Su nombre es Óscar, y su trabajo es proteger los “tesoros” incautados al crimen organizado. Vive solo, con tensión constante, vigilando lo que otros temen custodiar.
En el corazón de Cádiz, aunque en una ubicación mantenida en estricto secreto, existe un depósito judicial que parece sacado de una película de acción. Allí, Óscar custodia los restos del narcotráfico: desde narcolanchas capaces de transportar más de 2.000 kilos de droga, hasta coches calcinados, helicópteros —uno incluso robado al ejército— y restos de antiguas plantaciones de marihuana.
“Todo pertenece al juzgado, yo solo puedo vigilar mi casa y avisar a las fuerzas del orden”, explica Óscar, quien vive en el propio depósito desde hace más de tres años. Para evitar robos, todos los vehículos están sin motor. “Aquí ya no hay nada útil, solo chatarra”, asegura. Aun así, la amenaza es constante: 14 cámaras de seguridad vigilan día y noche.
“En Cádiz hemos llegado a normalizar el narcotráfico”
Como un silencioso guardián, vive rodeado de pruebas judiciales, aislado, expuesto y en permanente estado de alerta. No tiene escolta, solo una red de cámaras, perros y la esperanza de que, si algo ocurre, pueda avisar a tiempo a las autoridades. Aun sabiendo que todo lo que protege es ya inservible, representa para muchos clanes un símbolo de poder perdido, y eso lo convierte en un blanco potencial.
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