Se busca varón de 69 años, fallecido hace 400 años y enterrado en la Iglesia del convento de las Trinitarias, en el corazón del madrileño Barrio de las Letras. Tabique nasal grande, mandíbula con seis dientes (o menos) y tullido en vida tras varias heridas de un arcabuz durante la batalla de Lepanto. No tenía un brazo cercenado, como se cree: a Miguel de Cervantes (1547-1616) jamás le amputaron la mano izquierda. Y en realidad sólo necesitaba la derecha para escribir su inmortal El Quijote.
La búsqueda de los restos de Cervantes era una vieja cuenta pendiente. Se sabía que sus cuerpo había sido enterrado en el convento de las Trinitarias, pero nunca se había encontrado. Muchos lo intentaron a lo largo de cuatro siglos. Por eso, la noticia de su hallazgo en marzo de 2015 dio la vuelta al mundo.
En enero había habido un falso positivo: los investigadores que llevaban trabajando en la excavación del convento desde 2010 habían encontrado en la cripta un ataúd con las iniciales M. C. Se dio por hecho que sus restos estarían en esa caja, pero no fue así. La buena nueva se hacía esperar.
El equipo multidisciplinar siguió excavando la húmeda tierra durante 35 días hasta que dieron con otra caja. En ella estaban Cervantes y su esposa, Catalina de Salazar y Palacios, junto a los restos de otros 16 cuerpos, una moneda de 16 maravedís de Felipe IV y prendas litúrgicas, probablemente de un capellán. «A la vista de toda la información generada de carácter histórico, arqueológico y antropológico, en este caso es posible considerar que entre los fragmentos de la reducción localizada en el suelo de la cripta de la actual iglesia de las Trinitarias se encuentren algunos fragmentos pertenecientes a Cervantes. Son muchas las coincidencias y no hay discrepancias», anunció el director del proyecto de investigación, el antropólogo forense Francisco Etxebarría, el 17 de marzo de 2015 en una larga rueda de prensa de casi dos horas de duración, ante personalidades como la entonces alcaldesa de Madrid, Ana Botella. El hallazgo coincidía con el cuarto centenario de la segunda parte del Quijote.
¿Dónde está Cervantes?
La idea de buscar al Príncipe de las Letras surgió en 1809. El por entonces rey, José Bonaparte, ordenó buscar en el convento los restos de Cervantes para trasladarlos al mausoleo de hombres ilustres que había demandado construir (situado cerca de la actual estación de Atocha), pero al autor se le dio por perdido. Empezó a correr el rumor de que sus huesos se habrían extraviado en las reformas del convento. Sin embargo, dos placas afirmaban lo contrario. La primera, situada en la fachada del edificio, que deja leer «A Miguel de Cervantes Saavedra, que por su última voluntad yace en este convento de la Orden Trinitaria a la cual se debió principalmente su rescate«. La otra reza, sobre el coro del altar mayor del convento: «En este monasterio yacen Miguel de Cervantes Saavedra, doña Catalina Salazar su esposa y sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega». La exhumación se canceló y, tras otro intento fallido en 1870, la búsqueda de Cervantes pasó al olvido, asumiendo que se encontraba allí aunque no se encontraran sus restos.
Fue en 2010, casi siglo y medio después, cuando Luis Avial, un geofísico que había trabajado anteriormente en la exhumación de fosas de la Guerra Civil, supo del misterio que rodeaba la localización del cuerpo de Cervantes y le propuso emprender una búsqueda exhaustiva a Etxebarría, con quien ya había trabajado anteriormente. En 2011 convocaron a un grupo de expertos para la misión, entre los que se encontraba el historiador genetista Fernando de Prado, quien gozaba de cierta notoriedad y contactos al ser descendiente de Cristóbal Colón. Fue esta influencia lo que le permitió coquetear con el Ayuntamiento de Madrid de Ana Botella, quien dio el visto bueno a la investigación y destinó 114.000 euros a la misma.
Fueron tres años de mucho papeleo, entre permisos, investigación y documentación. En abril de 2014, los técnicos entraron en el templo dispuestos a encontrar al alcalaíno. Entre santos y feligreses, el equipo iba armado con georradares y cámaras termográficas. Herramientas con las que detectar «anomalías magnéticas» asociadas a los enterramientos. Algunas monjas decían que Cervantes debía de encontrarse justo debajo del altar de la Virgen de la Inmaculada. Otras, junto a los bancos. El georradar detectó la cripta en el crucero de la iglesia y, en enero del año siguiente, se pusieron a excavar. Pero lo que encontraron allí no era ni lo uno ni lo otro. Estaba el ataúd con las iniciales, pero sin los restos de Cervantes. Frío, frío.
El borlón del sayón
Francisco Marín Perellón, historiador y archivero del Ayuntamiento de Madrid, se unió al equipo en febrero de 2015 y, consultando el registro, dio con un dato clave: si la iglesia original había sido derruida, su cripta también. Es decir, Cervantes no estaba en la antigua catacumba, sino en la nueva. Los restos debieron de trasladarse entre 1673 y 1698 de la vieja iglesia a la nueva.
Dividieron la cripta en cuadrantes, como si de un tablero de ajedrez se tratase. Cavaron 1,35 metros y dieron con algo que les permitía recuperar la esperanza de dar, por fin, con los restos del universal escritor español: entre huesos esparcidos, había unas ropas que podrían ser el sayón con el que se enterró al autor. Se trataba, en realidad, del traje de un capellán pero, como ya sabían por los documentos, este estaba en la misma caja que Cervantes. Y así fue: en la misma estaba el borlón caído del sayón de Cervantes.
Dedicaron cinco días más a limpiar los restos óseos y recomponer el puzle. Todavía no se había hecho oficial, fruto del pacto de confidencialidad que había demandado el Ayuntamiento de Madrid (los fotógrafos y reporteros sólo habían tenido acceso a la cripta el primer día de excavación, la mañana del sábado 24 de enero, de tres a cinco minutos y de dos en dos), pero parecía que, ahora sí, habían dado con él. El 17 de marzo lo comunicaron a los medios: en vísperas del cuarto centenario de su fallecimiento, Miguel de Cervantes había sido encontrado.
En un lugar de Madrid de cuyo nombre no quiero acordarme
Ahora, diez años después, el autor de la novela más importante de la literatura universal sigue donde lo encontraron, sólo que mejor vestido. Fue su última voluntad: Cervantes quería ser enterrado ahí. El autor tenía varios motivos para ello: primero, la Orden trinitaria le rescató tras cinco años de cautiverio en Argel; segundo, las trinitarias eran las monjas protegidas del conde de Lemos, a quien dedicó su Quijote; tercero, allí profesaba su hija natural, Isabel de Saavedra; y, por último, cercanía. Cervantes vivía en la calle perpendicular occidental al convento, y no quería marcharse lejos.
La iglesia de San Ildefonso del convento de las Trinitarias Descalzas, situada en la calle Lope de Vega número 18, erigió un bonito monumento conmemorativo para albergar los restos del célebre escritor. «Yace aquí Miguel de Cervantes Saavedra 1547-1616», reza la inscripción, e incluye unos versos de Los trabajos de Persiles y Sigismunda: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir».
Pero, pese al interés que suscitó la búsqueda y el hallazgo de los restos de Cervantes, en la actualidad su tumba apenas recibe visitas. Sorprende que el autor del segundo libro más popular de la historia después de la Biblia siga condenado al olvido. El primer año, el convento recibió unos 8.200 visitantes. Al año siguiente, esta cifra ya se había reducido a la mitad. La lápida colocada en la fachada de la calle Lope de Vega sigue siendo un punto de interés recurrente para la infinidad de free tours que recorren la ciudad, pero la mayoría de visitantes pasan de largo y muy pocos se adentran en el lugar de reposo del escritor más famoso de la historia, con permiso de Shakespeare. Y eso que la entrada es gratuita.