Nació en 1992 en los campos de refugiados saharauis del sur de Argelia y ha crecido entre el desierto y las ciudades de Italia y España donde la llevaron de pequeña para que se tratara un problema de salud y que estudiara. Ante las cámaras de Televisión Española, donde ejerce de reportera desde 2018, ha explicado a pie de conflicto situaciones duras y complejas como la guerra de Ucrania, las elecciones de Irán o las crisis que asolan lugares como Líbano, Sudán o Gaza, poniendo siempre el acento en el factor humano de las historias. Pero el último trabajo de la vicepresidenta de Periodistas Sin Fronteras no es una crónica televisiva, sino ‘Flores de papel’ (Península), el libro donde relata, a través de tres voces femeninas que podrían ser la suya, la de su madre y la de su abuela, el destierro que padece su pueblo desde hace medio siglo.
Cuando le preguntan de dónde es, ¿qué responde?
Me siento de los dos mundos, pero lo que más he sentido toda mi vida ha sido una enorme crisis de identidad. De hecho, con el primer dinero que gané como periodista me fui a terapia. Este libro nació allí. La psicóloga me dijo: si te gusta escribir, ¿por qué no cuentas tu historia? En realidad no es mía, también es de mi madre, de mi abuela y de mi pueblo, al que siento que se le ha dado la espalda.
¿Sufre crisis de identidad?
Desde que tengo uso de razón. Yo era una niña frágil y enfermiza criada con mucho amor en el desierto. A los cinco años me subieron a un avión, que a mí me pareció un monstruo de hierro, para llevarme a vivir con una familia de Italia. De pronto me vi sola en un lugar ruidoso lleno de coches y edificios enormes donde daba a un botón y se encendía la luz y movía una manivela y salía agua. Para mí era mágico, pero de noche tenía pesadillas.
¿Qué pasó después?
Cuando cumplí diez años me devolvieron al desierto. Fue un shock descubrir la realidad de los campamentos de refugiados y tomar conciencia de mi origen. Me pusieron a estudiar mi idioma, a leer el Corán, a aprender mi cultura… La vida era muy precaria, pero no triste. No había neveras con comida como en Europa, pero había espiritualidad, plenitud, amor… Cuando eres niño, el desierto te da mucha libertad, pero volví a enfermar y me enviaron de nuevo a Italia. Esta vez me llevaron a un liceo de Roma en el que sentí por primera vez el racismo. Venía del Sáhara, donde todos los mensajes eran de afecto, y de pronto oía decir: ¡Italia para los italianos, no para los extranjeros de mierda! Regresé al desierto y en seis meses vi claro lo que soy: una mujer saharaui.
Pero no se quedó a vivir allí.
Con mi problema de salud, en el desierto lo tenía difícil. Una asociación de apoyo al pueblo saharaui me trajo a Extremadura, donde viví con dos familias y acabé el Bachillerato. Quería hacer Periodismo y me fui a Madrid a estudiar, pero no tenía dinero y tuve que ponerme a trabajar para sacarme la carrera. Esos años fueron decisivos para tomar conciencia de que mi desarraigo no era mío, sino de toda mi comunidad.
¿Cómo vivió ese proceso?
En una de las casas de Extremadura donde me acogieron había muchos libros y fue allí, leyendo, como descubrí quién era Hassán II, Franco y lo que había pasado en los años 70. A los saharauis no nos gusta regodearnos en el sufrimiento, en los campamentos de refugiados no se suele hablar de esto, pero pregunté a mi madre y mi abuela y me impactó saber que fueron bombardeadas con napalm y fósforo blanco cuando huían de sus casas. Fue doloroso asomarse a su trauma y escucharlas, oír estas pausas, esos silencios…
Ebbaba Hameida, periodista. / / José Luis Roca
¿Qué piensa de lo que pasó hace 50 años con el Sáhara Occidental?
Que las cosas no se pudieron hacer peor. Sé que España vivía un momento histórico muy complicado, pero no se puede dejar abandonada a una parte del país y a miles de compatriotas, y se hizo. El Sáhara era la provincia 53, sus habitantes eran españoles, aún hay mujeres en los campamentos que siguen cobrando pensiones de viudedad porque sus maridos cotizaron toda su vida a la Seguridad Social española. Es como si hoy decidiéramos prescindir de la provincia de Soria y de todos sus habitantes.
En su caso, los mandaron al desierto.
Me estremeció conocer cómo fue la llegada de mi familia a la jamada argelina, en mitad de la nada, donde no había acacias, ni flores, ni agua, y saber cómo lograron reconstruir la vida de toda una comunidad en el destierro, rodeados de necesidades y carencias, dependiendo de la ayuda humanitaria, sin ninguna perspectiva de futuro, sin saber hasta cuándo iban a estar allí, pero con esperanza.
Y allí siguen.
En 1991, el alto al fuego de la guerra con Marruecos se celebró con mucha alegría en los campos de refugiados. Crearon los famosos baúles del retorno y en ellos empezaron a guardar todas sus pertenencias pensando que se acercaba la hora de regresar a su tierra. Sin embargo, esta vuelta nunca se produjo. Allí siguen. La fortaleza y la determinación del pueblo saharahui es asombrosa. Sobre todo de las mujeres, que son muy determinantes, muy fuertes.
Me impactó saber que mi abuela y mi madre fueron bombardeadas con napalm y fósforo blanco cuando huían de sus casas. Fue doloroso asomarse a su trauma y escucharlas, oír estas pausas, esos silencios…
Usted es periodista, ¿qué análisis hace del destino que ha tenido su comunidad?
Que la gran desgracia del pueblo saharahui ha sido ser una colonia española. Y me duele decirlo, porque yo también soy española. La sociedad ha mostrado mucha solidaridad con los refugiados, pero la élite política nos ha dado la espalda. Ahora celebran los 50 años de la muerte de Franco y hablan de memoria histórica. ¿Qué hay de la nuestra? Formamos parte de España y de su pasado, pero nos han relegado al olvido.
Hay pueblos que parecen condenados a ser los parias de la historia. Los kurdos, los palestinos, los saharauis… ¿Tiene esa sensacion?
El conflicto saharaui no es un problema humanitario, sino político. Se podría resolver si se aplicara la legalidad internacional en la que todos dicen creer pero nadie llega a aplicar del todo. Ahí están las resoluciones de la ONU y la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que dice que el territorio del Sáhara es de los saharahuis, no de Marruecos, y que si quieren negociar los acuerdos de pesca, tienen que consultar a sus dueños, que no son los marroquís. Pero en cuanto los políticos españoles llegan a la Moncloa, miran hacia otro lado y responden más a las presiones de Marruecos que a la legalidad internacional y a lo que demanda la propia ciudadanía española.
En 2022, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció de repente que aceptaba la solución marroquí para la solución de este conflicto, que implica su anexión del Sáhara y que los saharauis sigan en el destierro. ¿Qué pensó cuando se enteró?
Me pilló en Ucrania cubriendo la guerra. Cuando me lo contaron, pensé que era una broma pesada. No me lo podía creer. Sánchez visitó Kiev al día siguiente y estuvo hablando del derecho de los ucranianos a defenderse de una ocupación extranjera. Y sin embargo, el día anterior habia cometido esa gran incongruencia… Me sentí muy triste, no entendí por qué hizo esto ni a cambio de qué. A día de hoy, sigue sin explicarlo.
¿Qué le diría si pudiera hablar con él?
Que lea el libro y se entere bien de nuestra historia, que nosotros también somos españoles. Y que siempre está a tiempo de dar marcha atrás y corregir la gran traición al pueblo saharaui que ha cometido.
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