Uña y carne en una sesión fotográfica en la sede de INFORMACIÓN. / Rafa Arjones
Fueron los protagonistas del último Sonidos de la proximidad, y no era para menos. El dúo Uña y Carne se encontraba inmerso en su primera gran gira nacional, visitando ciudades como Zaragoza, Valencia o Murcia. En mitad de este tour, una parada especial marcaría el futuro de la gira: un concierto en casa, frente a su público, con la presencia de algunos de los «actores de calle» que dieron vida al exitoso experimento Criando ratas, filmado por el cineasta y compositor Carlos Salado. Algunas composiciones crecieron en ese momento, pero luego fueron perfeccionadas en un estudio de grabación y convertidas en himnos.
Años después, Salado presentó su disco Consume rumba sin moderación, junto al cantante Antonio Clavería, en un concierto a dos velocidades. Aunque hubo algunos errores y acoples de sonido, la presentación se mantuvo animada, y el público parecía disfrutar de la experiencia marcado el ritmo con las palmas. Las letras, de fácil calado, encontraron algo de timidez en los coros, pero la energía se sentía en el ambiente. Sobre el escenario, los músicos defendieron su propuesta con soltura, combinando momentos naturales con otros preparados en ensayo. En un género como la rumba, lo que se busca es espontaneidad: sentir la recepción del público, compartir alegría con los presentes, todo con el único objetivo de enfrentar los problemas de la vida con una sonrisa. Eso es lo que transmiten muchas de las canciones del dúo, y también sus discursos.
Canciones como Yo me drogo, que ha elevado su nombre a lugares insospechados, abordan temas como el sufrimiento de las familias con las adicciones. El mensaje, más allá de los estribillos, algunos de los cuales fueron muy coreados como los de Cucarachas, Me llaman el Rebolica, Mauricio el rey del vicio o la incontestable Pasa el canutito, es una parte fundamental de su música. Y los artistas que subieron al escenario, vestidos con chándales conjuntados y acompañados por los instrumentistas Jaime Zaragoza y Alberto Molina, sabían que lo más importante en su profesión es trascender.