Estos días han tenido lugar en Salt, Gerona, unos altercados que posiblemente la persona que lea este artículo desconozca en toda su magnitud, debido al intencionado silencio mediático que suele blindar a los acontecimientos de similares características en los ensobrados medios de comunicación patrios.
El imán de Salt intentó ocupar una casa y, tras impedirlo la policía, una turba de inmigrantes asaltó la comisaría y provocó el caos en la localidad: disturbios, amenazas, contenedores quemados, agresiones a los cuerpos de seguridad… Salt sitiado en cuestión de horas, siguiendo las órdenes de la única autoridad que, por lo visto, es respetada y seguida a pies juntillas por un sector muy numeroso de la población. La autoridad de un líder religioso por encima de la autoridad del Estado. Eso está ocurriendo en España.
Hemos quedado perplejos tras conocer que se ha proporcionado una vivienda al imán de Salt para apaciguar a la turba islámica. De esta manera, este pueblo catalán se suma hoy a esa lista, cada vez más numerosa, de poblaciones en Europa que se doblegan ante la barbarie. En Salt se perdió el control del territorio durante horas, imperó la ley islámica y se aceptó el chantaje. Un pulso al Estado, una conquista más y un Estado fallido en toda regla: el nuestro.
La realidad es contundente. De mantenerse el actual escenario político, irremediablemente tendremos que acostumbrarnos a este tipo de cesiones sin vuelta atrás. Salt es uno de los municipios más islamizados de España, donde más del 40% de los habitantes y aproximadamente el 80% de los nacimientos son de origen no español, un caso parecido al de muchas localidades murcianas, como Lorca y Torre Pacheco.
La multiculturalidad defendida por la nefasta conciencia progre y el ‘buenismo’ de izquierdas y derechas ha derivado en la formación de sociedades paralelas y grupos cada vez más numerosos y organizados, que no aspiran a una integración real en nuestra sociedad, sino, por el contrario, a consolidar y anteponer su cultura -la islámica- frente a los valores en proceso de disolución de la actual España decadente, conformada y acomplejada.
¿Alguien lo duda?
Lo ocurrido en Salt, al igual que otros tantos sucesos de semejante índole que han tenido lugar dentro y fuera de la Región de Murcia, no son sino la consecuencia de décadas de políticas migratorias suicidas y procesos descontrolados de inmigración, promovidos de manera activa por el PSOE y, sin ninguna duda, también por el PP, aunque muchos de sus votantes no estén dispuestos todavía a asumirlo.
El islam, poco a poco, se está haciendo presente en nuestras vidas, fuerte en las calles y exigente en sus pretensiones. No está de broma. Lo ocurrido en Salt no es sino una nueva normalidad a la que deberemos ir acostumbrándonos si seguimos alimentando al bipartidismo en las urnas.
Este problema, sin parangón, tiene un fundamento étnico, no racial. Aquí el color de la piel y el aspecto físico no importan. La etnia, por el contrario, sí es trascendente. La etnia es comunidad, es sociedad, es cultura… y, durante años, hemos importado comunidades, sociedades y culturas claramente incompatibles con la occidental.
Estas culturas nos aventajan en cuestiones muy principales: tienen clara su identidad, mientras la europea se diluye; sólidas creencias religiosas, frente a la confusión espiritual de Europa; tienden a expandirse y a multiplicarse, mientras aquí sufrimos un terrible invierno demográfico; son combativos, mientras que el europeo se mantiene confiado; y aspiran a reemplazar lo que sea contrario a su cultura, mientras aquí se practica el ejercicio inverso: se pone la alfombra roja a la aculturación y se practica continuamente la concesión.
Frente a esta realidad objetiva e innegable, no caben medias tintas: Europa se enfrenta a un punto de no retorno, y el que no se resigne a aceptar esta nueva normalidad, alejada de lo que ha sido siempre Europa, solo tiene una opción, y es la de los partidos patriotas e identitarios, como lo es Vox en España. Apostar por la remigración y por las deportaciones masivas debe dejar de ser visto como algo extremo y pasar a ser visto como algo de extrema necesidad.
Mientras sigamos debatiendo esto, ellos seguirán comiéndonos terreno y, quizás, cuando por fin la sociedad coincida en que esa es la solución, ya será demasiado tarde.
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