Vivir en Boulder, Colorado, a 1.600 metros de altitud y a 1.600 kilómetros en línea recta del punto más cercano del océano Pacífico, aún más lejos del Atlántico, no impidió a The Astronauts subirse a la ola de la música surf de la primera mitad de los años 60. Como el amor de Marvin Gaye y Tammi Terrell, el rock instrumental que intentaba reproducir las sensaciones de la práctica del surf era imparable y superaba las montañas más altas, los valles más profundos y los ríos más anchos. De hecho, The Astronauts fueron especialmente exitosos en Japón.
La popularización del surf tuvo en Jack London a un agente decisivo. El escritor lo descubrió en 1907 y su ensayo ‘Riding the South Sea surf’ irradió a escala planetaria la fascinación por la danza sagrada de los hawaianos con el mar. El editor y prologuista de ‘El libro de las olas’ (La Felguera), Servando Rocha, construye con ese texto en el núcleo un puzle que atrapa el momento en que el surf se revela al mundo, y que funciona asimismo como oda a la vida aventurera y a la naturaleza indómita. Las otras piezas de la miscelánea son un artículo de Mark Twain, artículos sobre Alexander Hume Ford y George Freeth, que serán presentados a su debido tiempo, cartas de London y de su esposa, Charmian, y fotografías de los álbumes personales del autor de ‘La llamada de lo salvaje’.
Surfistas fotografiados por Jack London en Waikiki, en 1907 / La Felguera
Vuelta al mundo frustrada
London, ya archifamoso, publicó ‘Riding the South Sea surf’ en ‘Woman’s home companion’ en 1907. Fue una de las cinco crónicas que mandó a la masiva revista mensual durante su singladura a bordo del yate ‘Snark’, que no era muy marinero y cuya tripulación dejaba bastante que desear. Fueron las enfermedades del escritor, sin embargo, el motivo de que la vuelta al mundo de Jack y Charmian, con una duración prevista de siete años, acabara al año y medio en las islas Salomón.
En la escala en Oahu, en la playa de Waikiki, se rindió al surf, «un deporte real para los reyes de la tierra«, escribió. Le cautivó «un Mercurio bronceado» en el que estaba «toda la dicha del mar». Le observa desde la arena: «Se ha montado a lomos del mar, cabalgando un mar que ruge y salta sin poder sacárselo de encima. Pero él no hace movimientos bruscos ni violentos. Está impasible como una estatua esculpida inesperada y milagrosamente desde las profundidades oceánicas de las que procede. Y sobre la ola vuela con sus tobillos alados en dirección hacia la orilla«. Se especula con que fuera Duke Kahanamoku, considerado el inventor del surf moderno y futuro campeón olímpico de natación.

Jack y Charmian London, en Waikiki, en 1907 / La Felguera
Tras capturar la mística del surf, London pasa a ocuparse de la física de las olas y de la mecánica de la actividad. Que practica durante dos días en la modalidad actualmente llamada ‘bodysurfing’, sin llegar a ponerse de pie sobre la tabla. Al tercer día está en cama a causa de las quemaduras provocadas por «ese sol hawaiano que caía casi en vertical«, y desde el lecho escribe el artículo. Mejoraría como surfista en el futuro.
George Freeth, un Tritón
Sus instructores en Waikiki fueron George Freeth y Alexander Hume Ford. El primero, hawaiano, un verdadero Tritón, exportó el surf a California. El perfil que le dedicó ‘The Hawaiian Gazette’ figura en ‘El libro de las olas’ y es delicioso. A los socorristas de Atlantic City alarmó primero, sorteó después e irritó por último con su tabla de surf, hecha con «un hacha y una navaja» a partir de «un trozo de madera». El segundo, estadounidense, fundó en Waikiki el Outrigger Canoe Club y logró el apoyo de la reina Liliuokalani para promocionar el surf como deporte nacional de Hawái. ‘El libro de las olas’ incluye un artículo sobre él aparecido en ‘The Pacific Commercial Advertiser’.

Ilustración para el artículo de Mark Twain ‘Surf-bathing-failure’ / La Felguera
Demasiada alegría de vivir
Las primeras noticias sobre el surf llegaron a Europa con los viajes de James Cook al Pacífico en el siglo XVIII. Cook bautizó el archipiélago hawaiano como islas Sandwich. Herman Melville describió una escena de surf en la novela ‘Mardi’ (1849). Mark Twain fue más allá e intentó hacer surf en las islas Sandwich. Contó su experiencia en la pieza ‘Surf-bathing-failure’, publicada en ‘The Sacramento Union’ en 1866. Con «un par de barriles de agua» dentro del cuerpo acabó su emulación de los «nativos desnudos, de ambos sexos y todas las edades, que se divertían con el pasatiempo nacional de bañarse en las olas«. Llegada «una marejada particularmente grande», cada «pagano» arrojaba su tabla sobre la «cresta espumosa» e iba «zumbado como un torpedo» hacia la orilla. También está en el volumen de La Felguera el artículo de Twain. Nótese que con el competitivo London el surf pasó de «pasatiempo» a «deporte».

Ilustración para el artículo de Mark Twain ‘Surf-bathing-failure’ / La Felguera
A los misioneros cristianos no les hizo ninguna gracia el surf. Demasiada alegría de vivir. Por su culpa el surf estaba de capa caída cuando London escribió sobre él, pero a partir de entonces comenzó a seducir al mundo.
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