellón, monseñor Casimiro López Llorente se titula: ‘Cristo resucitado es nuestra Esperanza‘.
«Es Pascua de Resurrección. Cada año, en la mañana de Pascua resuena en toda la cristiandad el anuncio antiguo y siempre nuevo: “¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!”. Cristo Jesús ya no está en la tumba. Su cuerpo roto, enterrado con premura el Viernes Santo ya “no está aquí”, en el sepulcro frío y oscuro, donde las mujeres lo buscan al despuntar el primer día de la semana. ¡Cristo ha resucitado! (cf. Mc 16,6).
El cuerpo de Jesús ya no está en la tumba; no porque haya sido robado o puesto en otro lugar, o haya vuelto a esta vida para volver a morir. No está en la tumba porque ha resucitado, es decir, porque ha pasado a la vida gloriosa de Dios. En Él ha triunfado la vida de Dios sobre el pecado y la muerte. El Señor resucitado une de nuevo la tierra al cielo y restablece la comunión de los hombres con Dios. Jesús, entregándose en obediencia al Padre por amor a los hombres, destruyó el pecado de Adán y la muerte. La resurrección es el signo de su victoria, es el día de nuestra redención.
Jesús, al “que mataron colgándolo de un madero” (Hech 10, 39) ha resucitado verdaderamente. Ante quienes lo niegan hay que decir que la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que ha sucedido en la historia: El Jesús que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Cristo resucitado de entre los muertos. Esto no es fruto de una experiencia mística o una historia piadosa; es un acontecimiento que sobrepasa las coordinadas de tiempo y lugar, pero que sucede en un momento preciso de la historia.
En la Pascua de Cristo está la salvación de la humanidad. Si Cristo no hubiera muerto por nosotros y por nuestros pecados, y si no hubiera resucitado, no tendríamos ninguna esperanza: la muerte sería inevitablemente nuestro destino final y el pecado, la división, el odio, el egoísmo, la mentira, la avaricia y el poder del más fuerte tendrían sin remedio la última palabra en la vida de los hombres. Pero la Pascua ha invertido la tendencia: Jesús, muriendo destruyó el pecado y resucitando restauró la Vida. La resurrección de Cristo es una nueva creación: es la nueva savia, capaz de regenerar toda la humanidad. Y por esto mismo, la resurrección de Cristo da fuerza y significado a toda esperanza humana, a nuestro anhelo de felicidad y a todo proyecto de progreso verdaderamente humano. La última palabra no la tienen ya ni la muerte ni el pecado sino la Vida, la Verdad, el Bien y la Belleza de Dios.
Cristo ha muerto y ha resucitado, y lo ha hecho por todos los hombres, por cada uno de nosotros. Cristo es nuestra Esperanza, la esperanza que no defrauda. La vida gloriosa del Señor resucitado es un inagotable tesoro, destinado a todos; todos estamos invitados a acogerla con fe para participar de forma anticipada de esta vida gloriosa ya desde ahora. ¡Feliz Pascua de Resurrección para todos!».