Es Sábado Santo y el cielo de Aragón, como en tantos puntos de España, es testigo de procesiones y silencios solemnes. Pero si uno fija la mirada en la localidad de Ateca, en Zaragoza, encontrará algo que no se ve en ningún otro rincón del país: un esqueleto humano auténtico que abre la procesión del Santo Entierro. Sí, de verdad. Hueso a hueso, vértebra a vértebra.
Este año, la lluvia ha impedido que la ceremonia se llevara a cabo por las calles. Pero dentro de la iglesia mudéjar, “que parece más una catedral que una iglesia”, como la define Fernando Duces, hermano mayor de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad, se celebró una ceremonia: “Se hizo el Santo Entierro dentro de la iglesia con todo el auto sacramental, la representación de los distintos pasos… Es un momento de recogimiento muy especial”.
La imagen que abre la procesión es el paso de la Muerte, un esqueleto humano real, articulado, cuidadosamente conservado y custodiado por los cofrades: “Es un esqueleto humano. De verdad. Está documentado que se procesiona desde el año 1661. El año que viene se cumplen 350 años desde que salió por primera vez”.
Como ha explicado Fernando, la figura está adherida a una cruz y una guadaña, símbolos del tiempo y de la muerte. La custodian en un museo local con condiciones de conservación precisas: humedad controlada, iluminación adecuada, limpieza constante: “Lo mantenemos entre todos los hermanos. Yo llevo viéndolo desde hace 57 años. Cada costilla, cada dedo, cada hueso está engarzado con cuidado. Es impresionante cómo impacta verlo en persona”.
Lo que más asombra es su estado de conservación: “Nos dicen los expertos que probablemente perteneció a una mujer que trabajaba en el campo. Lo deducen por la forma de la pelvis, la artrosis en pies y manos y la curvatura de los huesos”, explica el hermano mayor.
A diferencia de otros puntos de España donde la figura de la muerte se representa con muñecos o disfraces, en Ateca la muerte es real: “En muchos lugares hay figuras o recreaciones, pero solo aquí hay un esqueleto humano verdadero procesionando. Eso marca la diferencia”.
Fernando ha insistido en que la procesión no es un espectáculo macabro sino una lección de espiritualidad, un recordatorio de la finitud de la vida y la esperanza en la resurrección: “Es una forma de vencer a la muerte. Morimos, sí, pero creemos que hay vida eterna. Y ese es el mensaje que quiere transmitir esta procesión”.