El gran duque Enrique Luxemburgo (derecha) y su hijo Guillermo
La gratuidad del transporte público es una de las características del país con la renta per cápita más alta del mundo, 130.000 euros. Luxemburgo cuenta con 670.000 habitantes, de los cuales la mitad son de origen extranjero, el porcentaje más alto dentro de la Unión Europea. La superficie es de 2.500 kilmetros cuadrados, ligeramente por encima del tamaño de la provincia de Vizcaya. Hay tres idiomas oficiales: luxemburgués, alemán y francés. El inglés también se habla ampliamente. El jefe del Estado es el gran duque Enrique de Nassau, príncipe de Borbón-Parma. El año pasado anunció que iniciaba la transición para abdicar y ceder el título a su hijo Guillermo.
El camino que lleva del aeropuerto y se acerca a la capital del país a través de la avenida de JFK (John Fitzgerald Kennedy) es conocido como el barrio europeo. Allí se suceden edificios oficiales, la universidad, hoteles, sedes de bancos, bufetes de abogados y grandes consultoras que hacen buena parte de su negocio tratando con la extensa, compleja y abrumadora burocracia de la UE.
En el Gran Ducado tienen su sede el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE), el Tribunal de Cuentas Europeo (TCE), el Banco Europeo de Inversiones (BEI), la Secretaría General del Parlamento Europeo (aunque las sesiones parlamentarias se celebran en Bruselas y Estrasburgo), la Fiscalía Europea y la Oficina de Publicaciones.
Tanto poder y tantas regalías europeas, aguantadas graciosamente por nuestros impuestos, en un lugar tan pequeño tiene razones históricas. Luxemburgo se considera uno de los corazones de Europa. Miembro fundador de la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del Acero), precursor de la UE, en 1951 junto a Bélgica, Países Bajos, Francia, Italia y Alemania Occidental. De noviembre de 2014 a noviembre de 2019, el presidente de la Comisión Europea fue luxemburgués: Jean-Claude Juncker, sustituido por Ursula von der Leyen. El actual primer ministro, desconocido fuera de sus fronteras, se llama Luc Frieden, del Partido Social Cristiano.
En la avenida de JFK construye sus nuevos cuarteles generales la compañía siderúrgica Arcelor Mittal, fruto de la fusión de una empresa luxemburguesa y un grupo indio en 2006. Luxemburgo también es paraíso de las SICAV (Sociedad de Inversión de Capital Variable), donde reciben un privilegiado trato fiscal.
Entre las 18.00 y 19.00 de la tarde, los centros de negocios se quedan vacíos a medida que los profesionales se dirigen a sus casas de campo, incluso en los países aledaños (Francia, Alemania y Bélgica). Otros aprovechan para correr o ir en bicicleta. Salvo algún visitante despistado, casi nadie pasea. En el centro de la capital, al atardecer, cierran las tiendas, mayoritariamente de marcas de lujo. Algunos restaurantes de precios astronómicos conviven con las habituales cadenas de comida basura.
Como era de esperar, en Luxemburgo no hay un solo papel en el suelo. Hasta a las hojas de los árboles parece que les han sacado brillo. El habitual alumbrado difuminado, típico de los países de Europa Central, no es obstáculo para sentirse más seguro que en cualquier otro sitio del planeta. Y sí, el centro genera cierto espacio de intimidad, calma y orden. Comparado con el feísimo, caótico y claustrofóbico centro de otro pequeño país europeo, el coprincipado de Andorra, es otro mundo.
No sé si envidio a los residentes permanentes y temporales en Luxemburgo. Imagino que tras esta primera sensación de paradisiaco y carísimo aburrimiento, hay vida más allá de las instituciones y sus alrededores. Cuando contaba a conocidos y amigos mi pequeña experiencia tras pasar por el Gran Ducado, recibía dos reflexiones. La más suave: «Eso lo pagamos todos». Y la más dura: «Ojalá hubiera en la UE un Elon Musk que también sacara la motosierra para eliminar tanto derroche y burocracia».
La sensación de que la UE se ha convertido en un fenómeno elefantiásico, difícil de digerir, está extendida en buena parte de la sociedad más allá de las ideologías. La imagen de cientos de miles de burócratas encerrados en grandes edificios de lujo, dictaminando leyes constantes que no hacen más que complicar la vida, existe; guste o no. Luxemburgo es un caso paradigmático de una UE que debe explicarse mejor, gestionar los gastos y mejorar sus gobernanzas para evitar que el populismo siga creciendo. En medio de críticas, a veces injustas, merece la pena destacar el ejercicio de transparencia y esfuerzo para explicar la labor de instituciones europeas como el BEI, presidido por una reconocida española: Nadia Calviño, que enseña el buen camino. A ella le hemos dedicado la portada.