Como todo el mundo que me lee -o casi todo – sabe, trabajo en la Administración de Justicia. En Valencia, para ser más concreta. Eso quiere decir que, en estos tiempos, puedo ver cada día los espectáculos que se montan a la puerta de la Ciudad de la Justicia cada vez que va a declarar alguien -investigado o testigo- relacionado con la tragedia de la DANA del pasado 29 de octubre.
En la puerta de la sede de nuestro trabajo se concentran un montón de personas reclamando justicia, a lo que hay que sumar los curiosos que pasan por allí y se unen y la inevitable pléyade de periodistas a la caza de la noticia. Y, por supuesto, no son solo personas. Pancartas, fanfarrias e incluso muñecos representativos acompañan a cámaras de televisión y micrófonos en un maremágnum que se acaba convirtiendo en el pan nuestro de cada día.
No es que no lo entienda. Mas bien lo contrario. Me pongo en la piel de aquellas personas que lo han perdido todo, incluso a varios seres queridos, y entiendo la impotencia que les lleva a plantarse con su dolor y sus pancartas. Y lo entendería incluso si fueran más allá, porque es mucho el dolor, y la rabia y la impotencia.
Pero, más allá de eso, cuando paso por semejante despliegue de medios, siempre me hago la misma pregunta ¿Sirve para algo colocarse en la puerta del juzgado e increpar a quien se cree culpable? Y la respuesta no puede ser otro que negativa. No sirve absolutamente de nada, salvo para desahogarse. Pero quien tiene que tomar decisiones va a decidir lo mismo y quien tiene, o tendría, que asumir responsabilidades, no lo va a hacer ni dejar de hacerlo porque oiga gritos o vea manifestaciones en la puerta. Por más que pensemos lo contrario.
Me consta que no es un caso único. A día de hoy la justicia, unida a la instantaneidad de los medios de comunicación, ha desarrollado, muy a su pesar, una vertiente de espectáculo del que es difícil sustraerse, y poco podemos hacer por evitarlo. Y, del mismo modo que hoy se concentran para protestar por la gestión de la dana y exigir las responsabilidades que procedan, en otras ocasiones se hace por mero morbo e incluso para apoyar al presunto delincuente, como ha ocurrido más de una vez cuando se ha tratado de procesos por delitos fiscales y el investigado era una estrella del futbol. Lo cual es bastante más preocupante.
En cualquier caso, cada cosa tiene su lugar. Las responsabilidades penales se ventilan en los tribunales, y en ello poco puede intervenir la ciudadanía. Pero en las responsabilidades políticas sí podemos intervenir, de un modo tan aparentemente nimio como realmente importante; depositando nuestro voto, cuando sea el momento, en las urnas. Recordémoslo cuando llegue el momento.
SUSANA GISBERT
Fiscal y escritora (@gisb_sus)