Alain Guiraudie se ha consolidado como un retratista virtuoso del deseo humano, y de los efectos liberadores que puede llegar a tener rendirse a las pasiones reprimidas sin atender a los límites y expectativas sociales tradicionales. En su nuevo trabajo, el francés vuelve a vincular los impulsos sexuales con la muerte -negándose a adoptar moralismos sobre lo uno incluso cuando conduce a lo otro-, y a manejar en el proceso un absurdismo impávido pero desenfadado. Puede que no sea tan sexualmente explícito como algunas de las obras previas de Guiraudie -’El extraño junto al lago’ (2013), por ejemplo- pero sus ideas son igual de provocadoras.
Su protagonista es un joven que regresa años después a su pueblo natal, y cuya presencia empieza a alterar la sangre de buena parte de sus habitantes. La creciente tensión conduce a un asesinato abrupto, y el joven intentará cubrir sus huellas al tiempo que lidia con anhelos tanto propios como ajenos. Mientras explora el deseo en sus múltiples formas -la lujuria, el amor filial, el sentimiento del título-, ‘Misericordia’ efectúa una sucesión de hábiles cambios tonales. Por momentos evoca ‘Teorema’, parte de su metraje es un thriller campestre con un ojo puesto en Hitchcock y otro en Chabrol sin dejar de manejar un humor cada vez más subversivo, y llegado el momento se erige en una afilada disquisición filosófica sobre la culpa -otro tema esencial de Guiradieu-, la redención y la necesidad de transgresión.