En la tercera isla más grande de Hawái, especies de todos los rincones del planeta conviven en un ecosistema inédito que los científicos han bautizado informalmente como “freakosistema”, un laboratorio viviente que nos muestra el futuro de nuestro planeta.
En las profundidades de los bosques de O’ahu, la tercera isla más grande del archipiélago hawaiano, se desarrolla un experimento ecológico involuntario que está transformando nuestra comprensión de los ecosistemas. Sus bosques se han convertido en un tapiz biológico tejido con especies provenientes de todos los rincones del planeta, unidas por el azar y la intervención humana.
En el ambiente forestal flotan aromas de pimienta brasileña, canela indonesia y guayaba, mientras el canto del ojo blanco y el parloteo eléctrico del leiothrix piquirrojo llenan el aire. La belleza es innegable, pero esconde una verdad sorprendente: prácticamente ninguna de estas especies existía aquí hace apenas dos siglos.
Lo que hace único a este «freakosistema» —término acuñado informalmente para describir estos entornos ecológicos radicalmente alterados— no es simplemente la presencia de especies foráneas, sino las complejas interacciones que han desarrollado en tan corto tiempo. Como observa el ecólogo brasileño Jef Vizentin-Bugoni, durante su investigación: «seguí a un bulbul orejirrojo, ave originaria de India hasta China meridional, mientras se alimentaba de guayaba, una fruta nativa de Brasil, en una remota isla del Pacífico».
Autosuficiencia
Contrariamente a lo que podría esperarse, estas comunidades biológicas improvisadas no son caóticas. Un estudio de 2019 reveló que aves que apenas llevan un siglo conviviendo han asumido papeles especializados, como la dispersión de semillas de plantas nativas, función anteriormente desempeñada por especies ahora extintas como el moa-nalo, un «pato gigante no volador» que alcanzaba 60 cm de altura.
El caso de O’ahu representa un dilema profundo para la conservación. De las 142 especies de aves que evolucionaron exclusivamente en Hawái, 95 están ahora extintas. Sin embargo, algunas plantas nativas en peligro de extinción dependen completamente de aves no nativas para su supervivencia. «Fue impactante descubrir cuán integradas estaban en estos sistemas», comenta la ecóloga Corey Tarwater, quien ha estudiado estos ecosistemas desde 2014.
Lo más asombroso es que estos ecosistemas han cruzado un umbral crítico de autosuficiencia. Como explica el profesor Jens-Christian Svenning: «si eliminaras a todas las personas del planeta, Hawái seguiría en una trayectoria evolutiva ecológica diferente». No son jardines botánicos que requieren mantenimiento constante, sino sistemas silvestres autónomos que han establecido sus propias reglas.
Ruptura conservacionista
Esta realidad desafía las estrategias tradicionales de conservación centradas en la erradicación de especies invasoras. En O’ahu, los investigadores han desarrollado métodos innovadores, como utilizar altavoces para atraer aves dispersoras de semillas hacia áreas de restauración con plantas nativas. «Una vez que están allí, descubren los frutos nativos y los consumen», explica Tarwater.
El «freakosistema» hawaiano cuestiona nuestras categorías de «nativo» y «no nativo», «bueno» y «malo». En un planeta donde los ecosistemas novedosos se están convirtiendo en la norma —un nuevo mapa muestra que más de la mitad de la superficie terrestre está altamente modificada—, O’ahu funciona como una «bola de cristal» que nos permite vislumbrar el futuro ecológico de nuestro planeta.
Mientras contemplamos estos bosques transformados, surge una pregunta inevitable: ¿debemos luchar por restaurar un pasado irrecuperable o aprender a gestionar estos nuevos ensamblajes biológicos? La respuesta, como sugiere Tarwater, no es simple: «sabemos que los desafíos de los ecosistemas novedosos permanecerán y probablemente aumentarán. Sabemos que no es tan sencillo como que sean buenos o malos».