Los avances científicos se basan precisamente en el error, en la refutación de teorías que ya no pueden explicar nuevos hechos aportados por la experiencia. Así, nada hay en ella irrevocable, sino que, más bien, todo su corpus es mutable y sometido a constantes modificaciones. Sin embargo, pululan por doquier postulados con reputación de incuestionables que, con frecuencia, carecen de una base sólida o se ajustan únicamente a argumentos pseudocientíficos; en ocasiones, simplemente perduran como legado de algo que un día fue, pero ya ha dejado de ser.
Jesús I. Martínez, catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, es el autor del libro ‘Lo que la ciencia seguramente es (y lo que no es, casi seguro)’, donde expone con fino humor sus reflexiones sobre creencias y conocimiento, a la vez que intenta desmitificar muchos de los dogmas espurios que presumen de irrefutables y campan por doquier sin el menor respeto hacia razonamientos plausibles.
El universo de la pseudociencia es vasto, tan inabarcable como la soberbia de algunos eruditos, muy alejados de la humildad de la auténtica sabiduría; fraudes, falsas verdades, amaños y propuestas falaces se cuelan con extrema facilidad por cualquier rendija, tal vez por la necesidad humana de encontrar respuestas allí donde la ciencia genuina no las proporciona. O por la característica y extrema habilidad del charlatán para vender sus productos. Pero al final solo espera la decepción, muy dolorosa cuando es la salud lo que está en juego y el recurso a nocivos sucedáneos retrasa, como mínimo, la aplicación de una terapia eficaz. Claro que, al menos, tales remedos han servido para demostrar la fuerza de la fe en la curación, la pujanza de ánimo y del pensamiento positivo; en suma, el poder de mente y sugestión para obrar milagros sin explicación viable.
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