La meditación del Lunes Santo

Un
saludo fraterno y cariñoso a todos los que seguís esta programación
especial. Durante esta Semana Santa nos encontraremos durante unos
momentos para reflexionar juntos sobre el sentido del día. Me
gustaría que mis palabras te ayudaran a vivir con más profundidad
estos días
y pudiéramos penetrar juntos en el misterio que
celebramos.

Estos
días han sido tradicionalmente días para entrar en la interioridad,
un tiempo de profunda reflexión y recogimiento. Sin embargo, esta
sociedad de la movilidad y del consumo de experiencias quizás nos
puedan despistar con nuestro ir y venir, con nuestro visitar y salir.
Por eso, ojalá estos momentos te ayuden para encontrar un poco de
paz, para descifrar mejor lo que acontece y para preparar tu corazón
a lo que queremos vivir como Iglesia.

Ayer
comenzábamos la Semana Santa. Seguro que pudiste participar en el
Domingo de Ramos. Quizás viste alguna de las muchas procesiones en
las que se recuerda la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de esa
borriquilla.

Incluso
te trajiste un pequeño ramo a tu hogar. Es un signo. Con él,
aclamaste a Jesús como tu Rey, como tu Señor.

Se
me ocurre una primera pregunta para nuestra reflexión y oración.
¿Qué has hecho con él? ¿Qué haces con este ramo con el que
participaste ayer en la celebración? Antiguamente, esos ramos
decoraban las entradas de las casas, los crucifijos de nuestros
dormitorios, los balcones de nuestras calles.
Era un signo externo.

Desde
luego, no era un signo mágico con el que espantar espíritus o
propiciar la buena suerte o pretender buenas energías, como hoy se
dice. Era un signo para expresar, para mostrarnos como testigos del
Señor Jesús, ciudadanos de este reino que Jesús ha venido a traer
a la tierra. No sé si quizás habría que recuperar también estos
signos externos que nos expresaran como cristianos en el ámbito de
lo público.

Pero
más importante sería que, si ayer aclamábamos a nuestro Jesús
como Rey, si ayer le acogíamos en nuestras calles y en nuestros
hogares, le dejemos de verdad entrar para que reine y transforme
nuestras instituciones, nuestra cultura, nuestros valores. En
definitiva, nuestra vida. ¿No os parece que nos iría mucho mejor si
sus palabras iluminaran nuestros gestos políticos,
nuestros hábitos
económicos, nuestras relaciones sociales, nuestros comportamientos
personales? Todo un reto.

Porque
tenemos la tentación, también nosotros, como hace dos mil años, de
convertirnos en veletas de la opinión pública, del pensamiento
único, y aunque hoy nos manifestáramos como seguidores de Jesús,
mañana le negaremos o le ocultaremos en el espacio público. Sí,
hoy es Lunes Santo, el segundo día de esta semana grande que los
cristianos queremos hacerla santa
. Santos, no sé si lo sabes,
significa separado, en cierta manera distinto, diferente.

Se
trata de una semana que tiene una connotación religiosa y que, por
tanto, está llamada a dedicarse a nuestro Dios, a las cosas de Dios.
Pero dedicarla a Dios no quiere decir olvidarse del humano. Al
contrario, cuando nos metemos en Dios, más sensibles al humano nos
hacemos y mejor conocemos el misterio de nuestra vida
, porque en el
fondo de nuestro ser y de nuestra esencia nos descubrimos más
habitados por el Dios que nos ha creado a su imagen.

Quizás
por eso, en esta semana grande, esta Semana Santa, es una semana
dedicada al amor, consagrada a contemplar lo que es el amor
verdadero, a agradecer el amor grande que nos sobrepasa y nos
sorprende, y también, por qué no, a ponerle en la calle para que
nuestro mundo lo descubra y lo admire. Eso es lo que hacen las
cofradías y hermandades a lo largo y ancho de toda nuestra
geografía
. Gracias.

Pero
la contemplación y admiración de este amor nos debe de llevar
también a revisar cómo es nuestro amor, cómo está nuestro
corazón, cómo reflejamos como iglesia este amor que nos ha salvado
y del que bebemos cada día. Vivir con autenticidad la Semana Santa,
por tanto, es revisarnos cómo estamos en amor, contemplando el amor
de Dios. Ojalá que estas reflexiones diarias nos puedan ayudar en
esta tarea.

Permitidme
finalmente que comente con vosotros el pasaje del evangelio que hoy
nos ofrece la liturgia de la Iglesia. El texto que hoy leemos nos
sitúa temporalmente en la misma jornada que vivió Jesús antes de
su Pasión, Muerte y Resurrección.
¿Qué es lo que hizo tal día
como hoy? El texto nos señala, seis días antes de la Pascua, fue
Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de
entre los muertos.

Allí
le ofrecieron una cena, Marta servía y Lázaro era uno de los que
estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo
auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó
con su cabellera y la casa se llenó de fragancia del perfume.
Sin
duda conocemos el resto del pasaje.

Judas,
airado, recrimina aquel gesto lleno de amor de María y el propio
Jesús la defiende anticipando el anuncio de su Muerte y de su Resurrección y pronunciando esa frase tan provocativa que marca el
quehacer acogedor y caritativo de la Iglesia. A los pobres los tenéis
siempre con vosotros.
Ciertamente es una escena misteriosa, se trata
de un gesto excesivo, enorme.

En
este acto se entrelazan el amor, la entrega y la anticipación del
sacrificio. La acción de María está marcada por un gesto insólito,
pues era el salario anual de un obrero, pero era la acción propia de
una persona enamorada de Jesús
. El que ama hace locuras, el que ama
a Jesús también hace locuras.

¿O
no es una locura dejarlo todo y seguirle como hacen nuestros
misioneros, nuestros hermanos de la vida contemplativa, nuestros
sacerdotes, tantas personas consagradas? ¿O no es una locura tantos
gestos de amor que a lo largo de la historia, también hoy, los
creyentes de Jesús hemos realizado sin mucha razón, poniendo más
amor que cálculos economistas y racionalistas? Cuántas locuras
hemos hecho por Jesús y tenemos que seguir haciendo, no lo olvides.

Así
nos lo recuerda el Papa Francisco, el amor es creativo, no se
conforma con lo que ve, el amor es creativo, busca siempre el bien.
El gesto de María es un ejemplo de este amor creativo, un amor que
no se detiene ante el que dirán, un amor que se entrega sin
reservas, porque el que entrega todo a Dios, se convierte en don
también para el prójimo. Por el contrario, quien realiza muchos
cálculos frente a la llamada de Cristo, acaba regateando también
los demás.

En
un mundo donde a menudo prevalece el egoísmo, el Lunes Santo nos
recuerda el valor de los gestos sencillos, de los actos de amor que
transforman la realidad. Este día nos invita a reflexionar sobre
nuestra propia capacidad de amar, de entregarnos, de prepararnos para
los momentos cruciales de la vida. ¿Cómo estamos llamados a vivir
este amor creativo en nuestras vidas? ¿Qué perfume podemos derramar
para ungir los pies de aquellos que nos rodean? Que la fragancia del
amor de María de Betania nos inspire a vivir con mayor entrega y
generosidad.

Que
este Lunes Santo sea un tiempo de preparación, de purificación, de
apertura a la gracia. Que podamos acoger el amor de Dios en nuestras
vidas y ser testigos de su presencia en el mundo. Que la Semana Santa
que comienza nos transforme y nos acerque más a la esencia del amor
divino.

¡Feliz
día!

Fuente