El aleteo de una mariposa en un extremo del mundo puede desatar una tempestad en el otro extremo. Es la versión popular del efecto mariposa, un concepto de la teoría del caos. Ilustra la en ocasiones imperceptible relación entre causa y efecto, aunque de algún modo es también una advertencia sobre la necesidad de estar preparado frente a las eventualidades. Pero ¿cómo estar preparado cuando son muchas las mariposas que agitan sus alas a uno y otro lado del planeta al mismo tiempo? ¿Cómo podría estarlo un pequeño archipiélago con una enorme dependencia del exterior?
El caos se ha desatado con el Sahel como oscuro objeto del deseo del expansionismo de Rusia y China; con el vecino Marruecos como aliado estratégico de Israel y Estados Unidos en su afán de explotar las riquezas de las aguas del Sáhara Occidental; con una Unión Europea (UE) obligada a multiplicar el gasto en defensa, con lo que ello podría implicar en forma de recortes en otras partidas fundamentales para Canarias; y con un Donald Trump que ha declarado una guerra arancelaria sin precedentes, una andanada con potenciales consecuencias que van mucho más allá de lo estrictamente comercial y que amenazan no solo con encarecer las importaciones, sino incluso con agotar, y esto es lo más preocupante, la capacidad de miles y miles de turistas que alimentan la economía, y la sociedad, de la región.
En definitiva, son muchas las mariposas que aletean con fuerza al norte, sur, este y oeste de las Islas, y las consecuencias se antojan inevitables: menos fondos europeos, menos turismo, importaciones más caras, ‘retos’ que tendrán que posponerse –como el medioambiental o el demográfico–, más inestabilidad en el continente africano, mayor exposición a las aventuras marroquíes en busca de petróleo, gas o tierras raras… La tormenta perfecta.
El Sahel
El cinturón del Sahel es un hervidero que cruza el norte de África como un cuchillo y que en su vertiente occidental está a tiro de piedra de Canarias, justo debajo del desierto del Sáhara. Son unos 850 kilómetros los que separan a las Islas de la violencia del yihadismo y de los grupos paramilitares, que solo en 2024 acabó con más de 10.000 vidas en Malí, Níger, Burkina Faso y el Chad. La represión sociopolítica fuerza cada año a millones de personas a abandonar sus hogares. La situación en Malí es especialmente preocupante. Los cálculos de las organizaciones que trabajan sobre el terreno apuntan que más de 650.000 malienses huyeron de su país en 2024.
Muchos han acabado en el campo de refugiados de M’bera, en la frontera con Mauritania. Allí viven, en condiciones lamentables, cerca de 200.000 personas. Y allí esperan la oportunidad de subirse a una barcaza rumbo Europa. Rumbo Europa a través del Archipiélago. La friolera de cerca de 17.000 malienses llegó a Canarias de manera irregular el pasado año, una cifra que por sí sola da una idea del drama que se vive en ese país en concreto y en el Sahel en general. Un drama que no pocas veces deviene en tragedia y que se cobra centenares de vidas en esa dura travesía marítima hacia las Islas.
En medio de ese caos que hoy parece irresoluble, Rusia y China, las dos potencias expansionistas, extienden sus tentáculos. Las campañas rusas de desinformación alientan el sentimiento anticolonialista y presentan a Moscú como aliado militar de los nuevos regímenes. Si a ello se le suma que Occidente no ha estado presente en la zona, nada invita a pensar en una estabilización a corto y medio plazo, ni siquiera en una precaria estabilización. La inmigración irregular por la peligrosa ruta canaria podrá reducirse, pero no cabe presagiar su final. De ahí el empeño del Gobierno de Canarias por implicar a Madrid y Bruselas, a España y la Unión Europea (UE), en la solución a la crisis migratoria. Una crisis que hace ya tiempo que dejó de ser puntual para convertirse en estructural.
Marruecos
España y Canarias no quieren prospecciones petrolíferas; Marruecos sí. España, y por tanto Canarias, respetan las aguas que les confiere el Derecho Internacional del Mar; Marruecos se apropia de las aguas del Sáhara Occidental. España, y por ende Canarias, se alejan cada vez más de Estados Unidos e Israel; Marruecos se ha convertido en un socio estratégico de Washington e incluso, en un giro histórico, de Tel Aviv, lo que se materializó con la firma de los Acuerdos de Abraham.
¿Qué ha hecho entonces España? –o más bien Pedro Sánchez, toda vez que se trató de una decisión más personal que de Estado–. Pues posicionarse del lado de Marruecos en su disputa con el Frente Polisario por el territorio del Sáhara Occidental. ¿Ha servido este giro copernicano de la histórica posición del país sobre la cuestión saharaui para que Rabat sea digamos más comprensiva con la negativa de las Islas a las prospecciones petrolíferas? No. ¿Ha servido para que al menos sean empresas españolas las que acompañen a las marroquíes en la búsqueda de hidrocarburos? No. Es más, Marruecos ya ha autorizado una campaña para buscar gas en el mar saharaui –apropiándose así de una soberanía que no le corresponde– para la que contará con la compañía israelí NewMed, propiedad del magnate Itshak Tshuva.
Con el respaldo de EEUU y, de forma paradójica, también con el apoyo indirecto del Gobierno español, el Archipiélago es testigo mudo de los esfuerzos del Majzén por hacerse con las riquezas de las aguas que el Sáhara, que no Marruecos, comparte con Canarias, que corre así el riesgo de quedarse con los perjuicios –aquellos por los que en su día rechazó las prospecciones de Repsol– y sin ningún beneficio.
Unión Europea
Guerra en Ucrania. Guerra en la Franja de Gaza. La Administración Trump que exige a los países de la OTAN que eleven el gasto en defensa no ya hasta el 2%, sino incluso hasta el 5%. El mundo ha entrado de lleno en una nueva carrera armamentística que obliga a la UE a tomar partido. La Unión no cuenta con ejército propio, y vista la invasión rusa de Ucrania y las veleidades de Vladímir Putin, los Estados miembros no pueden mirar para otro lado. Tanto España como la UE tendrán que destinar más fondos para defensa, y eso implica detraer recursos de otras partidas de gasto. No hay otra. El dinero no sale de la nada y los presupuestos son finitos. Está por ver cómo afectará tanto a los fondos que llegan a las Islas desde Madrid como, sobre todo, desde Bruselas. Pero afectará.
La necesidad de invertir más –mucho más– en armamento irrumpe en España con el gasto público por los aires, con la negociación para la reforma del sistema de financiación autonómica en el horizonte y con el Estado asumiendo más de 82.000 millones de euros de deuda pública autonómica para que el PSOE cumpla así sus compromisos con los independentistas de Esquerra. Y en Bruselas habrá que ver cómo se cuadra el multimillonario gasto en defensa con el mantenimiento de los fondos para políticas agrarias, fundamentales para Canarias, o para el desarrollo de las regiones, los Feder y sus variantes, que tanto han hecho por el desarrollo de la Comunidad Autónoma y que tanto deberán o deberían hacer en el futuro por un territorio con una riqueza per cápita que lo sitúa en el vagón de cola de la Unión.
Por si fuera poco, y más allá de las nuevas necesidades de gasto, el lobby de las islas comunitarias, ese que lidera Baleares y que aspira a alcanzar un estatus político-jurídico similar al que disfrutan las Regiones Ultraperiféricas (RUP), gana cada vez más simpatizantes en Bruselas y Estrasburgo. Si en un contexto de presupuestos a la baja resulta que las islas no RUP son capaces de arañar fondos extras, será definitivamente imposible que Canarias pueda no ya aumentar, sino incluso mantener los dineros que recibe de las arcas europeas.
Estados Unidos
Y en estas llegó Donald Trump. O volvió. Volvió para meter al planeta en una fratricida guerra comercial de la que un pequeño archipiélago tan dependiente del exterior como Canarias no puede salir indemne. De ninguna manera. El magnate estadounidense ha impuesto aranceles a diestro y siniestro, sin ton ni son, a las importaciones de productos e insumos. Las Islas exportan mercancías a EEUU por poco más de 30 millones de euros al año, una cantidad que apenas representa un 1,28% de los envíos al exterior. El problema no está ahí, ni muchísimo menos.
Las peores consecuencias para el Archipiélago se intuyen en las importaciones y, sobre todo, en el turismo, y esto último son palabras mayores. En las importaciones porque Canarias compra bienes a EEUU por un montante anual de unos 200 millones de euros, entre un 4 y un 5% del gasto total en compras a terceros países. La UE no puede quedarse de brazos cruzados y tendrá que responder a la andanada comercial de Trump con una subida no menos agresiva de los aranceles a la entrada de mercancías estadounidenses en territorio comunitario, Canarias incluida.
Así que las alrededor de 3.000 empresas locales que cada año se abastecen en EEUU tendrán que buscar nuevos mercados, con lo que eso implica en términos de logística –muchas tienen relaciones consolidadas con proveedores norteamericanos y no cuentan con experiencia ni músculo para dar el salto a otros países–, o bien tendrán que pasar por el aro y sobrepagar las importaciones. Y eso si la cuestión se ciñe a la relación estrictamente bilateral entre EEUU y Canarias, porque la era proteccionista abierta por Trump puede dar lugar a una guerra aún mayor si China, la UE y demás actores implicados no calculan bien las consecuencias de su contraataque. Nadie va a ganar en este escenario, pero las Islas tienen mucho más que perder que otros territorios.
¿Por qué? Porque los aranceles golpean también a Alemania, Francia –dos de los Estados más expuestos– y en menor medida al Reino Unido, al que Trump le ha impuesto un arancel de solo un 10%, por otra parte suficiente para dar la puntilla a una economía británica que el año pasado llegó a caer en recesión y que de hecho vuelve a coquetear con el crecimiento negativo. Y resulta que Reino Unido y Alemania son los dos países que más turistas envían cada año al Archipiélago –de Francia salen unos nada despreciables 800.000 viajeros anuales–. Cuanto más afecte la guerra comercial a las empresas inglesas y germanas –y en menor medida francesas y del resto de países emisores–, y cuanto más se traslade ese daño al empleo y a los salarios, más familias tendrán problemas para venirse de vacaciones a Canarias. Las habrá que no podrán viajar y las habrá que recortarán los días de estancia o el gasto en destino. Y eso son menos ingresos para las Islas, menos PIB, menos economía, menos trabajo… Si encima se gesta una nueva ola inflacionaria, en absoluto descartable, las cosas se pondrán aún más feas para la región.
Efectos colaterales
Y luego están los efectos colaterales, por así decirlo. Podría argumentarse que los países latinoamericanos han salido bien parados, al menos en términos comparativos, de la guerra abierta por Trump. Como en el caso del Reino Unido, la mayoría de sus productos se gravará ahora con un 10% de recargo a su llegada a suelo estadounidense. En Venezuela, eso sí, ese porcentaje se eleva hasta el 15%. Hay quienes ven en unos aranceles menos agresivos –siempre en términos comparativos– incluso una oportunidad para que el mercado sudamericano gane terreno en EEUU, pero lo cierto es que el mundo camina hacia una guerra comercial global de la que no parece que Latinoamérica pueda salir reforzada por mucho que así lo crea el presidente colombiano, Gustavo Petro.
En todo caso, Venezuela parte en peor posición, lo que unido a los eternos problemas socioeconómicos del país en medio del régimen de Nicolás Maduro, da cierto sustento a los primeros avisos sobre un repunte de la inmigración procedente de aquel país, cuando no de otros. En cualquier caso, no parece que el nuevo escenario global vaya a facilitarle a Canarias la solución de su reto demográfico. No se vislumbra, desde luego, un contexto en el que el notable crecimiento de la población experimentado en las últimas décadas vaya a frenarse sin más de un día para otro, más bien al contrario, y eso supone mayor tensión para el deficitario mercado de la vivienda –no hay casas para tanta gente, y los precios dan fe de ello– y mayor presión sobre los servicios públicos.
¿Cómo entonces va a afrontar la Comunidad Autónoma un escenario de tanta incertidumbre, de tantas trabas comerciales y de tantísimos riesgos para su industria turística, y por ende para sus ingresos públicos y privados, con menos fondos provenientes de Europa? ‘Retos’ –el término de moda– como el medioambiental o el demográfico van a requerir algún ajuste temporal. Es lo mismo que va a tener que hacer Bruselas, donde hasta los más dogmáticos se hacen a la idea de que la ambiciosa Agenda 2030 tal vez tenga que rebautizarse como agenda 2035, agenda 2040 o agenda 2045. Ahora lo urgente no choca con lo necesario, sino que ahora lo urgente es lo necesario: capear el temporal.
Ese es el verdadero reto al que se enfrentan las instituciones de la Comunidad Autónoma. El propio presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, ya advirtió en febrero que se avecinaban tiempos de «curvas y zozobras». «Aunque en Madrid algunos no se enteren, Canarias es Europa, y esas medidas tendrán un notable impacto en una comunidad chiquita en medio del Atlántico», dijo Clavijo cuando aún había quienes creían que la guerra comercial anunciada por Trump no alcanzaría las dimensiones a las que ha llegado. «Curvas y zozobras».
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