El fútbol no siempre premia al que más se lo merece. Es el factor, diferencial y atractivo, que posee un deporte que, en términos generales, seduce a cualquier ser humano, pero que no deja de ser caprichoso y, en ocasiones, injusto. En el fútbol se gana o se pierde. A no ser que seas un todopoderoso del panorama internacional, ganar no es lo más común pese a que, cuando logras una racha victoriosa, sea inevitable disfrutarla, saborearla y sentir emociones indescriptibles. El Levante, curtido en la adversidad más irreductible, consiguió una dinámica de resultados que le aupó a sueños inigualables. Lo disfrutó como pocas veces lo hizo en sus tiempos más modernos. No obstante, tanto en el fútbol como en la vida, lo bueno se acaba. Poco importa el tiempo que dure. Llega un momento en el que finalizan los estados de felicidad.
El Levante lo experimentó en Almería, después de un partido donde fue superior a un candidato serio para volver a la élite, pero donde los detalles marcaron la diferencia. Al conjunto de Julián Calero se le escapó la oportunidad de sumar en el Power Horse Stadium tras dos oportunidades que marcaron un antes y un después en el devenir de la contienda: un evitable penalti de Ignasi Miquel sobre Marc Pubill, transformado por Luis Suárez, y una oportunidad errada por Carlos Espí sobre la bocina que, en boca de gol, mandó fuera. Sin merecer irse de vacío de tierras almerienses, el Levante se marchó con la miel en los labios y con la amarga sensación de que tuvo en su mano no solo la opción de puntuar, sino también de asaltar el campo del equipo con más potencial de Segunda División. No en vano, si mantiene la entereza y la personalidad mostrada tras el mazazo del 1-0, seguirá cerca de su sueño de ascender a Primera División. Ahora más que nunca es cuando hay que respaldar a un equipo que se ha ganado el derecho de que le aúpen hacia sus ilusiones.
El Levante, sobre todo al principio, vivió sometido a lo que quiso el Almería. El potencial y calidad de la plantilla dirigida por Joan Francesc Rubi, aterrizados en el partido en uno de sus peores momentos de la temporada, presagió sometimiento, pero el Levante, acostumbrado a competir en escenarios de elevada exigencia, aceptó la intención de su adversario, consciente de que a Julián Calero le gusta afrontar partidos largos, mascando cada una de sus circunstancias, para atacar cuando se presente la oportunidad.
El juego de los andaluces transcurrió por la derecha a través de las internadas de Marc Pubill, quien buscó constantemente socios procedentes de la segunda línea con Gonzalo Melero, viejo conocido en el coliseo de Orriols, como principal asociado. El ‘8’ probó, en los compases iniciales, los guantes de un Andrés Fernández que, transcurridos los primeros treinta minutos, atrapó un remate de cabeza de Radovanovic. El Almería, sin transmitir un peligro excesivo, pretendió intimidar a los granotas, pero fue el Levante el que protagonizó la más clara del primer tiempo. Pampín centró e Iván Romero, entrando en plancha para cazar el envío, proyectó un remate con la testa que atrapó, a duras penas, Luis Maximiano.
Almería-Levante. / L-EMV
Los futbolistas comandados por Julián Calero aprobaron una primera parte de tanteo y, tal vez, de análisis. De ver por dónde marcharían las intenciones de un Almería que afrontó la cita sabiendo que todo lo que no fuera conseguir tres puntos suponía minimizar sus aspiraciones de ascender a Primera por la vía directa. La tensión almeriense contrastó con el aplomo levantinista. El liderato le ha dotado de una personalidad pasmosa, capaz de no arrugarse ni en los campos más temidos de la categoría de plata del fútbol español. De hecho, el paso por vestuarios liberó a un Levante más suelto en ataque y más firme atrás.
Un fuerte disparo cruzado de Luis Suárez, despejado por Andrés Fernández, fue agua en el desierto para un Almería que vivió a merced de lo que quiso el Levante. El talento se juntó en las proximidades del área rival con Carlos Álvarez como director de orquesta. Sin embargo, los granotas no consiguieron precisar, desaprovechando su mejor momento del partido y dándole alas a un rival que, sin merecimiento, encontró una vía de escape que le llevó hacia la victoria. De carácter riguroso, pero Ignasi Miquel, agarrando a Marc Pubill y desatendiendo el desarrollo de un saque de esquina, le dio motivos a Mallo Fernández para, apoyándose en el VAR, señalar una pena máxima que anotó Luis Suárez por el centro de la portería.
Lejos de caer en el desánimo, Calero metió a Forés, Espí y Lozano con la intención de dar un golpe de efecto que no logró a pesar de que el Levante acabó el partido en área contraria. Es a lo que se tienen que agarrar los levantinistas aunque vieron cómo se les escapó un punto en el último suspiro. Centró Morales y, en boca de gol y ante la incredulidad de los presentes, Espí la mandó arriba. La del Almería es una derrota de las que duelen. Sin embargo, encuentros así dignifican, resetean y sirven de impulso para coger más fuerza si cabe. Día para, incluso en la derrota, sentirse muy orgulloso de este Levante.