No son raros los terremotos ni las guerras civiles, pero solo Myanmar es capaz de juntarlos. La Junta militar sigue bombardeando a los ciudadanos que se afanan en rescatar con sus manos desnudas a los familiares bajo los escombros. No ha escatimado tropelías el Tatmadaw o ejército birmano durante décadas, acreditadas sus masacres sin remordimientos ni escrúpulos contra civiles desarmados o monjes, pero los bombardeos actuales sorprenden incluso para sus estándares. “Completamente indignante e inaceptable”, ha calificado la ONU.
Siete personas murieron en los ataques aéreos en Naungcho, en el estado meridional de Shan, apenas tres horas después del seísmo. Los grupos prodemocráticos han denunciado más bombas en las zonas fronterizas con Tailandia y en la ciudad de Chang-U, en Sagaing. Esta región, lugar del epicentro, está en manos de los rebeldes, que cuentan con más del 40% del territorio tras cuatro años de cruenta guerra civil. El Gobierno de Unidad Nacional, representante del poder civil desahuciado por la asonada, ha comunicado una pausa unilateral de “todas las operaciones militares ofensivas” de dos semanas a partir de este domingo. No hay respuesta aún de los militares.
La guerra está igualada a ras de suelo pero desequilibrada en el aire. Los rebeldes carecen de respuesta a los bombardeos que han destruido escuelas, monasterios y hospitales y dejado en ocasiones más de un centenar de muertos. La Junta militar, en opinión de la ONU, está cometiendo crímenes de guerra y contra la humanidad. Años atrás los limitaba a los rohingyas, la etnia minoritaria musulmana del estado de Rakhine, y en los últimos tiempos los ha democratizado a la sociedad civil. Tampoco el peor seísmo del país en un siglo los ha detenido.
La crónica bélica se superpone a la de desastres. Son ya 1.700 muertos, 3.400 heridos y más de 300 desaparecidos, según unas cifras oficiales que se antojan muy cortas para el paisaje de destrucción que muestran las redes sociales y la escasa prensa extranjera sobre el terreno. Mandalay, segunda ciudad del país y situada a menos de 20 kilómetros del epicentro, se ha llevado el peor castigo. Han sido dañados 3.000 edificios, 30 carreteras y siete puentes, según las primeras evaluaciones. Los vecinos apenas cuentan con palas para remover los escombros y dos días después del seísmo los cuerpos han empezado a descomponerse. Los expertos fijan un plazo de 24 horas para encontrar supervivientes, más allá solo hay milagros. Una mujer ha sido rescatada 30 horas después pero otras 90 personas siguen bajo toneladas de cemento. En un poblado cercano han sido recuperados los cadáveres de doce niños y un profesor de un parvulario.
Con los aeropuertos de Mandalay y Naypyitaw cerrados por los destrozos, no hay más alternativa para los equipos internacionales que el de Yangón, situado a 650 kilómetros de las zonas más castigadas. Una comitiva china de 17 camiones ha necesitado 14 horas para cubrirlos a través de carreteras arruinadas.