El año pasado proporcionó un respiro a los glaciares del Pirineo altoaragonés. Las grandes masas de hielo de Monte Perdido, Maladeta, Perdiguero o Vignemale no sufrieron tanto retroceso como en años precedentes (de más de tres metros) debido a las nevadas de la pasada primavera. Un abundante manto de nieve que protegió con suavidad estos hielos condenados a la desaparición. Unos hielos que vienen de una época geológica remota y que forman un ecosistema privilegiado, tal y como se conmemora este Día Mundial coordinado por la Unesco y la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
«Es necesario cambiar nuestra mirada sobre los glaciares». Así se manifiesta el coordinador científico del Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos y doctor en Geología, Ánchel Belmonte. «Es un lujo poderlos observar», señala. Por eso evidencia que son «un patrimonio singular, interesante y valioso» porque a las cumbres aragonesas, teniendo en cuenta la época en la que estamos, no les corresponde tener estos espacios. «El paisaje del alto Pirineo es herencia de los grandes glaciares del pasado, del cuaternario», recuerda.
Históricamente existen registradas en 1850 más de cincuenta glaciares en el Pirineo que ocupaban más de 2.000 hectáreas, pero en la actualidad apenas quedan 19 masas glaciares desplegadas en menos de 140 hectáreas, y la mayoría de ellas han perdido la entidad suficiente que las haga singulares y no tienen movimiento propio.
El geoparque del Sobrarbe va a dedicar este año a diversas actividades de observación, con charlas, visitas guiadas o salidas educativas. «Queremos sensibilizar sobre la importancia de estos espacios y sobre su contribución en el diseño de nuestro entorno», destaca Belmonte. En este sentido, considera que una comprensión profunda de los glaciares nos tiene que llevar a una reflexión como sociedad para saber en qué tenemos que mejorar. «El retroceso y su desaparición tiene que ver con lo que hacemos como colectividad», manifiesta.
La celebración de esta jornada mundial se plantea como un punto de inflexión. Con las masas de hielo aragonesas solo se puede esperar su desaparición y diseñar diferentes proyecciones científicas que pongan una fecha más o menos acertada a su deshielo. Sin embargo, Belmonte considera que en otros espacios del mundo «aún pueden tener una oportunidad». En estos momentos son «un factor clave» para llamar la atención sobre el cambio climático. «En Aragón pueden ser pequeños, pero son muy relevantes para la sociedad», indica.
Con esta perspectiva el Gobierno de Aragón está financiando un proyecto de monitorización de los glaciares. La directora general de Educación Ambiental. Raquel Giménez, indica que en colaboración con el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) se han desarrollado tres acciones de trabajo que permiten observar de forma directa su evolución. «Son lugares únicos», reconoce.
Así, gracias a un sistema de fotografías automatizadas se puede captar una imagen cada quince minutos en el Aneto y Monte Perdido. «Da la posibilidad de conocer las dinámicas de erosión y conocer la caída de las rocas del entorno», señala. También se avanza en la toma de imágenes de hiperresolución para conocer detalles, grietas y pequeños cambios. «Nos muestran cómo van retrocediendo desde los años ochenta», explica.
Por último se han diseñado representaciones tridimensionales de su superficie en la que se puede calcular la pérdida de espesores. Ahí se ha visto que el pasado año ha sido más amable, aunque tengan escrito su futuro. «Los glaciares tienen gran interés científico, pero también pueden ser un recurso turístico, aunque hay que tratarlos con respeto», precisa Giménez.
La desaparición de glaciares sobre la faz de la tierra no es la primera vez que ocurre, aunque sí que es la primera vez que sucede de forma acelerada en una escala humana. «Tenemos que trabajar en mitigar esta desaparición», considera la directora general. En la actualidad existen más de 275.000 glaciares en el mundo que cubren aproximadamente 70.000 kilómetros cuadrados y almacenan alrededor del 70% del agua dulce mundial.
Por ahora, los glaciares pirenaicos son un ecosistema único que acogen en su interior un registro del clima del pasado, así como la memoria del paisaje. Solo es necesario ver las fotos de los pioneros del alpinismo en el siglo XIX impresionados por la grandeza de estos espacios. Ahora toca tomar nota de lo que nos cuentan y aprender la lección que se extrae de sus hielos antiguos.