Se ha publicado en España la Elegía a Iris, de John Bayley, que ya había sido publicada y descatalogada años después por Alianza Editorial y sobre la que existe una película, titulada Iris, con el inefable Jim Broadbendt en el papel de Bayley y la geniuda Judi Dench en el de la escritora.
La editorial Elba es ahora la responsable de que los que leyeron a Iris Murdoch –una novelista tan grande como excepcional– puedan adentrarse en su vida, su matrimonio y su enfermedad con un amor y una delicadeza que sólo puede darse en una larga convivencia plagada de sacrificios, como suelen estarlo las largas convivencias. Su artífice, John Bayley, que fue profesor en la universidad de Oxford, cuando Oxford aún era Oxford, y murió en Lanzarote quince años más tarde que su mujer y con 90 sobre sus espaldas.
En Elegía a Iris, Bayley narra su enamoramiento de Murdoch, su vida en común, la luz que compartieron y cómo esa luz fue apagándose con el alzhéimer de ella para adentrarse ambos en una atmósfera donde la realidad y la irrealidad se confundieron hasta el final de Murdoch. Pero nunca se lamenta o compadece de lo que le perjudica a él en su modo de vida la transformación de ella. Bayley está donde debe estar –algo más común en las mujeres que en los hombres– y Elegía a Iris es un libro de amor y una forma de asumir la decadencia de la vejez, magistral. La lealtad al largo tiempo compartido, ese tiempo que les hizo como fueron, es otro de los pilares del libro. Un ejemplo: la fineza con la que narra algunas aventuras sentimentales de Murdoch contrasta brutalmente con el relato –asqueroso es la palabra– de la que tuvo con Canetti contada por el mismo Canetti en su libro –póstumo y misceláneo– Londres bajo las bombas. La nobleza de Bayley es de estirpe artúrica.
Con Elegía a Iris, la editorial Elba, de Clara Pastor, sigue mostrándonos, prácticamente en solitario, lo que fueron las mejores cosas de nuestra civilización en un mundo que parece que las ha olvidado y así nos va. Pero basta consultar su catálogo para saber que no todo se ha perdido, ni está perdido, que son cosas diferentes: todo consuelo será poco. Junto con Elegía… Elba acaba de publicar la correspondencia entre Lampedusa y su esposa la baronesa Alessandra Wolff von Stormesse, que contribuyó al desembarco del psicoanálisis en Italia. Su relación matrimonial fue esencialmente epistolar –y ahora podemos leer las cartas que se cruzaron– con un fatal denominador común: el palacio siciliano de Lampedusa fue destruido en los bombardeos aliados de la II Guerra Mundial y el de la baronesa letona fue incautado por el régimen soviético. He mencionado la fineza de John Bayley y sospecho que la de Clara Pastor pertenece a la misma familia.
Leí esta semana que cuando los alemanes condujeron al escritor P.G. Woodehouse a un campo de internamiento exclamó: «Cielo Santo, si esto es la Alta Silesia, ¿cómo demonios será la Baja?». El humor de Woodehouse era un humor aristocrático, pero aquí coincide con el humor judío: de Angel Wagenstein a Woody Allen como herencia transatlántica. La anécdota la cuenta nuestro mejor anglófilo: me refiero a Ignacio Peyró, autor de un monumental diccionario de cultura inglesa: Pompa y circunstancia. Pero Peyró no lo cuenta en este libro -al menos no lo recuerdo ahora- sino en el último de los suyos: El español que enamoró al mundo: una vida de Julio Iglesias (Libros del Asteroide, 2025, acaba de salir y ya va por la tercera edición). Lo leí, prácticamente de una sentada –bueno, fueron tres- con varios elementos personales en contra. El primero, que no me gusta, ni me ha gustado nunca Julio Iglesias. No me interesa él y en cuanto a la música ligera, tampoco la suya: seguro que soy muy injusto. El segundo que aún me dura el enamoramiento de Monica Barbaro, que me atacó fulminantemente al verla cantar It ain’t me, babe con Chalamet en Un completo desconocido –donde interpreta a Joan Baez–, hace un mes. Cómo lo insulta antes de empezar a cantar y cómo lo mira después, mientras cantan, le deja a uno turulato. Bajo su influjo sigo. La tercera es que cuando pienso –y aún escucho y lo haré siempre– en los cantantes que me formaron: Dylan, Cohen, Van Morrison, Mayall, Bowie, Lou Reed, Sandy Denny y tutti quanti –todos contemporáneos de Iglesias y absolutamente nada que ver con él–, me pregunto, me preguntaba, qué hacía leyendo una biografía de Julio Iglesias. La razón es que el libro es de Peyró, siempre sinónimo de gran calidad. Pues bien: es un libro no sólo impecable, sino estupendo. Repito: estupendo y aquí pronuncio el adjetivo como lo hacen los ingleses de clase alta: ssstupendou. Lo es como biografía musical; como retrato de un país; como radiografía política y social del tardofranquismo y la transición; como relato de las costumbres sexuales del triunfador y su medio; como dibujo del triunfo de una voluntad y de una irresistible ascensión en un panorama donde compiten a miles y nadie llega a ser Julio Iglesias o Roberto Carlos más que Julio Iglesias o Roberto Carlos. Pero sobre todo es un libro que podría haberlo escrito el gran Lytton Strachey. Lo ha hecho Peyró y en menos de un mes ya va por la tercera edición. A los que sabemos de su talento desde hace décadas no nos causa extrañeza sino alegría. A los que no, la lectura de El español que enamoró al mundo, les proporcionará esa alegría. Serán muchísimos y en distintas partes del mundo. Ha nacido una estrella y en este caso no es Julio Iglesias.
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