El turismo antártico ha aumentado casi un 215% desde 2014 hasta hoy, con un número de operadores que crece año tras año. Además, cada turista antártico emite casi cinco toneladas de emisiones de CO2 por viaje, que es aproximadamente el promedio anual por ser humano. Todas estas condiciones están generando un escenario difícil de gestionar y regular en beneficio del equilibrio ambiental en el continente blanco.
En la última década, el turismo en la Antártida ha experimentado un crecimiento explosivo, pasando de menos de 50.000 visitantes en la temporada 2014–2015 a más de 122.000 viajeros únicos en 2023–2024, evidenciando un aumento del 215%. Esta realidad ha convertido al continente helado en un escenario de presión ambiental y social, como nunca había sucedido previamente.
A pesar de su régimen de protección bajo el Tratado Antártico y del papel autorregulatorio de la Asociación Internacional de Operadores de Turismo Antártico (IAATO), las flotas de cruceros y campamentos itinerantes han desatado impactos como emisiones de dióxido de carbono, ingreso de especies invasoras, derrames de fuel oil, residuos de construcción e incluso actos de vandalismo como grafitis en sitios históricos, según informa Voyager Travel.
Impacto ambiental creciente
La comodidad de los cruceros que zarpan desde Ushuaia, en Argentina, punto de partida del 90% de las expediciones, es el motor que dinamizando el turismo antártico. Según IAATO, en 2023–2024 un total de 78.848 personas desembarcaron en la península antártica.
De ellos, 43.224 fueron turistas de crucero que no pisaron tierra firme, cifra que refleja la diversificación de opciones de viaje en la industria. IAATO contabiliza actualmente 51 operadores turísticos afiliados, algunos con barcos de entre 200 y 499 pasajeros por viaje, según un artículo publicado en Futurism.
Cada turista genera alrededor de cinco toneladas de dióxido de carbono (CO2) por viaje, cifra comparable a la huella anual de un habitante promedio de muchos países. Este aporte contribuye al calentamiento local: investigaciones han demostrado que el hollín en la nieve por emisiones de barcos acelera el derretimiento en hasta 23 milímetros cada verano, de acuerdo a The Guardian.
El continente blanco, un escenario sobreexplotado
Además, el tráfico marítimo y las prácticas de desembarque han introducido especies no autóctonas, alterando ecosistemas frágiles y poniendo en riesgo fauna clave como pingüinos, focas y kril. Recientemente, se han documentado derrames de fuel oil en bahías con alta densidad de tráfico, así como vertidos de residuos de construcción y grafitis en estructuras históricas de la Isla Decepción, según indica Travel and Tour World.
Mientras el Protocolo de Protección Ambiental del Tratado Antártico (1991) establece principios de gestión sustentable, la autorregulación de IAATO adolece de mecanismos de supervisión externa. Varios estudios advierten que, al ser la afiliación opcional, el crecimiento de operadores podría desbordar la capacidad de control de la asociación, dejando huecos en el monitoreo de impactos y límites de visitantes.
En consecuencia, la Antártida afronta hoy un dilema entre explorar su belleza única y preservar su integridad ecológica. El turismo masivo, alentado por el marketing digital y la oferta de cruceros, amenaza con convertir al continente blanco en un escenario sobreexplotado. Solo a través de regulaciones más estrictas, la transparencia en la autorregulación y modelos innovadores de bajo impacto se podrá garantizar que las futuras generaciones disfruten de uno de los últimos santuarios terrestres.