Al problema de los microplásticos y de sustancias tóxicas como los nitratos, se suman los metales pesados. Según un estudio publicado en la revista ‘Science’, 1.400 millones de personas viven en zonas donde los suelos están contaminados por metales pesados. Y un dato todavía más alarmante: esta presencia afecta entre el 14% y el 17% de las tierras de cultivo en todo el mundo. Se trata de metales como el arsénico, el cadmio, el cobalto, el cromo, el cobre, el níquel y el plomo.
La investigación advierte de que estos componentes pueden llegar a poner en riesgo la seguridad alimentaria global. De hecho, el 90% de los recursos de suelo globales podrían estar en riesgo en 2050 debido a factores como la erosión, el uso excesivo de fertilizantes y la contaminación industrial.
El trabajo, que tiene en cuenta más de 796.000 muestras de suelo, no solo pone de manifiesto la magnitud del problema, sino que delimita las «zonas de alto riesgo». Una de ellas es el corredor que abarca desde el sur de Europa (aquí se incluyen países como España e Italia) hasta la India y la zona más el este de Asia. En este territorio se han registrado cantidades destacadas de cadmio, cobalto y cobre.
Para llevar a cabo el análisis, se han utilizado innovadoras herramientas de inteligencia artificial y modelado de datos para crear un mapa detallado de la contaminación global por metales pesados en el que también destaca la situación de Estados Unidos, otro país que acumula estos elementos en los campos agrícolas. «Las conclusiones amplían el conocimiento sobre la contaminación por metales y demuestran que el problema no estaba correctamente dimensionado», avisa Miguel Motas, experto en Toxicología de la Universidad de Murcia. «Estamos ante una amenaza para los ecosistemas y la salud, ya que pone en jaque a la calidad del agua y los alimentos», añade.
Aún faltan datos
A pesar de los avances incluidos en este monitoreo global, todavía faltan datos, sobre todo en países en vías de desarrollo y áreas remotas: «En zonas como el norte de Rusia, el centro de la India y partes de África existe un cierto margen de error». Pero aun así, según Motas, las exploraciones realizadas permiten afirmar que el problema no se está mitigando como se debería.
«La demanda creciente de metales para la transición energética, como el cobalto y el cobre, todavía puede empeorar las cosas»
¿Y cuáles son las causas de esta presencia? Tanto la agricultura como la actividad industrial y la minería contribuyen a la existencia de metales pesados. «La demanda creciente de metales para la transición energética, como el cobalto y el cobre, todavía puede empeorar las cosas», alerta el investigador. A esto se suma la liberación natural de metales a través de la erosión y la descomposición de rocas, que también contribuye a la presencia de metales pesados en el suelo. La protección de los suelos, no únicamente la provocada por metales, es una de las asignaturas pendientes de Europa, que está poniendo en marcha cada vez políticas más estrictas para que los Veintisiete se pongan las pilas en este aspecto.
El asunto, además, es complejo puesto que se debe abordar desde dos vertientes: la prevención y la restauración. Sobre la primera, el estudio defiende que, con el aumento de la población y el incremento de la producción agrícola, la presión sobre los suelos seguirá en aumento. Por tanto, es necesario extremar las precauciones y implementar medidas que frenen el uso de contaminantes. Motas también propone evaluar en cada caso cuándo realmente es imprescindible recurrir a ciertos metales críticos para la transición energética (fabricación de dispositivos eólicos y fotovoltaicos y baterías).
En cuanto a la recuperación de los terrenos contaminados, cabe recordar que los metales tóxicos suelen permanecer en ellos durante décadas, lo que complica las tareas de restauración y protección de la biodiversidad: «Los resultados deberían servir para que los responsables políticos y los agricultores actúen rápidamente y remedien la situación». De esta forma, se podría garantizar la seguridad alimentaria e hídrica global.
Suscríbete para seguir leyendo