¿Rearme europeo? Si no tienes un primo de Zumosol, mejor aprende kárate

El manifiesto pacifista contra el rearme europeo promovido por 850 colectivos sociales y representantes del mundo de las artes y la cultura, leído esta semana por los actores Juan Diego Boto y Carolina Yuste, tiene la extraña particularidad de no hacer mención alguna al acontecimiento político que ha desencadenado en toda Europa la fiebre armamentista a la que el manifiesto intenta precisamente replicar. Ese acontecimiento es, dicho con crudeza pero sin desmesura, la traición de Donald Trump a Europa.

Alguien que no estuviera mínimamente al tanto de la actualidad no entendería por qué de pronto, tres años después de la invasión rusa de Ucrania, aparecen unos respetados intelectuales y artistas, armados con la mejor voluntad, suscribiendo un texto titulado ‘No nos resignamos al rearme y a la guerra en Europa’. El manifiesto explica por qué sus promotores se oponen al rearme, pero no qué ha abocado a quienes propugnan tal rearme a ese viraje estratégico desde unas posiciones que, hasta ayer mismo, eran similares a las de quienes ahora les reprochan su atropellada pulsión de autodefensa. En realidad, las calificadas por los artistas, no sin cierta querencia populista, como “élites belicistas” eran hasta hace cuatro días tan pacifistas como los abajo firmantes, lo eran hasta que Donald Trump anunció que dejaba de ser ‘el primo de Zumosol’ de los europeos, el amigo fuertote, musculoso y bonachón que nos protegía de los abusones como Putin.

No hay expertos en Putin ni Trump

En lo que sí tienen razón los autores del manifiesto es en criticar la ausencia de un debate público transversal, abierto y sosegado sobre una cuestión de tan grandísimo alcance para el futuro de los europeos. Garantizar la autonomía estratégica y defensiva de Europa aumentando el gasto en armas y multiplicando la coordinación militar no puede ser la decisión en solitario de unas élites políticas que, en verdad, no están menos perdidas ni se sienten menos confundidas que los propios ciudadanos de a pie que las han elegido: lo único que les sucede, a las pobres, es que no pueden decirlo, no pueden confesar públicamente a sus votantes:

“Mirad, nosotros tampoco tenemos ni idea de qué diablos nos depara el futuro; no existen los expertos en Trump, su descarnado matonismo es pura incertidumbre, como no existen los expertos en Rusia o en China. Proponemos el rearme porque es lo mejor que se nos ocurre que podemos hacer: antes nos defendía Washington y ahora no nos defiende nadie, de manera que tenemos que aprender a defendernos nosotros mismos”. El lema de la Unión en estos tiempos convulsos vendría, pues, a ser: “Puesto que ya no tenemos un primo de Zumosol que nos defienda, aprendamos kárate”.

No es la ideología, ¡es la geografía!

Quienes rechazan aprender kárate porque es un deporte demasiado violento creen sentirse movidos únicamente por la ideología, pero seguramente no los mueva menos la geografía, léase la lejanía, aunque ellos no sean del todo conscientes de ello. Un manifiesto como el leído por Boto y Yuste en Madrid sería impensable en países como Suecia, Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Alemania o Chequia: y no porque los ciudadanos de estas naciones sean más belicistas que nosotros, sino sencillamente porque ellos sí sufren la vecindad de la Rusia de Putin.

Para España, el único riesgo geoestratégico verosímil a corto o medio plazo es Marruecos, aliado histórico de los Estados Unidos. Hasta ahora a nadie en Washington se le ha ocurrido que podría ser una buena idea apoyar la reclamación marroquí de las ciudades españolas de Ceuta y Melilla, pero nadie puede asegurarnos que Trump no la adoptará si en algún momento lo estima oportuno: a fin de cuentas el lema de ese tipo golpista, putero, defraudador y mentiroso que hoy ocupa la Casa Blanca por votación popular viene a ser ‘¿y por qué no?’. ¿Por qué no imponer aranceles brutales? ¿Por qué no quedarse con Groenlandia? ¿Por qué no cortejar a Putin? ¿Por qué no sacrificar a Ucrania? ¿Por qué no humillar a México, a Dinamarca, a Canadá? ¿Por qué no abandonar a la Unión Europea después de que sus antecesores en el cargo la convencieran de lo buenísima idea que era ampliar las fronteras de la OTAN hasta las puertas mismas de Rusia? ¿Por qué no amedrentar a España coqueteando con Rabat a propósito de Ceuta y Melilla?

Donald Trump encarna un matonismo sin fronteras contra el que poco valen voluntariosos manifiestos cuyos redactores parecen seguir creyendo que el fuertote, musculoso y bonachón primo de Zumosol que nos protegía de los abusones es todavía uno de los nuestros.

Fuente