Rozó la tragedia el Barça como desfilaron las grises nubes por Montjuïc sin descargar toda la amenaza que insinuaban. Se vio el cuadro azulgrana con 1-3 a media hora del final y anuló la condena que se vislumbraba, real, con una briosa reacción, fulgurante, inmediata con dos goles, pero indesmayable hasta el tiempo añadido, cuando volcó el marcador con el 4-3. Un rayo sacudió entonces el estadio con el pitido final, sin que la hinchada quisiera marcharse de las gradas, aunque Hansi Flick sí que corrió disparado para abrazarse a Raphinha, el autor del cuarto gol. Y del tercero.
El Barça sí remontó en la semana de la remontada. Fue la suya, marcando tres goles en la última media hora, amarrando un triunfo que tiene el aroma de título, propia de un equipo con la fuerza anímica para superar las adversidades naturales de los goles del Celta y el pésimo arbitraje de Melero López, tan contemplativo que tuvo que acudir a la llamada del VAR para ver el clamoroso penalti sobre Dani Olmo.
No hizo más el Barça que reparar sus propios y graves errores. Dos autogoles le habían ayudado en los dos últimos encuentros (el de Leganés brindó la victoria y el de Dortmund acolchó la clasificación europea) y el Barça devolvió esos regalos al fútbol. El beneficiaciario fue un gran Celta, estupendo saliendo desde atrás, incrédulo ante la ventaja de dos goles que le regaló su rival, y que malogró muy rápidamente. El vibrante duelo encumbró a Borja Iglesias, que a los 32 años celebró el primer triplete de su carrera.
Tuvo mérito el veterano, que aprovechó todas las facilidades que le concedieron. Primero de Szczesny, que midió mal una salida y le dejó vacía la portería; el segundo de De Jong, que agachó la cabeza en una confusión con Iñigo, y el tercero de los dos otra vez, más Cubarsí, que desatendieron su vigilancia y permitieron su escapada.
Tomó muy mala pinta el partido y fue entonces cuando Flick metió en el campo a Lamine Yamal junto con Dani Olmo, reservados ambos en el banquillo. El técnico se quejó el viernes de no jugar en Valladolid al mediodía o a la tarde para que los jugadores tuvieran más horas de descanso antes de la vuelta de la semifinal europea con el Inter, sin pensar que a ellos, y al equipo no le va bien el horario vespertino. No hay una relación directa con los malos resultados -la mayoría llegaron a las 21 horas- pero sí con la imagen plomiza del grupo, amodorrado por los biorritmos que marcan la hora de la siesta.
Tampoco podía asociarse a la ausencia de Lamine Yamal, la mayor sorpresa de la alineación. El extremo pedía a voces un descanso, perdida la electricidad en los últimos encuentros, y Flick quiso recargar sus baterías en el banquillo. Volvió así Raphinha a su antigua posición de extremo derecho, y el regreso al pasado le restó vivacidad, tal que se sintiera encadenado después de ser un verso libre en la banda izquierda. Su puesto lo ocupó Ferran que, en efecto, corroboró que cualquier delantero disfruta más cuanto mayor es el espacio para maniobrar. Dejó el gol como prueba.
Solo a Lamine Yamal le resulta fácil huir de los límites que marcan la línea de banda y el lateral de turno. Koundé echó de menos al juvenil con el que ya han formado una pareja de hecho futbolístico con su entendimiento. El equipo no compensó ese déficit por la izquierda, ya que Gerard Martín también hizo añorar a Alejandro Balde. Demasiados balones perdidos en la primera parte le restaron confianza en sus compañeros, que le obviaron en el último tercio de campo.
Con Lamine Yamal y Olmo en el campo, el Celta se asustó. Razones tuvo, porque encajó dos goles inmediatamente. Se conformó con ese puntito y se consagró a defenderlo. Se puso a mirar el reloj y los ocho minutos añadidos por todo el tiempo que malgastó, le condenaron.