¿Qué han dicho los filósofos sobre la importancia de la defensa? Sobre la guerra los filósofos pensaron prácticamente desde el inicio. De hecho, Heráclito de Éfeso, uno de los padres de la filosofía antigua, llegó a advertir que la guerra es el padre de todas las cosas. Pero la guerra no es exactamente la defensa y también específicamente sobre la defensa se pronunciaron no pocos filósofos.
Uno de los casos más paradigmáticos es el de Platón, quien en su Utopía de la República consideró que los guardianes debían ser uno de los estamentos esenciales de su ciudad ideal. Es significativo, de hecho, que el término que empleara el sabio ateniense en griego antiguo fuera philaques, derivado del verbo philato, que significa vigilar, proteger o defender. Estos guardianes, por tanto, no tenían como misión atacar ni someter a otros pueblos, sino simplemente defender a su ciudad. Por cierto, ese nombre se ha utilizado después en un célebre videojuego.
Aristóteles, el discípulo de Platón, también escribió en su política que en tiempos de paz como en tiempos de guerra debe haber igualmente encargados de la vigilancia de las puertas y las murallas de la ciudad. Más tarde, Thomas Hobbes, llevó esta idea mucho más lejos al concebir que el fin último del Estado no era otro que asegurar la paz y la defensa común. Sin embargo, esta perspectiva realista también encuentra algunas enmiendas dentro de la propia tradición filosófica. Para Kant, por ejemplo, en Hacia la paz perpetua, subraya que esa paz estable y duradera no podría sostenerse con la existencia de ejércitos, sino que tendría que basarse en el acuerdo entre los estados y en el derecho internacional. Hasta aquí la historia.
Pero hoy tenemos la obligación de ir mucho más allá de las doctrinas heredadas y debemos elaborar un nuevo marco intelectual y político que garantice el establecimiento de una paz justa y duradera. Toda guerra, incluso la guerra justa, cuando existe, nace de un fracaso previo, y eliminar ese fracaso o, si se quiere, ese pecado original, debe ser la tarea difícil de nuestro tiempo, con realismo desde luego, pero sin renunciar a ese idealismo que nos lleva a construir o a intentarlo al menos una nueva realidad.