En Extremadura hay una noche en la que el silencio lo envuelve todo. En el norte de Cáceres, concretamente en Valverde de la Vera, durante la madrugada entre el Jueves y Viernes Santo algunas personas salen de sus casas a modo de ritual.
Normalmente son hombres, aunque en los últimos años también se han incorporado a la fecha mujeres. Llevan una vestimenta exigente, tan exigente como exuberante. Corona de espina, velo, estolas blancas que emanan de sus brazos, dos juegos de vilortas procedentes del arado romano que tintinean al moverse, una enagua que le cubre hasta las rodillas y una cruz a su espalda. Van descalzos, son los Empalaos.
Algunos lo hacen por tradición, otros por promesa cumpliendo una manda. Normalmente mantienen el anonimato. Nadie sabe quien sale. Fran lleva 20 años saliendo, en su caso por herencia: «Decido vestirme por una tradición familiar. Desde pequeño veía vestirse a mis dos hermanos mayores y eso desde pequeño te crea una necesidad» aunque también señala que algunas vivencias le han empujado a hacerlo.
La vida te va poniendo en situaciones, cosas que te pasa, que te llevan a tomar esa decisión»
Empalao
Ya no necesita la preparación de las primeras veces, pero hay algo que, aunque pasen décadas, no logra sacar de su cuerpo: el cosquilleo, los nervios, la emoción de la primera vez.
Durante la noche, los empalaos no van solos. Les acompaña una figura que les sirve de ayuda, el cirineo. Este va sin peso, cubierto y alumbrándoles un camino en el que se cruzan con otros hermanos. Ese momento se convierte en clave.
Cuando te encuentras otro empalao sientes mucho respeto. Es como mirarte en un espejo… piensas ¿cuál será su manda? y tú piensas en la tuya»
Empalao
Así recorren el camino, sin hora de llegada. Todos salen a la medianoche, en secreto, y terminan al regresar, tarden lo que tarden.
Y es, precisamente, esa llegada, la que llena de éxtasis a todo el pueblo.
En casa los familiares aguardan la llegada. Desvisten al empalao, quitan el peso, la cruz; masajean los brazos, que llegan adormecidos de la presión de las sogas. Es un momento íntimo y cercano, lleno de fe.
Así termina el rito. Un rito que data del siglo XVI y que tiene un origen todavía hoy difuso, unos hablan de influencia celta y otros romanas, lo cierto es que ha atravesado fronteras llegando incluso a México.