Igual que ocurría en ‘Reservoir Dogs’ con los colores, en el selecto club de animales más peligrosos del planeta es indispensable, además de resultar letal para el ser humano, disponer de un nombre sugerente. Así lo atestiguan la rana dardo dorada, el pulpo de anillos azules, el escorpión amarillo, la avispa del mar o el caracol cono. A todos ellos puede mirar a la cara la araña violinista, también conocida como araña de rincón, reclusa parda o, por su nombre científico, Loxosceles laeta.
Su nombre más empleado proviene de la marca en forma de violín que posee en la parte dorsal, aunque no siempre es claramente visible. Generalmente no es agresiva y solo muerde cuando se siente atacada, pero, ¡ay del que esté cerca cuando esto ocurre!
Su veneno contiene enzimas tan potentes que pueden destruir el tejido cutáneo y causar necrosis. En los Juegos Olímpicos de los arácnidos venenosos, pelea por la medalla de bronce con la famosa viuda negra. Solo hay dos arañas más letales que ellas: la errante brasileña y la de Sidney.
Lógicamente, nada de esto sabía Teresa cuando el pasado mes de septiembre pasaba la tarde tranquilamente en su nuevo domicilio de Cala de Bou. Estaba recién llegada a Ibiza para trabajar como profesora en un instituto y lo último que podía imaginar es que un bicho de apenas dos centímetros se iba a convertir en el gran protagonista de su nueva vida.
«Estaba sentada en el salón de casa. Me miré detrás de la pierna izquierda, cerca del tobillo y pensé ‘¡Qué vergüenza!, tengo un grano blanco muy grande, como de adolescente’», recuerda para Diario de Ibiza.
Pero no, era la picadura de la araña violinista, tan temible como indetectable: «No había notado absolutamente nada». Hablando ya a araña pasada, cree que le picó en el coche, ya que ese día le suena haberla visto en su vehículo, pero no tiene certeza sobre el escenario del ataque silencioso. «Me lavé las manos, apreté el grano y salió mucho líquido blanco. Probablemente era veneno», dice.
Teresa no le dio mayor importancia y continuó con su vida normal. «Después de un día seguía prácticamente igual y después de dos se infló un poco, pero no le di importancia. Era una cosa muy suave, como cuando se te enquista un pelito. Pero al día siguiente…».
Acierto médico a la segunda
72 horas después de la mordida, Teresa se empezó a preocupar de verdad y a barruntar que en su pierna había algo más que un anecdótico furúnculo: «Al caminar me dolían el pie, el tobillo y la herida. Miré y era como un gran grano interno que no acababa de salir y se abultaba. Una cosa muy rara, no entendía nada».
Recurrió entonces al doctor Google y, al no encontrar nada similar a su herida, todavía pensaba que podía ser «una cosa tonta». Aún así, al día siguiente decidió acudir al centro de salud de Sant Antoni, donde le dijeron que se trataba de un grano infectado y le recetaron una crema antibiótica. Error. Una semana después de la picadura, le salió «un bulto muy grande, una especie de volcán que supuraba algo de un color marronáceo rojizo». La erupción iba acompañada de «un dolor muy agudo».
Una compañera de trabajo le instó a que volviera inmediatamente al centro de salud y allí dio con una enfermera que, esta vez sí, detectó el origen del problema: la araña violinista había vuelto a hacer de las suyas en Ibiza, igual que con la mujer italiana que estuvo a punto de perder una pierna o al joven galés al que tuvieron que amputar dos dedos.
La gravedad de la mordedura varía según dos factores, la cantidad de veneno inyectado y la sensibilidad de la persona. Uno de ellos, o los dos, jugaron a favor de Teresa, que ha logrado salvar el susto con «una cicatriz del tamaño de una moneda de dos euros, oscura y por dentro rosácea».
La larga cura
La penitencia no ha sido complicada, pero sí le ha exigido constancia, ya que durante octubre, noviembre y diciembre tuvo que ir todos los días al centro de salud a que le realizaran las curas. Cada día había que «limpiar, sacar el veneno y tratar la herida con una pegatina que contiene plata».
El proceso se inició con un bisturí y un análisis en el que se le detectaron cuatro bacterias diferentes que hubo que eliminar con otros tantos antibióticos. Después de Navidad, las visitas pasaron a ser semanales hasta que, por fin, la violinista y su veneno se fueron con las toxinas a otra parte.
Superado el trance, Teresa habla con la autoridad que le confieren tantas visitas al centro de salud. «En casa no nos tenemos que preocupar por las telarañas clásicas, nos tenemos que preocupar si vemos sacos de seda. Las arañas violinistas son muy pequeñitas y, en lugar de ocho ojos, tienen seis. Pero bueno, uno no se pone a mirar tanto…. Ya me he hecho una experta», finaliza Teresa, que no ha tenido tanta suerte como Spiderman, al que una mordedura dotó de súper poderes, pero al menos sí ha salido mejor parada que muchas otras víctimas de este minúsculo animal.
Suscríbete para seguir leyendo