Sánchez se lo pasa en grande el día en que no aclaró cómo subirá el gasto militar

La lluvia de estos días ha sido una ametralladora de catarros. El Congreso era el mismo que el de cualquier mañana con discurso de Sánchez sin límite de tiempo: un mar de parlamentarios amarrados a sus pantallas mientras el presidente lee uno a uno los folios que le escriben en Moncloa.

La imagen de hoy era más sobrecogedora porque se unían a la partitura las toses estentóreas de decenas de diputados. Sonaban como divisionarios recién llegados del Volchov. Se encomendaban a las botellas de agua. Algunos huían al baño.

El guion, de veras, era el mismo. Hasta que Sánchez ha decidido cumplir su sueño: convertirse en tertuliano. Cuando se quedó sin trabajo en la política, hizo todo lo posible para fichar por el programa de Alsina, pero no hubo manera. Hoy, a bordo de la tribuna, en una actitud espontánea y desatada, ¡caliente!, como si estuviera en un bar de verdad, lleno de gente de todas las ideas y no sólo socialistas, se nos ha revelado como nunca antes: un hombre feliz que cumplía su sueño.

Esta es la escena paradigmática. Estaba Sánchez opinando de casi cualquier cosa, desparramado en el micrófono, extraño a esa rigidez de soldado a la que nos tiene acostumbrados. Y como tanto decía de uno y otro partido, de los sucesos de España, le ha gritado Rafa Hernando: «¡Y Begoña¡ ¡Habla de tu mujer!».

El Congreso de hoy es así. Armengol lo preside sólo de nomenclatura y cualquier parlamentario, en un momento dado, puede asaltar al interviniente, como lanzando una piedra desde treinta metros, al grito de lo que sea. Sánchez no ha buscado, como otras veces, la protección de Armengol. ¡Qué va! Se ha dirigido a Hernando y le ha dicho: «Mi mujer estupendamente. ¿Y la suya?».

A Sánchez se le da muy mal la risa. Se le da terriblemente mal el humor. Cuando le escriben los chistes, se ríe de sus propias bromas con carcajadas como compradas por Amazon. Y se nota que la risa es tan falsa como su «yo aboliría el Ministerio de Defensa» o su «yo no pactaré con Bildu». Pero esta mañana, no. Esta mañana, Sánchez reía de verdad. Porque la risa que aparece cuando el reidor no quiere es siempre de verdad. Sonaba distinto.

No hay quien escrute a este presidente líquido y exótico que nos ha tocado. Nadie sabe cuál es su ideología, nadie sabe cuál es su proyecto de país, nadie sabe a quién condenará dentro de media hora, nadie sabe a quién redimirá mañana. Quizá ni lo sepa ni él mismo. Tiene la baraka del que murió en la cama.

La de hoy era una comparecencia atroz a priori. Debía contentar a Europa con un alegato por el rearme… pero sin decir la palabra rearme para no cabrear a sus socios. Debía prometer un aumento del gasto en Defensa hasta alcanzar el 2% del PIB… pero sin decir cómo ni cuándo para no romper su Gobierno.

De hecho, ahora que ha terminado la comparecencia, nadie sabe nada que no se supiera antes de empezar. El presidente quiere que España contribuya con más «gasto militar»; incluso desea la creación de un Ejército europeo, pero no ha aportado ningún gramo de información. Hoy, Sánchez debía enmendarse a sí mismo, ¡su especialidad!, pero debía hacerlo en cada párrafo, varias veces por minuto.

A cualquiera, esta situación le habría generado una esquizofrenia política. Él ha reaccionado con el que, no hay duda, ha sido el día en que más ha disfrutado dentro del Congreso.

Sánchez se va de las sesiones de control en cuanto puede, Sánchez sólo lee y no improvisa, Sánchez quiere gobernar «sin el concurso del poder legislativo», Sánchez aprieta la mandíbula y los dientes cuando le hacen bromas con su familia. Y hoy, como en una entrada repentina a ‘El Hormiguero’, ha venido a divertirse.

Quizá esta cuestión tan inquietante tenga la explicación más fácil: Sánchez encuentra lo mejor de sí mismo cuando está a punto de acabarse su carrera política. Ahora, con la guerra a las puertas, un gobierno partido en dos y una oposición a una distancia sideral, no puede aprobar leyes, Presupuestos ni aumentos en Defensa. Pero seguro que algo se inventa. Saldrá. Y pensar en que saldrá sin saber cómo es lo que le permite bromear incluso con la presunta corrupción de su mujer.

Los ministros de Sumar no han aplaudido a Sánchez durante su discurso, pero sí lo han hecho, con manos muy blandas, cuando ha terminado el discurso al completo. De ese plano del metraje podemos deducir que Yolanda Díaz se tragará los aumentos en Defensa mientras se camuflen lo suficiente. Si hubiera la mínima opción de que el Ejecutivo se rompiese, no habrían aplaudido.

El presidente no tiene ninguna intención de derribar el muro, de acabar con esa «trincherocracia» de la que hablaba Mussolini. Por eso, despojado de su traje de europeísta, ha dedicado la segunda mitad de la sesión a fustigar a la oposición con chascarrillos de tertuliano. Sánchez era al fin tertuliano. Datos confundidos, mixtificaciones, inconcreciones… Pero «química pura», que dice la nueva canción de Leiva.

Golpe a golpe, verso a verso, con cada insulto a Feijóo, con cada golpe bajo, iba reconstruyendo piedra a piedra el muro que había derribado con sus loas al ejército europeo, a la autonomía estratégica y a las inversiones militares.

Acabada la maratoniana jornada, Sánchez ya tiene todo lo que necesita: un vídeo para mostrar a Bruselas y otro para mantener prietas las filas entre sus socios. Pero hay un problema: los dos vídeos son mentira y nadie, quizá ni siquiera él, sabe cuál es la verdad.

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