De lo que se suponía que debía ser este Real Madrid a lo que realmente fue. El equipo dirigido por Carlo Ancelotti se hundió ante el Arsenal y cayó eliminado de la Champions League siendo fiel a su retrato de toda la temporada. Un equipo, si se le puede llamar así, sin fútbol. Hubo ganas en el Bernabéu, pero faltó (mucho) juego.
El Madrid sabía que para remontar un 3-0 debía partir desde la locura, y lo hizo en los primeros minutos, los mejores de su partido. Aguantó brillantemente atrás el Arsenal y el VAR cerró las puertas del ‘manicomio’ que abrió la parada de Courtois en el penalti a lo Panenka de Saka. El fuego se apagó y cuando tocaba jugar, la nada.
Es cierto que el Madrid atacó más, sobre todo en la primera parte en la que el Arsenal trató de ralentizar al máximo el ritmo —su portero, el español David Raya, fue amonestado por ello—, pero nunca fue suficiente. Sobreexcitación y poca claridad para llegar a la zona de peligro: 35 centros intentó el equipo «sin un Joselu» arriba —como reclamó Courtois— y ante la mejor defensa del área de Europa.
Ancelotti, gran señalado de la eliminatoria, no varió un plan que no ha funcionado en todo el curso. Puso a Lucas Vázquez y Alaba de laterales, devolvió a Fede Valverde al centro del campo y mantuvo su fe ciega en los tres de arriba. Al final, los que menos conectaron entre sí fueron ellos —Mbappé, Vinicius y Rodrygo— más Bellingham.
Ni Valverde es Kroos, al que casi un año después de su marcha se sigue echando de menos, ni cada uno puede hacer la guerra por su cuenta. Courtois, el más crítico de todos al terminar el partido, fue claro: «Hay que jugar más en equipo, no todo individualidades».
Lo cierto es que para un equipo que defiende bien, como el Arsenal, no resulta complicado parar a este Madrid. Basta con doblar los marcajes sobre Vinicius y Mbappé cuando atacan con el balón. Así la calidad individual es más difícil que salga, y el equipo de Ancelotti pareció ayer poner todos los huevos en esa misma bandeja.
El Bernabéu pitó a Mbappé, y con razón. El francés, al que anularon un gol y un penalti que provocó en la primera mitad, sólo hizo dos remates y estuvo disperso. Acabó lesionado con un esguince de tobillo que podría dejarle sin jugar la final de Copa, pero ni siquiera eso le salvó de la desaprobación del público. El ‘9’ perdió la fe demasiado rápido.
Sólo pareció creer Vinicius, que ni mucho menos tuvo un partido inspirado. Timber —junto con las ayudas de William Saliba y Thomas Partey— le hizo la noche. Aun así, el brasileño lo intentó —11 duelos ganados y 9 perdidos— y acabó marcando aprovechando que el mejor jugador de ellos, Saliba, se durmió un segundo.
Bellingham y Rodrygo tan sólo crearon una ocasión cada uno. Ancelotti erró con ellos. El inglés luce mucho más cuando no tiene que estar tan pendiente del trabajo sin balón —con tres centrocampistas por detrás y jugando más cerca del área rival— y el brasileño, muy lejos del nivel exigido a un extremo titular del Madrid, podía haber sido ayer una mejor baza desde el banquillo.
Sin alguien que dé sentido al juego, el Madrid no mete miedo. Ancelotti habría contado encantado con Ceballos de inicio si no viniera de una lesión. Aun así, sólo con él no parece suficiente, ni con un Modric que ha perdido jerarquía.
Se apostó demasiado por el físico en el nuevo centro del campo del Madrid, pero ni eso destaca: el equipo volvió a correr menos que el Arsenal, concretamente 8,5 kilómetros. Es más, el Madrid volvió a ser de la vuelta de los cuartos de final de la Champions el que menos corrió. Datos que duelen.
Es el fin de ciclo de un Madrid, el de Ancelotti, que no ha sabido adaptarse a sus nuevas circunstancias. El entrenador no ha logrado la conexión entre Mbappé y Vinicius y a lo largo de la temporada ha habido jugadores que debían dar un paso adelante y sólo lo han dado hacia atrás (véase Rodrygo o Camavinga, ayer baja).
La final de Copa contra el Barça y las últimas jornadas de La Liga todavía dan una oportunidad de endulzar la temporada del Madrid. O hacer aún más grande la herida. Ancelotti, que no quiere oír hablar de su futuro, camina en un fino alambre y el equipo se expone a la catástrofe total. Los milagros no siempre aparecen.