El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, durante una sesión de control en el Congreso.
Los más escépticos entre los adversarios coinciden con los más fanáticos entre los leales en que ya encontrará Pedro Sánchez la forma de escapar por enésima vez de la catástrofe, que en su caso consiste en verse desplazado del poder. Lo dudo mucho. Pero eso no es lo más importante. Lo más espeluznante es la degradación brutal del sistema democrático representativo, de los valores liberales, de la dignidad civil. La perversión de las reglas de juego y de los valores constitucionales a cielo raso, el guerracivilismo más ruin y destructivo, los procesos de deslegitimación en marcha. Ya sé, ya sé que les molesta, pero la responsabilidad principal corresponde al PSOE, que gobierna desde hace ya siete años, y que desde hace más de año y medio chapucea miserablemente para conseguir otros tres meses controlando los ministerios. Cualquier cosa ya no para agotar la legislatura, sino para llegar al verano, luego al otoño, a ver si escapamos hasta el invierno y que sigan rodando los dados, y si sale un cuatro pero los de Puigdemont afrman que sea un seis, que sea un seis, y que le pongan otra ronda al caballero, que pagamos nosotros. Todos.
Utilizar el Tribunal Constitucional como un tribunal de casación para proclamar que nunca existió el caso ERE –con decenas de causas aún abiertas en toda Andalucía– poner la gobernabilidad del país al servicio de las demandas de fuerzas independentistas de izquierdas y derecha que quien destruirlo, y en este ámbito expedir amnistías escritas por los amnistiados o ceder el control de fronteras y la política migratoria, trampear con una quita en la deuda autonómica a favor de Cataluña y en contra del erario público estatal, negociar un nuevo consejo rector de la radio y la televisión públicas trufado de comisarios políticos que a los seis meses se suben los sueldos, entrar en Telefónica, destituir al presidente en La Moncloa y utilizarla como herramienta para resanchistizar todavía más el grupo Prisa y obligarle a montar una tele nueva, y documentales a la carta, y perfomances grotescas en las que se toma cinco días para seguir o no porque soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer, y gobernar sin presupuestos tres años seguidos, y ahora sin saber cómo se va a cumplir con los compromisos inversores en defensa y Franco Franco Franco, ahora acabaremos contigo, en el 75 recuperamos la libertad y Carlos Arias Navarro sin enterarse, y los jueces son una furibunda manada de fascistas ungulados porque se empeñan en investigar presuntas corrupciones cuando no hay nada, nada, absolutamente nada, y a ver cuándo aprobamos una ley, una norma, un reglamento, algo, para que podamos designar como jueces de primera instancia entre aspirantes realmente progresistas y fuera la acusación particular, fuera las negras togas golpistas, fuera los bulos. Rabia, cabreo, indignación, el derecho inapelable de ser víctima, la sospecha de que puedes ser rico, la impía farsa del esfuerzo, el trabajo y el mérito.
De veras que lo anterior no pretende ser un resumen. Es apenas un responso. El estrambote final del relato sobre el que el Gobierno pretende apoyarse es el temor a la ultraderecha. Es que si se convocan elecciones gana la extrema derecha. Es una forma extraña de patriotismo constitucional. Primero porque la proclaman aquellos que se limpian los mocos y otros desechos orgánicos con la Constitución diariamente y con tanta fruición que cada vez parece menos disparatado pensar en una voluntad política destituyente. Segundo porque quienes gritan se han prohibido a sí mismos cualquier pacto sobre asuntos estratégicos con la derecha, porque a la derecha del PSOE todo es Franco. Para los sanchistas Franco es un cochino interminable del que se aprovecha todo. El primer gobierno antifranquista medio siglo después de la muerte del dictador: otro record democrático. Dejen votar a la gente de una maldita vez antes de que todo se venga abajo. «No, la derecha no, esperemos hasta que nos voten de nuevo a nosotros». Franco Franco Franco. Fascistas. Bulo bulo bulo. Es el puto amo.