Con la primavera, toca libro de poesía en mi club de lectura. Ojalá fuera tan fácil con el resto, que floreciera la esperanza tanto en Gaza como en Ucrania y que tanta prosa como rebosa acá y allá se convirtiera, sobre tanta sangre inocente derramada, en verso enamorado.
Mas, al compás de un cambio climático que también grita, nos empeñamos en escribir, como si fuera normal, las páginas más tristes desde la Segunda Guerra Mundial. Prestos a rearmarnos frente a un enemigo exterior que, cada vez más, está en el interior.
Los cuatro jinetes cabalgan juntos como si no hubiera un mañana. A lomos de unas redes sociales donde no caben poemas, sino odio; la guerra, el hambre, la peste y la muerte amenazan con el apocalipsis con el aplauso mayoritario de los que más los sufren.
Treguas que saltan por los aires, acuerdos contra la sostenibilidad tras pasar una dana, deportaciones masivas en países que nacieron gracias a la inmigración, enemigos acérrimos compartiendo mesa de operaciones, amigos y vecinos temiendo una invasión, jóvenes contrarrevolucionarios y obreros en manos de los que anhelan su explotación… una primavera sin poesía.
«La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires. Buenas noches» nos dijo en sus últimos versos la poetisa palestina Hiba Kamal Abu Nada antes de morir bombardeada por Israel.
En esta noche eterna, ojalá una lluvia de inspiración, y no loca como la que nos envuelve en la deriva, nos abra los ojos y refresque las mentes para impedir el cabalgar de los que quieren destruirlo todo. «Yo te quiero dar agua para tu fuego», exclamó García Lorca en su última carta.
Porque aunque las bombas, la estulticia y la ignorancia nos sacudan, siempre quedará un poema al que engancharnos al amor y la vida.
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