Los aitas
Muy poco tiene que ver además de su premisa Los aitas de Borja Cobeaga con esas películas familiares que hilvana con ferocidad Santiago Segura. Mientras el inventor de Torrente emplea las relaciones paterno-filiales para extraer de ellas gags de cualquier catadura moral, donde no pueden faltar los del entrañable cuñado que interpreta el inefable Leo Harlem, lo que interesa a Borja Cobeaga son las aristas más o menos dramáticas que revisten esas situaciones que sólo a primera vista parecen de comedia.
Los padres se ven obligados a acompañar a sus vástagos a Berlín, en plena época de la caída del muro, con el fin de que compitan en un Campeonato de Gimnasia Rítmica (y sí, Paloma del Río, ya estaba allí). Pero a esta propuesta rica en ternura, profusa en miradas y silencios, quizá le falta un hervor. Ramón Barea, Juan Diego Botto y Quim Gutiérrez están bien, pero saben a poco.
No es que estemos pidiendo la desmesura, el desmadre y el ruido con que afronta Segura todas sus reuniones familiares, pero a decir verdad sí le habría venido bien a Cobeaga algo de mordiente en sus descafeinados chistes y un poco de ritmo en la historia tirando a mustia que se nos cuenta para resumir que todos estamos más solos que la una, necesitamos un abrazo, y que quien tiene alguien que le quiera posee un tesoro. Torremolinos 73, sin ir más lejos, también tenía tonos sepia, pero el guion de Pablo Berger dotaba al artefacto de un sentido del humor infalible. A Los aitas sólo le salva la actuación de un elenco entregado.